Cambiar para seguir siendo: discurso del fraude en Cuba

El escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa legó a la ciencia política un concepto de interesante vigencia: el gatopardismo. La palabra proviene del título de su célebre novela Il Gattopardo, que relata los esfuerzos de un noble siciliano por preservar su posición en medio de las convulsiones de la reunificación italiana. La sentencia que atraviesa la obra es clave interpretativa de las transformaciones que, bajo la apariencia de reformas, buscan perpetuar lo existente: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie»

En un texto anterior señalé que en ciertos sectores de la oposición se aprecia un desfase entre estrategia y realidad; sin embargo, en terreno del régimen el desfase es más sofisticado, pues se recubre de reformas cosméticas, aperturas económicas controladas y diálogos gestionados desde arriba. Todo ello con el propósito de consolidar el statu quo bajo apariencias de cambio. Ese es el gatopardismo cubano que, como las zarigüeyas, al verse descubierto o en entorno adverso se finge muerto, pero regresa tarde o temprano, con la vitalidad del engaño.

Aunque desacreditado, hace poco ha asomado la «oreja peluda» en cierto espacio dizque alternativo, por ello me referiré a tres dimensiones donde tal fenómeno cobra cuerpo e intenta constituir la armazón intelectual del trasnochado negocio de dejar de ser para seguir siendo.

El espejismo de la «descentralización»

Cuando el gobierno de Raúl Castro se disfrazó de modernizador, el experimento piloto llevado a cabo en las provincias de Artemisa y Mayabeque (2011–2017) separó formalmente los roles de dirección de los Consejos de Administración respecto a las Asambleas Provinciales y Municipales del Poder Popular. La iniciativa, suerte de «luna de miel» de la descentralización, estuvo acompañada de promesas de eficiencia y de control democrático más cercano a la ciudadanía.

El texto de la Constitución de 2019 retomó ese espíritu al proclamar al municipio «unidad política-administrativa primaria y fundamental de la organización nacional» con autonomía propia, reforzada después por la Ley 132 del mismo año. No obstante, más allá de la retórica, las decisiones estratégicas, el presupuesto y las políticas clave permanecieron centralizados. El denominado «perfeccionamiento» reestructuró organigramas, pero dejó intacta la arquitectura del poder.

La lógica que subyace es clara y buscó microgestionar lo local para desconectarlo de los problemas sistémicos nacionales. El humo del espectáculo estuvo, aparentemente, en modernizar procedimientos en la base sin alterar el mando político en la cúspide. Así, el régimen exhibe laboratorios territoriales que aparentan innovación administrativa y mejor comunicación, pero en realidad no modifican ni la correlación de fuerzas ni los incentivos. Los déficits persistentes son prueba de que las causas sistémicas siguen intactas, y blindadas, frente a reformas cosméticas.

Emprendimiento tutelado

Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, a finales de marzo de 2025 operaban en la Isla 9.550 mipymes privadas, frente a las 9.236 registradas en diciembre de 2024. La relación del discurso oficial con estos actores ha sido ambivalente: la mayoría de las veces los responsabiliza de «distorsiones» que en realidad provienen de las políticas del propio gobierno, y en otras —las menos—, los presenta como dinamizadores de la economía nacional.

El emprendimiento, que los gatopardistas exhiben como evidencia de apertura, alternativa a la emigración y fuente de riqueza para el país, sobrevive en un contexto de inseguridad jurídica, clientelismo, corrupción y discrecionalidad. En ese marasmo donde prosperan algunos —los más persistentes y mejor conectados—, presentar al emprendimiento como fenómeno desligado de la práctica política totalitaria resulta, en el mejor de los casos, ingenuo y, en el peor, puro cinismo.

El comercio exterior, además, continúa lastrado por el monopolio estatal que se mantiene intacto. El Primer Ministro ha precisado que no se aceptan empresas privadas exportadoras y que toda operación internacional debe canalizarse mediante intermediarias estatales. ¿Libertad de empresa sin libertad para comerciar con el mundo? A ello se suma la aplicación desigual de la ley, con cierres repentinos, investigaciones por «evasión» y vaivenes regulatorios que transmiten el mensaje inequívoco de que la licencia es revocable y politizada, especialmente en momentos de auge de la inflación y arreciamiento de la crisis. 

El gatopardismo presenta a la iniciativa privada como fenómeno no político, sino puramente económico. A pesar de ello, los pilares básicos que son negados a esas empresas —seguridad jurídica, reglas estables y acceso directo a mercados—, no son asuntos técnicos, sino estrictamente políticos. Al final, democracia no es solo votar cada cierto tiempo, es también control efectivo, transparencia y estabilidad de las reglas del juego económico.

Diálogo con el espejo

Finalmente, el último elemento de esta estrategia es el tan invocado diálogo. La trampa radica en dos niveles: primero, en los límites arbitrarios sobre quién puede o no participar en esos «procesos de reflexión» —como si de retiros espirituales de una secta se trataran—; y segundo, en la manera en que se enfoca cualquier espacio de intercambio, como una concesión graciosa del poder, una dádiva de lo alto que revela su magnanimidad.

Basta recordar las pantomimas posteriores al 11J, cuando el gobierno escenificó encuentros con distintos sectores «del pueblo» que en realidad se redujeron a reuniones con adeptos previamente seleccionados. En esos actos, alguno se atrevió a deslizar una verdad incómoda, pero el diseño del guion ya había delimitado de antemano qué podía decirse y qué no.

Ese modelo restringido no es un ejercicio democrático de deliberación, sino un intercambio vertical entre señor y siervo, donde los participantes son escogidos y lo máximo que se admite es solicitar ajustes procedimentales, nunca transformaciones de fondo. La palabra «diálogo» se convierte entonces en elemento del teatro político, en herramienta para proyectar la imagen de un régimen que escucha, cuando en realidad solo reproduce, bajo nuevas formas, la vieja lógica del monólogo del poder. 

soporte intelectual de las reformas placebo

Con los discursos de la descentralización, el emprendimiento o el diálogo, el régimen intenta, a través de sus voceros oficiales u oficiosos, construir agendas intelectuales que simulen reformas, mientras preservan los elementos que constituyen el núcleo de su poder: el excluyente sistema de partido único, el monopolio militar sobre gran parte de la economía y el impedimento del ejercicio de derechos sociales y políticos por parte de la ciudadanía.

Estas narrativas buscan desplazar el debate de las demandas de derechos y libertades, a discusiones administrativas; de la exigencia de seguridad jurídica, a ajustes regulatorios; y de la urgencia del pluralismo político, a espacios de diálogo cuidadosamente filtrados. Son operaciones de distracción, diseñadas para encauzar la atención pública hacia cuestiones importantes, pero no esenciales, y alejarla de las transformaciones sistémicas que el país necesita.

Mientras la sociedad cubana enfrenta apagones, inflación, aumento de la criminalidad y represión política, sectores del poder apuestan por maquillar el sistema con reformas placebo, con su correspondiente acompañamiento intelectual. El desafío para la ciudadanía es no caer en la trampa discursiva y no confundir la cosmética del cambio con el cambio real. Mientras no se desmonten las bases del monopolio político y económico, toda promesa de apertura será, inevitablemente, un espejismo.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

José Manuel González Rubines

Investigador, periodista, y profesor. Máster en Democracia y Buen Gobierno por la Universidad de Salamanca.

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