Ante estas jornadas de carnaval
Las declaraciones hechas en días pasados ante el parlamento por una representante del Consejo de Ministros ―la titular del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social―, provocaron una oleada de reacciones negativas entre la ciudadanía de la nación y el anuncio de su renuncia al cargo en menos de veinticuatro horas.
La argumentación que constituyó el centro de su intervención fue tan estrambótica (creo que el calificativo viene al pelo) que cuesta trabajo creer lo que se estaba escuchando.
La exministra se refirió a los ciudadanos cubanos que se desesperan por limpiar los parabrisas de los autos en las paradas obligadas de los semáforos, a cambio de las monedas que puedan darle sus conductores (que no necesitan tal servicio), y a los que hurgan entre la basura, a lo largo y ancho de la capital, como «simuladores». En su opinión, todos ellos eran sujetos «disfrazados» de indigentes que buscaban una vida fácil, evadían la posibilidad de ejercer un empleo, e, incluso, en el caso específico de quienes recolectaban envases de cristal o aluminio, estaban cometiendo un acto al margen de la ley.
Al informar sobre la renuncia de la ex directiva, el presidente de la República abundó sobre la incoherencia de su planteamiento; no por gusto existe un programa de gobierno que se propone atender las agudas desigualdades sociales y vertebra un grupo de instituciones gubernamentales (entre ellas, claro está que ese propio ministerio) y otras organizaciones y sobre el cual, al menos, se perora, con frecuencia.
El sentimiento de indignación que primó entre la ciudadanía ante lo que fue considerado una falta de respeto, de empatía, de sensibilidad, un alarde de prepotencia, un acto de cinismo y un largo etcétera, no pareció compartido por el presidente durante su breve comparecencia ante los medios nacionales de difusión. No obstante, en el lenguaje beisbolero de mis años universitarios, se había producido un indiscutible «fault a las mallas» por parte de una integrante del equipo de gobierno.
Salvo por la opinión ciudadana (que forma parte de la opinión pública, pero no la agota) el asunto «no pasó a mayores». La prensa, puesta en un aprieto, prefirió hacer uno de los dos ejercicios que mejor sabe y solo la calle mantuvo el suceso abierto a examen y análisis tal y como lo merecía.
Lo que me pregunto es si esta inaudita visión expresada por una titular del gobierno de la República es propia y única; es decir, si no se trata de una visión compartida a ese nivel. Porque me faltó decir que la intervención de marras no fue cuestionada, polemizada por absolutamente ninguna de las personas presentes en el plenario donde se produjo, sino que, incluso, fue aplaudida y, más aún, elogiada, por los diputados que sucedieron en el uso de la palabra a quien todavía detentaba el cargo.
¿Entonces?
Si ese momento no hubiera sido transmitido por las cadenas nacionales de difusión que cubren las jornadas de la Asamblea… ¿cómo habría continuado siendo tratado el tema en el guion oficial? No me refiero a ese día, ni siquiera a las sesiones por venir de la Asamblea, sino a las semanas y los meses próximos. No olvidar que mucho antes el Canciller cubano había enfatizado ante micrófonos internacionales que, a diferencia de países del primer mundo, en Cuba «nadie pasaba hambre».
Ante el despropósito de la entonces ministra, fue la ciudadanía quien, de inmediato, mostró su repudio. ¿Es ello prueba de que la ciudadanía tiene un estado de consciencia superior a los parlamentarios que la deben representar y que, de hecho, deciden en su nombre algo tan serio como leyes y decretos? ¿O acaso sean otros quienes actúan disfrazados?
¿Será que se hacen los conocedores y capaces y no lo son? ¿Será que tratan de pasar por honestos y responsables y distan de ello? ¿Será que intentan mostrarse como sensibles y empáticos y les importamos un comino? ¿Será que preconizan el cumplimiento de la justicia y la aplican a su conveniencia? ¿Será que quienes parlotean en la radio y la TV sobre un ¡verano feliz! ―con el 60% del país sin energía eléctrica por más de treinta horas seguidas― son, en realidad, turistas extranjeros que trasmiten desde suites de lujo en los cayos del archipiélago? ¿Será que quienes ponen frase tras frase y escriben páginas y páginas y se posicionan luego tras un micrófono son humoristas formados al estilo de Chaflán y Cantinflas?
Porque lo que parece muy serio, diría que cínico, es que el tema de la pobreza sea examinado desde la estrafalaria visión de la convivencia con los desperdicios, con la más paupérrima basura como expresión de vagancia de algunos o como una nueva táctica de la «propaganda enemiga».
Y si la existencia de personas viviendo en condiciones infrahumanas no le hace una buena promoción al régimen social existente («el qué dirán» debiera ser la menor de las preocupaciones), la respuesta ―urgentísima― no puede ir contra estas víctimas. No hay salida en criminalizarlas, la única conducta posible es rectificar el rumbo y poner en práctica las propuestas en que, reiteradamente, coinciden nuestros mejores economistas.
Absolutamente cierto. No hay modo de ocultarlo. Aumenta la pobreza en Cuba. Llega a límites inauditos. Sobre todo, porque las desigualdades sociales ya son escandalosas. Ese debería ser el tema y la ocupación de toda la Asamblea Nacional y sus parlamentarios. Y pedir cuentas a los responsables de tal estado de cosas. Que nunca serán ―señorías marxistas de manual― los menesterosos.
La Revolución Cubana se llevó a cabo con el concurso de un grupo de fuerzas sociales progresistas a las cuales se sumó la mayoría del pueblo; resultó una revolución popular porque interpretó las necesidades y los anhelos sociales, y este es un dato a no olvidar; no fue obra de un partido ni de uno o dos geniales individuos ―no hubiera sido viable, simplemente― y se hizo para que cada cubano tuviera una vida digna, nunca para el beneficio de un grupo de pícaros y parásitos.
La paradoja es que hoy algunos de los compatriotas que entregaron sus mejores años en aras de cumplir los sueños de todos, integran, durante su tercera y cuarta edad, los significativos sectores de personas que intentan sobrevivir a pesar de hallarse en las peores circunstancias.
Para culminar, una nota culta: la mendicidad como negocio, como artimaña para evitar el cumplimiento de las obligaciones cotidianas que sostienen el vivir, fue tema sostenido de la picaresca española, expresada tanto en la épica como en la lírica y la dramática. Resonó en toda la literatura iberoamericana, que incluye la cubana.
Ahora, una admonitoria: tenemos claro que los pícaros no se han extinguido, se muestran en todos los niveles. A veces, mire usted, bajo luces, cámaras y reflectores, envueltos en finas telas y, en efecto, siempre, pero siempre, son resultado de un complejo de condiciones sociales, todas identificables, que les facilitan la pillería.
Pero todo hasta un día, Chaguito.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.