Alerta: no dejarnos confundir
No hay error. No hay confusión. Las palabras pronunciadas por la ministra «renunciada» son la muestra más reciente, no la última ni la única, de una mentalidad, una ideología, un modo de pensar; son la manifestación de criterios enraizados en grupos de poder (o en puestos con poder), no son equivocaciones interpretativas, ni falta de información, ni desconocimiento, ni ceguera ante la que sucede. Están informados y pueden ver.
En realidad, se trata de sectores de la llamada «clase dirigente» que ya no se ocultan para poner de manifiesto su desprecio por el pueblo, por los pobres, por los desvalidos, pues han ascendido en la escala social hasta posiciones donde disfrutan de recursos, privilegios y prebendas que no están dispuestos a ceder ante las necesidades apremiantes del país, cuyas causas ni siquiera mencionan en sus peroratas, disquisiciones, intervenciones, entrevistas.
Son los nuevos beneficiarios, la «nueva clase», la casta de funcionarios-burócratas-propietarios —así como los elementos a su servicio, civiles y militares (de menor rango)—, quienes han llegado a sus posiciones actuales en un proceso de ascenso basado en la sumisión, la obediencia a los verdaderos jefes, los dueños de todo cuanto pueda generar riquezas en el país, y los negocios y cuentas bancarias redituables en el exterior.
Todo indica, por sus propias palabras, que ellos, todos ellos, conocen la existencia de la profunda crisis por la que atraviesa nuestro país, pero no están dispuestos a cambiar nada, pues no se trata de situaciones coyunturales, sino de la actitud arrogante de los propietarios ante los desposeídos, de la burguesía aristocratizada ante la plebe miserable, de la cúpula compuesta por individuos entrelazados por vínculos familiares y económicos frente a aquellos que han perdido las fuentes de subsistencia, el acceso a los recursos mínimos de sobrevivencia, quienes nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo a los que actúan como dueños del país.
El enfrentamiento no es entre desconocedores de la realidad nacional y quienes la sufrimos, sino entre una casta poseedora y los que nada tenemos. Es un enfrentamiento clasista. A la vez, se trata de un conflicto en el que se defiende o denigra a la nación cubana, porque como siempre ha sucedido en la historia, los grandes beneficiarios no tienen patria, sino intereses, que radican en cualquier lugar donde estén a salvo sus bolsillos y sus vientres.
No nos confundamos. No nos dejemos confundir. El poder de esta casta/clase radica en el empleo sistemático, durante años, de la represión contra todo el que los cuestione. Se ha hecho evidente que para ello cuentan con los peores elementos de la población, dispuestos a emplear los recursos que les llegan de los «países amigos» (o compran allí, que para eso sí hay dinero), visitados frecuentemente por jerarcas de la élite, quienes no regresan con planes concretos para desarrollar la economía, sino con las valijas llenas y la disposición de mantenerse en el poder. Ya se ha hecho evidente que para lograrlo han estado y están dispuestos a matar, dentro y fuera de las prisiones. Lo han hecho, y lo continúan haciendo con total impunidad.
Los que teníamos el sueño, la ilusión, la utopía de construir una nación equilibrada y próspera, hemos sido defraudados por esta oligarquía antipopular que, conscientemente (o algunos como cómplices), llevan a cabo una labor antinacional, contraria a la sociedad justa y democrática que perseguíamos.
Son los que prefieren ver hundirse a la población en la más profunda miseria que ceder un palmo en la búsqueda de soluciones, pues estas solamente pueden alcanzarse con la implementación de la democracia en todos los ámbitos de la realidad, a lo que se oponen, pues saben que no pueden someterse al escrutinio de las masas.
Es por ello que rechazan toda sugerencia de reformas. Repiten sin cansancio que la causa de todos los males que padece el pueblo se debe al bloqueo (o embargo, como se prefiera, el resultado es el mismo). Cierto, es innegable que, sin las trabas impuestas por las sucesivas administraciones estadounidenses, y ahora implementadas con mayor rigor, existiría la posibilidad de implementar negocios favorables, de utilizar servicios de bancos extranjeros, de recibir posiblemente inversiones foráneas.
Este argumento carece de explicaciones para los casos de países denominados «amigos» que, fuera de o enfrentados a los designios de los gobiernos de Estados Unidos, no han hecho ni hacen inversiones ni negocios estables, al parecer porque dudan de la capacidad del «gobierno receptor». O, por el contrario, confían en su facilidad para «desaparecer» una parte cuantiosa de la ayuda recibida.
Los autodenominados «dirigentes» de nuestro país no conciben planes, proyectos, estrategias en los que se tenga como constante ese agente externo, el bloqueo, y actúen en consecuencia, sino al parecer confían que el gobierno del norte ceda ante la presión internacional y cambie su política, lo que equivale a decir que los cubanos tenemos que aguardar a que el imperialismo desaparezca para aspirar a un cambio interno.
Mientras, los «gobernantes» esperan cómodamente, disfrutando en sus casas atendidas por sirvientes, de sus piscinas, de sus viajes al extranjero, de la seguridad de estudio para sus hijos en universidades fuera del país, de los negocios creados para sus familiares y amigos, todo lo cual ha sido y es pagado con los recursos esquilmados a la población. O adquiridos mediante mecanismos para que los emigrados contribuyan a su sostenimiento.
Pero el pueblo, las grandes masas desposeídas, hemos sido víctimas de las decisiones voluntaristas en lo político y económico de tales «dirigentes», apoyados por su claque. No son errores, sino políticas diseñadas con el objetivo central, esencial, de mantenerse en el disfrute del poder, es decir, de sus privilegios. No nos equivoquemos. No nos dejemos engañar.
***
Imagen principal: Sasha Durán / CXC.