La República Posible: pactos que ya se están firmando

«Las repúblicas se fundan con leyes, pero se sostienen con pactos no escritos entre quienes deciden convivir con dignidad».

Adaptación inspirada en Hannah Arendt y Norberto Bobbio

***

Bajo la cúpula del Capitolio, la Estatua de la República permanece inmóvil, pero no sorda. Esta vez, el Viajero no habla, escucha. Del otro lado del mar —o más bien, del otro lado del servidor— una voz joven se filtra desde la nube. No llega en forma de proclama, sino de código. No exige permiso, propone camino: «Ya no estamos esperando el momento ideal para hacer país —dice la voz—. Lo estamos haciendo igual, aunque no nos miren».

En ese cruce simbólico entre bronce y banda ancha, entre historia y algoritmo, se está incubando algo inesperado: una República sin decreto, pero con pacto; un acuerdo sin rúbrica oficial, pero con compromisos reales; una nueva arquitectura política que no nace del poder constituido, sino del poder emergente. La voz que llega desde la nube no grita, sino que susurra con firmeza: «No tenemos mármol ni micrófono, pero tenemos sentido, y estamos aquí, creando sin pedir permiso».

La Estatua escucha en silencio. Ha visto revoluciones, repúblicas y traiciones. Pero esta vez percibe algo distinto. No es otra toma del poder, es una fuga del centro. Una descentralización del alma nacional.

—¿Y qué quieren? —pregunta la voz antigua, desde lo alto del pedestal.

—Lo mismo que tú querías en tu origen: justicia, equidad, propósito. Pero ya no desde un decreto, sino desde la colaboración.

Desde su esquina del ciberespacio, el joven programador no aspira a dirigir un ministerio, busca que su chatbot de Inteligencia Artificial, para facilitar la construcción de consensos, funcione; que su colectivo autónomo se sostenga y aporte. La Estatua, de bronce endurecido, resiste el impulso de la ternura. Pero por dentro —relleno de hormigón hasta sus rodillas — comprende. La soberanía ya no está en los símbolos, está en los vínculos en las redes sinergéticas.

Se están firmando pactos. No en notarías ni asambleas, sino en grupos de WhatsApp, acuerdos entre MIPYMES, redes de solidaridad transnacional. Son pactos sin protocolo, pero con consecuencias. Estos acuerdos tienen algo en común: operan al margen del aparato estatal, pero no contra la nación. Están construyendo país, mientras otros siguen discutiendo quién manda.

Se trata de una República en borrador, una «república posible» que no espera a que cambien las leyes para empezar a funcionar. Su legitimidad nace de la utilidad, del respeto mutuo, de la solución compartida. Es la lógica de las autonomías que se alinean sin jefes. No buscan imponer una nueva hegemonía, sino reemplazar la parálisis con cooperación. No responden a partidos, sino a urgencias reales, y en su multiplicación está su fuerza.

La historia constitucional cubana ha sido una sucesión de promesas hechas desde arriba. Pero esta vez, algo distinto está ocurriendo: el contrato social no se redacta en congresos, se está tejiendo en la práctica. No hay Asamblea Constituyente, pero hay pactos ciudadanos funcionales; no hay partidos legalmente reconocidos, pero hay comunidades que cooperan sin pedir permiso; no hay Estado de Derecho, pero sí hay ética en acción.

Este nuevo contrato social nace desde la base y desde la nube. Es imperfecto, disperso, sin firma ni escudo, pero es real y tiene consecuencias. Allí donde el poder formal no llega —o llega para coartar—, emergen formas de legitimidad espontánea basadas en la utilidad compartida y la dignidad recuperada.

Los actores del poder tradicional siguen esperando su momento para imponer un nuevo marco, pero ya están llegando tarde. La República posible no será construida por decreto, sino que será reconocida a posteriori, si tienen la lucidez de ver lo que ya germina. La pregunta no es si habrá cambios, es si quienes se creen indispensables sabrán aceptar que ya no están al frente.

El Viajero levantó la mirada hacia la cúpula. Por un instante, creyó que la Estatua de la República le guiñaba un ojo. No estaba seguro, pero no importaba porque ya no necesitaba respuestas de bronce. Las estaba encontrando en las voces que no se escuchan en la Asamblea, pero que resuenan en los grupos de Telegram; en los pactos que no se publican en la Gaceta Oficial, pero que salvan el día a día;
en las redes donde nadie manda, pero todos cooperan.

La República posible no está esperando su turno, está ocurriendo. Y quienes no lo vean, quedarán atrapados en su propio mármol.

Oscar Visiedo

Informático cubano. Exdirector del Centro para el Intercambio Automatizado de Información (CENIAI).

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