Siempre es 26

Luego de la holocáustica «Patria o muerte», «Siempre es 26» resulta la frase más premonitoria de la historia oficial. Este eslogan ―que surgió en los años setenta desde el equipo 2 del Departamento de Orientación Revolucionaria, autodenominado «el hueso», al mando de la tristemente célebre Mirta Muñiz―, ha sobrevivido más de medio siglo como símbolo de orgullo revolucionario. Incluso, Omara Portuondo cantaba una canción con ese título. Era parte de la campaña por una fecha que, debiendo ser luctuosa por los muchos cubanos que perdieron la vida en acción, o que fueron torturados y asesinados con posterioridad a ella, fue convertido sin pudor en día festivo por los sobrevivientes.

Desde 1959, todo problema político, social, económico, humano, que ha afectado la dignidad de cada cubano, puede leerse como consecuencia directa de lo que el grupo de poder amparado en el simbolismo de ese eterno «26», impuso sobre la historia, sobre las personas, sobre la vida.

El 26 de julio de 1953 fue, en los hechos, un fracaso militar. El asalto al Cuartel Moncada terminó con decenas de jóvenes muertos, torturados, presos. Pero aquella derrota fue convertida en mito por la narrativa de un autócrata que, sin embargo, pudo defenderse en un juicio público con todos los derechos que no concedió después a sus oponentes.

Ese fracaso fue reescrito como inicio glorioso. La historia se volvió dogma y, con el tiempo, la fecha adquirió el significado de larga duración nacional. «Siempre es 26» nos sugiere que mañana todo será igual, es decir, un eterno fracaso. Visto desde la perspectiva de una cábala, resultaría de la multiplicación por dos del 13 ―«numero fatídico hijo mío», como dijera el personaje del cura interpretado magistralmente por Enrique Molina en el filme (también maldito) «Alicia en el país de maravillas».   Podría significar el cierre de un ciclo anterior para abrir uno más duro, rígido y autoritario; como efectivamente ha ocurrido en la historia cubana.

Digamos que ese encadenamiento a la frase es una pasión psicótica por el fracaso. Por ello no es ya un lema: es una condena. Cuba fue despojada de parte de su historia ―por ejemplo, su asunción como república el 20 de mayo―, ni hubo más pluralismo, debate, elecciones libres, participación ciudadana genuina, porque «Siempre es 26».

Somos continuidad por lo mismo. En verdad, nunca nos mintieron: no ha existido continuidad democrática, sino la de una casta política, un traspaso de poder entre hermanos, entre herederos del relato, entre guardianes del mismo libreto, pues «Siempre es 26». 

Lo han dicho abiertamente: no hay alternancia posible porque toda disidencia es entendida como traición a la memoria sagrada del 26. El tiempo político clausuró. Como si toda propuesta diferente debiera ser aplastada en nombre del sacrificio original; pero el sacrificio de otros, o de nosotros, y de quienes se han impuesto, pues «Siempre es 26».

Si a estas alturas considera que mi mirada es amarga, permítame demostrarle que la frase opera como axioma en cada espacio de la vida. Y aunque los axiomas, por definición, no requieren ser demostrados, intentaré hacerlo.

El dolor de otros es la fiesta de ellos. El disenso es prohibido por una única razón: si piensas distinto serás el enemigo. Juventud irredenta condenada sin juicios ni derechos; cárceles llenas de futuro; un país que no se mueve; una educación que adoctrina, pero no libera; un arte marchito por la censura; un premio al silencio; ancianos que mueren de hambre o abandono, algunos de ellos veteranos de esa misma fecha; todo prohibido y vigilado; familias rotas por exilio o éxodo, es decir: gente que escapa; vivir con miedo. Y el propio programa del Moncada, que prometía cambios medulares para Cuba, totalmente incumplido hoy. Porque, aunque digan que «Siempre es 26», los sobrevivientes de ese día olvidaron los sueños y aspiraciones de los que murieron, y de los que apoyaron esa lucha.

El 11 de julio lo dejaron claro. Cuba pidió, simplemente, respirar. Al salir a la calle y gritar su malestar, la respuesta fue: «Siempre es 26». Es ahora una frase vacía. Un tiempo que se repite. Una herida que abre en lugar de sanar. La historia no es así; ni eterna ni única. Los pueblos necesitan narrativas abiertas, días nuevos, otras fechas. El pueblo cubano merece un futuro. Uno donde las fechas no inmovilicen. Si «Siempre es 26», entonces nunca será 27. Y sin un 27, sin que el tiempo vuelva a transcurrir, Cuba no tiene futuro.

Esto me toca de cerca, no solo como cubano. La autora del eslogan que nos ha cosificado, fue mi madre.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

Pedro Pablo Aguilera

Filósofo, Especialista en Historia de la Filosofía.

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