Nombrar, manipular y normalizar: estrategias discursivas del poder en Cuba

En Cuba el hambre rara vez se llama hambre. La miseria siempre se disfraza de «situación coyuntural» y el apagón con frecuencia deja de ser la falta de energía eléctrica para convertirse en un «déficit temporal», provocado, no por la pésima gestión estatal, sino por las sanciones del bloqueo que, en realidad, es un embargo. 

Y es que, en los regímenes autoritarios, el poder se impone también mediante el discurso, en ocasiones más eficiente que la propia represión o la vigilancia. En la Isla, el lenguaje oficialista ha sido un recurso constante que permite a sus máximas figuras moldear percepciones, suavizar realidades y controlar el imaginario colectivo. 

Para conseguir tal estado de desinformación permanente, echan mano entonces a periodistas cómplices y agentes de opinión que, lejos de nombrar la crisis por lo que es (una condición sistémica de precariedad socioeconómica y exclusión política), recurren a eufemismos, construcciones simbólicas y falacias argumentativas que intentan encubrir la magnitud del problema y normalizarlo. 

El discurso, según el teórico holandés Teun Van Dijk, debe entenderse como una práctica social: un uso del lenguaje situado en un contexto, que involucra actores sociales en interacción y que, lejos de ser neutral, reproduce significados, ideologías y formas de dominación. 

Eufemismos al servicio del régimen

Si hablamos de eufemismos patentados por la narrativa oficialista, no podemos dejar de mencionar uno de los más malévolos: «Período especial en tiempos de paz». Y la importancia de esta construcción reside precisamente en su efectividad y en la credibilidad de las fuentes de información controladas por el régimen cuando la población no tenía acceso a internet ni a medios de periodismo independiente. Una buena parte de los cubanos que residían en la Isla durante los terribles años noventa, realmente creía que la crisis humanitaria que sufría el país era temporal. 

Pero definamos primero qué es un eufemismo desde el apoyo teórico que nos ofrece el Análisis crítico del discurso. De acuerdo con el propio Van Dijk, no se trata de un error lingüístico o de simples adornos del lenguaje, sino que constituye, por derecho propio, un mecanismo deliberado de manipulación ideológica, diseñado para «moldear la percepción pública, silenciar la crítica y proteger al poder de la indignación social».

Continuemos entonces diseccionando de forma ligera algunos ejemplos recientes de eufemismos empleados por la prensa estatal para esconder, o al menos pretender ocultar, que el país ahora mismo atraviesa por una crisis tan severa que el «período especial» parece un buen recuerdo. 

Para esta exploración no hay mejor caldo de cultivo que el infame periódico Granma. En su edición digital del 17 de septiembre de 2025, fue publicado, como ya es mala costumbre, un texto que describe someramente la enorme diferencia entre la demanda que generan los hogares cubanos y la capacidad de generación de las obsoletas plantas eléctricas nacionales. 

Su título, «Afectaciones al servicio eléctrico para hoy miércoles», nos regala la primera de esas construcciones discursivas al emplear la palabra «afectaciones» como forma indirecta y tecnocrática de referirse a los apagones masivos y sostenidos que afectan a millones de personas. Con total impunidad, el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba no comunica el sufrimiento cotidiano, las pérdidas económicas ni el desgaste social que implican esas interrupciones prolongadas.

La nota, aunque breve, está cargada de eufemismos cuidadosamente elegidos. Al hablar de un «déficit de capacidad de generación», en realidad están encubriendo el colapso de un sistema energético devastado por años de mala gestión, abandono y opacidad. Expresiones como «unidades fuera por mantenimiento» o «problemas por falta de combustible», pretenden maquillar la gravedad del desastre al trasladar la atención hacia lo técnico y diluir así cualquier responsabilidad política.

Imágenes gastadas, símbolos reciclados

Otra de las herramientas discursivas más usadas por el régimen cubano, son las construcciones simbólicas. Se trata de un repertorio al que recurren una y otra vez sin vergüenza ni renovación. Las mismas imágenes, frases y gestos de hace más de seis décadas. El «pueblo heroico», el «enemigo imperial», los «jóvenes comprometidos», el «eterno Comandante», y la infaltable «batalla de ideas» componen una iconografía agotada, que el poder sigue usando como si la gente viviera aún en 1970. 

Las representaciones sociales que se cimentan en el discurso político cubano, sustentadas en imágenes de lucha, resistencia y heroísmo, no solo desentierran el pasado revolucionario, sino que lo eternizan como única muestra legítima de identidad nacional. Lo iconográfico opera entonces como refugio narrativo: una forma de dotar de épica lo que en verdad es decadencia.

No obstante, el lenguaje simbólico también envejece, y el problema del gobierno cubano es que resulta incapaz de renovarlo. Cada repetición vacía de estos símbolos, lejos de evocar unidad y fervor, genera desgaste, hartazgo y desafección.

En el texto publicado por Cubadebate a raíz de la muerte de Ricardo Cabrisas, encontramos riquísimos ejemplos que respaldan este análisis.  Se lo describe como «cuadro de gran experiencia» y se alude a su «extensa hoja de servicios a la Patria», posicionándolo no como un funcionario con bastantes sombras, sino como un símbolo incuestionable de fidelidad revolucionaria. 

En lugar de una reflexión crítica o evaluación de su legado, se consolida un retrato mítico que es funcional al discurso de continuidad del poder. La construcción del sacrificio aparece también cuando se afirma que «hasta los últimos días de su vida se mantuvo trabajando», presentando la entrega como virtud moral superior. 

Volvamos otra vez a Van Dijk (2003, p. 186), que en su libro Discurso y poder argumenta: «Las élites, definidas en términos de recursos simbólicos, son literalmente el grupo que tiene “más que decir” y, por ende, también un acceso preferencial a las mentes del público general». Afortunadamente para los cubanos, ese acceso del régimen a nuestras mentes es cada vez más débil, tanto como el propio sistema que sostiene. 

El arte de mentir con solemnidad: falacias como doctrina de Estado

El Estado cubano y sus agentes de opinión, tanto los más destacados como los que permanecen en las sombras y llenan de comentarios las redes sociales, recurren además a la mentira limpia y descarada. En el análisis del discurso podríamos describir este fenómeno como simples falacias argumentativas que, a la corta o a la larga, buscan cambiar el verdadero tono de la vida en la Isla. 

Ahora bien, el uso sistemático de estas figuras retóricas no es producto de la ignorancia ni del descuido ideológico: constituye una estrategia deliberada de manipulación política. El régimen sabe muy bien lo que está haciendo y sus decisores comprenden que cuando el discurso se construye sobre falacias, la verdad deja de ser un obstáculo y se convierte en víctima.

Qué no nos quede ninguna duda, en los sistemas autoritarios, este elemento del lenguaje opera como una estructura de legitimación que suple la ausencia de realidad con una sobreproducción de consignas. Pero veamos un ejemplo ilustrativo, no solo por lo que dice, sino por quién lo hace.

«La Habana fue otra: cantó Silvio Rodríguez», es un texto publicado por Pedro Jorge Velázquez (El Necio) a propósito del último concierto del trovador en la capital del país. Se trata de una prosa con poco o ningún valor periodístico y plagada de estas mismas construcciones idiomáticas que pretendemos analizar someramente, sin toda la profundidad que amerita el tema. 

«Los que mienten con todas las letras sobre Cuba, los que odian…» escribe El Necio para descalificar moralmente a quienes, de una forma u otra, nos oponemos al régimen. En lugar de refutar argumentos, se desacredita al interlocutor, al etiquetarlo de mentiroso u odiador mediante una clásica falacia ad hominem que tiene como propósito desviar el foco del debate hacia ataques personales con el fin de invalidar la crítica sin responder a su contenido. 

Retomamos la lectura y encontramos entonces una generalización apresurada: «Hay muchas cosas que han mejorado, pero nadie lo dice», con la cual se intenta utilizar percepciones individuales para extraer juicios infundados que no describen la totalidad del fenómeno. Como advierte Douglas Walton, «la generalización apresurada ocurre cuando se saca una conclusión universal a partir de una muestra insuficiente o no representativa».

Manual de instrucciones para manipular con solemnidad

Manipular con solemnidad no es mentir de cualquier manera. No basta falsear datos o repetir consignas vacías: se requiere hacerlo con voz grave, ceño fruncido y absoluta convicción (un clásico, Rafael Serrano). Y no hay que ser experto en Análisis crítico del discurso para entender que la dictadura cubana ha «refinado» ese arte durante más de seis décadas. 

El primer paso en su manual es controlar el léxico y aprobar todo lo que se dice, o lo que no se dice, que a veces es mucho más importante. El término correcto no es «hambre», sino «dificultad coyuntural». La palabra adecuada no es «represión», sino «respuesta institucional». Porque, ¿qué sentido tiene llamar a las cosas por su nombre cuando puedes recurrir a eufemismos que funcionan como anestesia semántica?

Una vez superada la fase inicial, los agentes de opinión del régimen (periodistas y otros) pasan a la sacralización del discurso para buscar la resignación emocional en tono litúrgico: el «sacrificio del pueblo», la «voluntad inquebrantable», los «logros irrefutables».  La solemnidad crea una atmósfera donde cuestionar es inconveniente y sacrílego.

Luego llega la oportunidad para construir un enemigo eterno que permita desplazar la culpa mediante falacias baratas. No importa si se trata del «imperialismo yanqui» o del «terrorismo mediático de los odiadores», mientras las falencias internas sean causadas siempre por situaciones ajenas, encargadas de sabotear el trabajo impecable de los de adentro. 

El manual también exige borrar los matices, porque es mucho más cómodo para el castrismo lidiar con lógicas binarias que borren el pensamiento crítico. No hay grises, solo blanco o negro, «revolucionario o contrarrevolucionario», «patriota o traidor». Estamos entonces en el tramo final: normalizar la manipulación para que el pueblo repita el discurso vacío, naturalice el absurdo y piense que los eufemismos son ideas propias. 

La credibilidad de estos personajes y sus maestros titiriteros va en picada con una velocidad nunca antes vista. Al gobierno de La Habana debemos quitarle también el poder de vendernos la crisis cual panacea eterna. Como al principio, volvemos a Van Dijk: «Los receptores no son pasivos: pueden resistir, rechazar o redefinir los discursos de poder». Y ahí radica nuestra fuerza: en no aceptar como destino lo que no es más que manipulación disfrazada de verdad.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

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Anay González Figueredo

Licenciada en Periodismo y Máster en Comunicación. Especializada en análisis del discurso y medios digitales.

https://www.facebook.com/Anay.GonzalezF
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