El juicio de los estudiantes: memoria, universidad y responsabilidad cívica

En 1934, una vez conseguida cierta estabilidad en Cuba tras la caída del gobierno de Gerardo Machado, se volvió a abrir la Universidad. Los estudiantes, entonces, estuvieron en posición de pedir cuentas a los profesores que colaboraron con la represión durante la dictadura.

La Comisión Depuradora creada con tal objetivo, contó entre sus principales figuras con muchos de los miembros de los Directorios Estudiantiles Universitarios (DEU) del 27 y el 30. Durante ocho meses, figuras como Aureliano Sánchez Arango, Raúl Roa, Carlos Prío, etc., analizaron la actuación de los catedráticos en los ocho años de dictadura. Finalmente, siguiendo el estilo democrático del DEU del 30, se celebraron las asambleas. A teatro lleno, y contando siempre con presidencias rotativas, los estudiantes votaron, caso por caso, cada propuesta.

El precedente histórico y jurídico del hecho debería alertar a los docentes que hoy permiten actos de represión contra sus estudiantes al interior de las propias universidades. Es bueno rememorar que la justicia puede tardar, pero inexorablemente llega. Por ello nos sentimos en el deber de apelar a la memoria histórica de la nación.

Entonces

En 1927, una comisión de profesores de la Universidad había decretado fuertes sanciones a los alumnos que integraban el Directorio Estudiantil Universitario de 1927 Contra la Prórroga de Poderes (DEU del 27), y que habían firmado el manifiesto en que se oponían a la componenda electoral reelegista del presidente Machado.

Dichas sanciones abarcaban, desde separaciones por quince años de la universidad, hasta amonestaciones leves. Esgrimiendo criterios como los de «atentado a la autoridad del Presidente», «indisciplina», entre otros, aquellos profesores se alinearon con la dictadura. Durante seis años les fue bien.

Luego del bautismo de sangre del 30 de septiembre de 1930, y precisados por la dictadura, los docentes debieron elegir entre el honor de su profesión como educadores o la permanencia en sus cargos vitalicios. Muchos escogieron el camino de la deshonra, y durante algunos años les fue bien.

Ese claustro, con algunas excepciones, no podría escapar del escarnio social. Se había llenado de infamia desde que nombrara, en 1926, al futuro dictador como Doctor Honoris Causa. El repudio de gran parte del campus universitario no pudo evitar entonces que se cometiera tamaña afrenta al espíritu del Alma Máter.

Comisión Depuradora.

Siete años después de las sanciones de 1927, la justicia tocó las puertas de sus cátedras. En dos asambleas se sometió a votación cada nombre propuesto para expulsión. Se brindó, incluso, la oportunidad de que el estudiante que considerara que se estaba cometiendo una injusticia, se levantara y defendiera el caso. Pese a ello, la asamblea votó que todos los profesores miembros del Consejo disciplinario de 1927, en unión de aquellos que se alinearon con la dictadura a partir de 1930, fueran expulsados de la universidad.

Mas era justicia y no venganza lo que pretendían los estudiantes, por lo que los miembros de los Directorios solicitaron la realización de una nueva asamblea que volviera a someter a votación, y posibles defensas, los casos de los expulsados. Esta Comisión Mixta fue presidida por Aureliano Sánchez Arango, que contaba con la autoridad suficiente para imponer silencio, o cordura, en un teatro donde fácilmente podían estar mil personas, y no pocas armadas, como se hizo costumbre en aquella época.

Las palabras pronunciadas entonces por José Chelala resuenan hoy con fuerza: «el estudiantado no podía permitir la inmoralidad de profesores que pretendían desmoralizarlos regalándoles notas y era necesario reconocer que más de la mitad de los profesores se hallaban metidos en el fango del que habían pretendido salir cubriéndose el rostro con una máscara verde (…)». 

Hoy

La ola de protestas estudiantiles que presenciamos desde finales de mayo, motivadas por el tarifazo de ETECSA, es una gota más en el enfrentamiento contra el régimen ineficiente y esquilmador que existe en Cuba. La historia es un ente vivo, con pulsaciones y ritmos dispares; los procesos dormidos durante décadas se aceleran y contraen ante el más impredecible catalizador.

El ejercicio de la historia y los hechos pasados, debe mirarse asimismo ante el espejo del presente. Los jóvenes de hoy deben saber que José Antonio Echeverría, antes de dar su nombre a varios lugares de La Habana, fue un muchacho más de la Colina. Y antes de él, la generación del DEU del 30, con el ejemplo tenaz ―notablemente revolucionario y feminista― de sus miembros, emergió como faro de dignidad frente una sociedad encorsetada entre dos generaciones, con la nación al borde del colapso estructural. Esa camada incluyó al último presidente elegido democráticamente en el remoto 1948.

La Cuba de hoy requiere de sus estudiantes el esfuerzo mayor de una educación que pagan con desvelos y angustias perennes. Atrapados entre el «irse ahora o después», azorados ante el colapso de un proceso en interminable descomposición, que se aferra a un poder pírrico; sin espacios públicos para revertir su situación, sin acceso a la transformación de la realidad política del país, y ante la persistente sombra de la represión policial, los estudiantes han tomado su lugar como importantes actores de transformación.

La patria necesita ciudadanos, romper el «sujeto-no persona» que el régimen ha usado ante aquellos que exteriorizan públicamente la crítica y el disenso. Los estudiantes universitarios de hoy han decidido serlo: desafían la inercia de sus padres y abuelos, son revolucionarios nuevamente, son rebeldes y, por primera vez en seis décadas, vuelven a sacudir la conciencia nacional con sus reivindicaciones y voces.

Levantar la mano contra ellos es hacerlo contra el futuro de la nación. A los que olvidan ciertas lecciones históricas les recordamos: la justicia puede tardar, pero siempre llega.

La orden de reprimir fue dada, los claustros de profesores también son conscientes de ello. Por los pasillos de sus campus caminan los que intimidan a aquellos que ustedes deberían proteger.

Véanse en el ejemplo de sus alumnos, aprehendan está lección histórica. Desde el siglo XIX la Historia de Cuba tiene la costumbre dinámica de recordar a los que, en el momento de las definiciones, traicionaron a sus estudiantes para aliarse a las dictaduras.

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* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.

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Imagen principal: El Tiempo.

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La dignidad ya ha vencido el miedo. Los estudiantes no están solos