Autonomías libres: el país que se irá reconstruyendo entre todos

El Viajero regresó al Capitolio no movido por nostalgia, sino por una vibración distinta: la de un país que, aun en ruinas, comienza a tejer con hilo nuevo. Desde el kilómetro cero —origen simbólico de todas las distancias— brota ahora una posible ruta para la reconstrucción nacional.

El punto de partida fue el grito universitario. Las protestas en la Universidad de La Habana no fueron una más. Expresaban una voluntad distinta: «No queremos banderas, queremos futuro». Fue más que protesta: fue hipótesis de país, una llamada a la autonomía, no solo a la libertad; a responsabilidad, no solo a reclamo. Ese gesto desbordó los muros universitarios y resonó en el Capitolio como clamor estructural.

Frente al colapso funcional del Estado cubano y al agotamiento del modelo centralista, emerge el Sistema de Autonomías Libres: una estrategia cívica distribuida, una red de espacios autónomos que actúan en paralelo al Estado —sin confrontarlo directamente, pero sí debilitando su monopolio. No se trata de reemplazar el control estatal con nuevas élites, sino de dispersar el poder en múltiples nodos de acción ética y funcional.

El Sistema de Autonomías Libres no es un plan cerrado ni un manual técnico; es una arquitectura ética en construcción, guiada por el principio de que nadie lo puede todo, pero todos podemos algo.

Este sistema está compuesto por al menos nueve subsistemas vitales:

  • Autonomía Universitaria: pensamiento crítico y cívico.

  • Energética: resiliencia con energías renovables.

  • Económica: redes productivas autónomas.

  • Informativa: comunicación veraz y descentralizada.

  • Campesinado: soberanía alimentaria y agroecología.

  • Cultural: relato simbólico y memoria activa.

  • Municipal: gobernanza vecinal participativa.

  • Derechos Humanos: protección de la dignidad.

  • Diáspora: vínculo estratégico transnacional.

Una encuesta reciente publicada por el medio digital Árbol Invertido preguntó a sus lectores: «¿Qué deben hacer los cubanos para salir de la crisis nacional?». Con 52 votos registrados, el 75% respondió «forzar un cambio de gobierno», mientras que solo un 2% expresó confianza en el actual gobierno, y un 0% optó por «esperar que las cosas se arreglen solas» o «enviar más remesas».

Este resultado, aunque no representativo estadísticamente, capta un estado emocional y político compartido: el agotamiento de la ciudadanía frente a las soluciones oficiales y la percepción generalizada de que el cambio es urgente y debe ser estructural.

Frente a ese clamor, la propuesta del Sistema de Autonomías Libres no contradice la necesidad de transformación, sino que la canaliza de manera cívica, descentralizada y estratégica. No se trata de forzar desde arriba, ni de esperar un colapso, sino de construir desde abajo una arquitectura ética de poder distribuido. Esta vía ofrece una respuesta concreta y participativa al deseo de cambio, evitando tanto la inacción como la dependencia de fuerzas externas.

Cada autonomía aporta algo imprescindible. No se duplican, se complementan. Su fuerza reside en que ya existen, aunque aún dispersas y sin nombre común. Juntas, tejen una infraestructura de soberanía distribuida. La apuesta es por una épica coral, no por nuevos héroes únicos. El éxito del sistema dependerá de los perfiles humanos que lo impulsen: educadores éticos, tecnólogos cívicos, campesinos regenerativos, periodistas, artistas, facilitadoras, emprendedores transnacionales… Liderazgos múltiples, distribuidos y éticamente alineados.

En el presente, estas autonomías son zonas de supervivencia ética. En el futuro inmediato —si logramos articularlas y protegerlas— serán la base de un nuevo orden posautoritario. Un país distribuido donde la institucionalidad nazca de la práctica ciudadana, no de decretos ni de pactos elitistas.

Aquí entra Cuba Transnacional: un país-red que supera la frontera física y se activa desde la nube. Desde la misma se accederá, a través de la IA a la información global integrada estratégicamente y se construirán consensos. Se fortalecerá la competitividad como garantía de soberanía nacional. Esta plataforma no será una red social más, bajo manejo de los algoritmos del mercado de la atención, sino un espacio generador de sinergias entre ciudadanos autónomos, donde múltiples Chatbots de IA actuarán como facilitadores.

La historia nos enseña que el todo o nada solo alimenta el eterno ‘negocio del conflicto’. Hoy, la reconstrucción comienza cuando decidimos sumar en lugar de imponer. Frente a los extremos, la esta óptica es disruptiva y desafiante: no esperar, sino activar. No pedir permiso, sino construir legitimidad desde la utilidad concreta. No imponerse, sino coordinar. La diáspora cubana no es vista como recurso externo, sino como parte constituyente del nuevo cuerpo político nacional. Su rol es clave: aportar legitimidad, saberes, tecnología y capacidad de conexión global. Cada autonomía se multiplica cuando se vincula orgánicamente con nodos activos en la diáspora.

El Viajero, antes de marcharse del Capitolio, escribió en su libreta:

No es un líder lo que falta, sino un sistema donde todos lideren algo. Ese sistema ya está germinando. Falta nombrarlo, conectarlo, protegerlo y amplificarlo. Esa será la tarea de la Cuba Transnacional que viene.

Y se preguntó para después:

¿Qué condiciones mínimas permitirían activar cada autonomía en Cuba sin esperar un cambio de régimen, y cómo pueden protegerse de la cooptación o la represión? ¿De qué manera pueden las comunidades cubanas identificar su lugar dentro de este sistema sin caer en fragmentaciones, ni en reproducciones del mismo verticalismo que intentamos superar? ¿Puede una Constitución de facto nacer del tejido autónomo y ciudadano, sin depender de una asamblea oficial ni de un poder constituido?

Daremos respuesta a las mismas en nuestro próximo articulo del KM Cero del Capitolio. Hasta la próxima…

Oscar Visiedo

Informático cubano. Exdirector del Centro para el Intercambio Automatizado de Información (CENIAI).

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El dilema cubano: trascender o colapsar