Las lecciones de mayo
El primer día de mayo, tras preparativos costosos e imprudentes en medio de la enorme crisis nacional, el gobierno cubano presumía de masivo respaldo. El penúltimo día de mayo, sin aviso previo, el mismo gobierno agradeció «el apoyo del pueblo trabajador» con un tarifazo que incrementó de manera abusiva los precios de acceso a internet y excluyó, aún más, a las personas que no reciben dólares del exterior. El último día de mayo, en las universidades de casi toda la Isla, inició una protesta estudiantil protagonizada por la segunda generación nacida tras la caída del muro de Berlín y la primera en disponer de un móvil desde que tiene uso de razón.
El mes de la primavera, que simboliza la fructificación y la maternidad, el momento en que la naturaleza muestra el vigor de la vida, sirvió de marco otra vez ―recordemos el mayo francés― para que la juventud universitaria, con una rica historia de luchas en esta Isla, saliera de un letargo cívico inducido.
Tantas personas presas en Cuba por motivos políticos con el fin de desestimular la protesta como práctica cívica; intelectuales y artistas reprimidos; ejércitos de ciber-combatientes y de agentes en motos, vigilando, advirtiendo, coaccionando; toneladas de papel gastado en citaciones a «entrevistas»; fiscales y jueces venales; oficiales de Contrainteligencia en sus oficinas climatizadas, creyéndose los ojos sin párpados de Sauron o el Gran Hermano de Orwell o el policía visionario de Minority Report... Tanta «profilaxis preventiva» ordenada por el Consejo de Ministros para que, en su retaguardia ideológica, en los bastiones protegidos por décadas de adoctrinamiento y verticalismo que son las universidades, se demostrara que ninguna cláusula de intangibilidad podrá evitar el curso indetenible de la historia.
El devenir de la humanidad ofrece la certeza de que ningún tipo de sociedad es inalterable. Si el cambio social no fuese posible, las comunas esclavizadas del antiguo Egipto —con su estado absolutista, teocrático y centralizado— existirían aún. El derrumbe del campo socialista dejó muy claro que ningún sistema político es definitivo, que son los hombres y mujeres, como sujetos activos, los que pueden decidir sobre sus condiciones de existencia y, mediante la práctica política, transformarlas.
El sentimiento de frustración colectiva que tan bien ha sabido inocular en nosotros este sistema, pretendió mutar al sujeto social en ente pasivo, obediente a una voluntad superior, dirigido hacia un destino inexorable del cual no puede escapar. Sin embargo, especialmente en los últimos años, el régimen ha cometido el enorme error de dar la espalda a la experiencia histórica e intentar combatir, mediante la violencia, la toma de conciencia política de la sociedad civil; pretensión que pudiera compararse con el vano intento de detener una avalancha solo con la fuerza de la mente.
El estado y su policía política respondieron a la protesta de mayo como es costumbre: amenazando a los estudiantes con liderazgo, ejerciendo presiones a través de los claustros, funcionarios y familias y, finalmente, ofreciendo una farsa dialogante a partir de la creación de un Grupo Multidisciplinario designado de manera vertical.
El supuesto apaciguamiento de este episodio cívico pudiera interpretarse de manera errónea ―por el gobierno y por nosotros―, como un deja vu. Pero está muy lejos de serlo. Los hechos nunca deben ser examinados sin concatenación con otros hechos y de acuerdo al contexto específico donde se generan.
¿Qué es lo nuevo en el actual contexto?
Estas pudieran ser algunas pautas de análisis:
Ocupación simbólica del discurso.
Esto fue mucho más allá de una protesta por precios abusivos, si bien fue ese el catalizador. Escuchamos y vimos a los jóvenes universitarios tomando para sí, y llenando de sentido, palabras y demandas que fueron hasta hace poco patrimonio del discurso político, y que ahora no son creíbles en boca de una dirigencia corrupta, cínica y demagógica: «pueblo», «dignidad», «igualdad», «control ciudadano sobre la propiedad de todos» ...
No fue un estallido social con las calles como escenario; no fueron gritos de ira o palabrotas. Fueron argumentos expresados en aulas y teatros universitarios. No era la FEU, era también el pueblo a través de las más jóvenes generaciones, las que nacieron y han vivido un período nada especial.
Ningún dirigente político se atrevió a presentarse, a pesar de que muchos estudiantes lo solicitaron. Miguel Díaz-Canel prefiere las acampadas bien ensayadas con jóvenes de Pañuelos Rojos, pero nunca se atrevería a intercambiar con estos que tanto tenían que decir, y a los que sería infructuoso criminalizar o acusar de vandalismo, como hicieron con los manifestantes del 11j. Sin embargo, aunque no dieron la cara, seguramente tomaron nota de todo. Y eso, sin dudas, es un motivo más de preocupación para el grupo de poder. No debe ser nada fácil que le expropien su viejo discurso y que suene más creíble ahora para deconstruirlos a ellos.
Imposibilidad de una válvula de descompresión migratoria masiva.
Las protestas de mayo han sido, cronológicamente, tras la sentada del 27N en 2020, y del estallido social del 2021, el tercer episodio masivo de protestas; pero el segundo en importancia después del 11j si atendemos a su duración, cantidad de personas implicadas y dispersión espacial por casi todas las provincias.
Incentivar oleadas migratorias hacia Estados Unidos para restar presión política interna, ha sido una vieja y exitosa estrategia de la dirigencia insular. Así ocurrió en los sesenta con el puente de Camarioca, en los ochenta a raíz del Mariel, y en los 90 para responder al Maleconazo. Luego del estallido social del verano de 2021, y con la colaboración del gobierno de Nicaragua, fue facilitada la tristemente famosa «ruta de los volcanes», por la cual emigraron cientos de miles de compatriotas hacia el país norteño.
Si comparamos el nivel de agudización de la crisis económica en todas esas etapas de éxodo masivo, podría afirmarse que en ninguna de ellas ―lo que incluye al 2021, en plena pandemia―, la situación fue peor que la existente al día de hoy. El gobierno cubano ha sido incapaz de revertir la dramática situación interna, lejos de ello, cada día es peor que el anterior.
De tal modo, la protesta de mayo tiene lugar en un momento muy complejo, porque la crisis económica y política es coincidente con un contexto de intolerancia a la migración por parte del gobierno xenófobo de Donald Trump. A diario vemos cubanos cazados en las calles de Estados Unidos, o en redadas en las cortes, donde intentaban regular su estatus legal; encerrados en centros de detención bajo condiciones indignas; deportados hacia Cuba, y separados de sus familias.
La tradicional válvula de descompresión masiva no puede funcionar ahora, cuando tanto la necesitaría el gobierno cubano. Y aunque siempre habrá personas que se arriesguen a otros destinos ―Brasil, Uruguay―, estos son más lejanos, caros y no tienen el atractivo de la más numerosa comunidad cubana fuera de la Isla ni los privilegios que ofrecía Estados Unidos para regularizar la situación migratoria.
El contexto actual es absolutamente novedoso si se le compara con la tendencia histórica: tenemos un incremento cotidiano, sistemático y sin precedentes de la crisis económica; en consecuencia, existe un aumento de la participación política y el descontento social, como observamos entre el gremio estudiantil; pero ello coincide con el cierre hermético de las fronteras norteamericanas.
Es la primera ocasión en que se reúnen estos factores.
Traslado lógico del disenso fuera de la esfera virtual.
Resulta muy claro que el tarifazo, más que un objetivo recaudatorio, tuvo como leitmotiv la restricción drástica del acceso a internet, el cual ha sido, desde la óptica de un estado autoritario, un disturbio, una especie de mal necesario, pero demasiado costoso a nivel de pérdida del control social. El presidente Díaz-Canel aseguró hace poco tiempo que en las redes sociales estaba el «verdadero reto» y las batallas por librar. Esa batalla, evidentemente, la dieron por perdida. El tarifazo es la respuesta a su derrota.
Internet garantizó a la gente en Cuba cosas tan valiosas como información, posibilidad de expresión, alianzas y redes de apoyo para las personas en pobreza extrema que jamás han tenido acceso a conexión alguna. No obstante, navegar por internet ―similar a lo que ocurre con el éxodo migratorio―, era también una gran válvula de descompresión que contribuía a la catarsis de algunos, al entretenimiento de muchos, a los negocios de otros, y a la enajenación de no pocos. Era el lugar del exilio interno.
El verdadero reto y las batallas decisivas, aún las pacíficas, siempre se ubicaron fuera de la red de redes. Pues bien, al recortar drásticamente la posibilidad de acceso, esa es una segunda válvula de descompresión que se cierra. De tal forma, en poco tiempo el gobierno cubano tendrá que lidiar con el traslado paulatino del disenso desde la esfera virtual a la real. Para evitarlo tendría que lograr una mejoría ostensible de las condiciones de existencia, al menos en las esferas de la alimentación y la generación de electricidad, lo que no parece probable.
Sin las válvulas de salida que eran la emigración y el exilio interno, hemos perdido dos lastres importantes que ralentizaron por mucho tiempo la participación cívica de la ciudadanía cubana. Como bien dijo el novelista norteamericano Charles «Chuck» Palahniuk: «solo después de perder todo eres libre para hacer cualquier cosa».
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.