Una República para todos. ¿Sueño imposible?

Para los nacidos después de 1959, la República surgida en 1902 se nos construyó como símbolo de un pasado espurio. Definía un período signado por la corrupción, el latrocinio, la explotación, el racismo, la represión y la dependencia económica a los Estados Unidos de Norteamérica.

El 20 de mayo fue desechado como efemérides, pues el nacimiento de un estado nación lastrado por el plattismo y la subordinación económica, se entendía como una frustración del sueño político martiano. La república se nos presentó entonces como espacio de ruptura con los ideales de independencia; mientras, por contraposición, la revolución socialista sería mostrada como continuadora del ideario del Apóstol.

Esta concepción, alimentada desde los espacios docentes, políticos y mediáticos, se constituía como un factor más de legitimación para el rumbo tomado por la revolución democrática, antimperialista y popular de 1959.

No es estéril afirmar que el proceso iniciado en 1953 fue posible por el profundo arraigo del espíritu cívico en la nación cubana. Virtud gestada desde los campos insurrectos y consolidada en las luchas sociales de los primeros cincuenta años del siglo XX, en pro de un ideal de república. En el imaginario político nacional, el modelo republicano se presentaba como el ámbito paradigmático para albergar un Estado de Derecho, donde el ejercicio de la libertad personal, de ideas y expresión, fuesen garantizadas por la plena independencia.

Es en la ejecutoria martiana que la dimensión republicana alcanza sus cotas más altas de contenido ético en la política. Al concebir una nación que debía ser «con todos y para el bien de todos», sus acciones se dirigieron a la construcción de un espacio, la república, en el que las instituciones garantizaran la concreción del ejercicio de la dignidad plena de todos sus habitantes.

Cada etapa de nuestra historia como estado nación, desde su proclamación el 20 de mayo de 1902 hasta la fecha, ha estado signada por la aspiración de implementar esa república soñada. Sin embargo, la noble pretensión, a pesar de las fuerzas revolucionarias, se ha frustrado en los tres períodos de ejercicio republicano vividos en Cuba: 1901-1935, 1940-1952 y 1976 hasta hoy.

Las causas del fracaso son múltiples y algunas acusan particularidades propias de sus contextos históricos. Pero existen similitudes entre las etapas que evidencian una permanencia estructural de «larga duración». Sería simplista enumerar a priori elementos que considero inciden en el fracaso de la etapa republicana que compartimos, sin afirmar que, sin dudas, mucho avanzamos como nación en la búsqueda del ideal martiano de justicia social. Pero los avances deben ser cuantificables por costo y duración temporal.

Considero esenciales dos factores, y un tercero, no menos importante, que se genera en la confluencia de los precedentes: el carácter subordinado de nuestra economía, la práctica de la clase política y la respuesta de la sociedad.

No es posible la articulación y el libre ejercicio democrático en condiciones de sometimiento económico. Este factor nos lastra desde el siglo XIX. Los resultados de cincuenta y ocho años de dependencia a los Estados Unidos y la posterior implementación del modelo de desarrollo soviético con subordinación al CAME, no contribuyeron al desarrollo orgánico de nuestra economía, situación acentuada al extremo en el último lustro.

Pudiera esperarse que treinta y cuatro años después, las lecciones del «período especial» y nuestra realidad objetiva determinasen el trazado de una política económica coherente, tema recurrente a nivel discursivo pero escaso en acciones públicas concretas.

Alcanzar la soberanía económica pasa hoy, inclusive para los no expertos, por una transformación de las estructuras de producción. Pero una verdadera reforma económica alzaría nuevos actores que, transformados en capital político, demandarían una cuota en las decisiones políticas a todos los niveles.

Esto resulta imposible dentro de los marcos de nuestro modelo estadual, cuya institucionalidad está diseñada para sostener la hegemonía de un grupo de actores políticos que acaparan el poder en detrimento de otros, incluidos los de su mismo signo político. La existencia de un Partido único, el abuso de sus prerrogativas y el ejercicio dictatorial del sector oligárquico, impiden la pluralidad de opiniones, visiones y acciones; las cuales ―lo demuestra la historia―, son esenciales para el desarrollo de cualquier sociedad.

En Cuba, los liderazgos de las fuerzas revolucionarias, en todas las etapas, han devenido clase política y acaparado el ejercicio absoluto del poder, al esgrimir sus hojas de servicio revolucionario como potestad exclusiva. En los dos primeros períodos republicanos, tal práctica no impidió el desarrollo de una pluralidad de posicionamientos políticos y la participación activa de la sociedad civil en su rol de factor de transformación.

La evolución del liderazgo de un sector de las fuerzas revolucionarias de 1959 en oligarquía, y el consiguiente tránsito hacia una clase burocrática, cercenó todo ejercicio del espíritu republicano institucional y del civismo social. El caudillismo carismático no devino caciquismo, sino culto a la personalidad, veneración a la infalibilidad de un hombre y su círculo allegado: la generación histórica.

No debe sorprendernos la apatía política de grandes sectores de nuestra sociedad. El devenir histórico se presenta como fatum irreversible, el encumbramiento de cada nueva clase política se siente como traición al ideal, a la esperanza de un renacimiento. Entonces emergen los individualismos, la sordera y ceguera se enseñorean y las voces que claman en el desierto pueden ser oídas, pero no escuchadas.

La desidia e indolencia no son características nuestras por determinismo cultural; son armas de supervivencia ante la corrupción y la defenestración de la misma legalidad construida. Son intersticios nuestros que reproducen desde la subordinación, la práctica y el discurso de la hegemonía. Son los ámbitos de prevalencia de un pueblo al que le fueron limitadas todas las opciones de verdadera participación.

¿Es posible materializar el sueño martiano? ¿Qué la palabra honesta y la posibilidad de pensar y decir diferentes no sean realidades excluyentes, sino la praxis de nuestra sociedad? Hoy no lo parece. Para que en Cuba renazca la esperanza, debemos despertar como ciudadanos.   

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC:

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