El hombre que hablaba con las hormigas

Tiene razón Martín Caparrós, lo mejor es callarse. Callarse y dejar que sea este hombre el que hable. Que hable con la voz de viejo sabio que ya es, ella sola, una potente influencer del siglo XXI. Que aconseje con ese decir sentencioso, socarrón y pícaro, profundamente humano, de gente de la tierra.

«Un presidente imposible», lo llamó Josefina Licitra en un formidable perfil. «El presidente más pobre del mundo», lo etiquetaron con una mezcla de admiración, envidia y rabia personalidades y medios de las cuatro esquinas del planeta. En los registros civiles consta como José Alberto Mujica Cordano (Montevideo, 1935-2025). Para la gente común: Pepe Mujica. O más sencillo: El Pepe.

El Pepe, que antes de ser presidente de Uruguay, fue agricultor en la chacra donde su madre le enseñó los surcos de la vida. Y militante de los tupamaros en los años 60, cuando parecía que podía cambiarse el mundo a golpe de revoluciones. Y temerario «Facundo», en aquella guerrilla urbana. Y pistola en mano. Y asaltante de bancos. Y Robin Hood redistribuidor de riquezas. Y preso. Y fugado. Y cosido a balazos. Y vuelto a la prisión. Y fugado en uno de los escapes más hollywoodenses de la historia: «el abuso», que incluyó hacer un túnel de cuarenta metros por el que desaparecieron ciento once hombres. Y otra vez reo, en una larguísima y agónica temporada de trece años.    

Tiempo en el que sufrió torturas inenarrables, perdió los dientes, estuvo confinado en huecos de poco más un metro cuadrado, sin luz, casi sin agua y apenas con comida; por lo que se bebía su propia orina y reciclaba los huesos que, ya mordisqueados por los perros, le tiraban sus carceleros. Tiempo en el cual, su mayor premio, fue que le dejaran poseer un orinal común. Orinal con el que —ya convertido en maceta de flores— salió abrazado a la libertad cuando cesó la tiranía militar uruguaya en 1985.

En ese extenso calvario, yendo y viniendo de la alucinación a la realidad, inventó con sus compañeros de celdas vecinas un alfabeto de toques en las paredes; descubrió que las hormigas hablan, incluso gritan, si uno se las acerca al oído. Pero, sobre todo, adquirió la costumbre de dialogar consigo mismo, cosa que no dejaría de hacer nunca, en una especie de filosofía interior que —redes sociales mediante— ha trascendido como biblia de humildad frente a los chiqueros de la política al uso. «No parece usted un político», le dijo una presentadora de televisión española. No andaba errada.

Como los grandes maestros, Mujica descubrió a tiempo las tres o cuatro ideas esenciales a las que debía dedicarse en cuerpo y alma. No vivir para el consumo, porque al consumir, lo que estamos regalando es el tiempo que empleamos en producir dinero: el tiempo, la única mercancía irremplazable. Defender con uñas y dientes la libertad para hacer lo que a uno le gusta. No botar ni maldecir los instrumentos imperfectos, pero maravillosos, que hemos creado hasta ahora: sean el Estado o la Democracia; porque al final son como cajas de herramientas, sirven o matan según el uso que les demos. No confundir ser con tener. Comenzar de nuevo cada vez que uno cae. Y, más que nada, saber que las causas sociales son más largas que el lapso vital de un hombre, solo pueden asumirse en carrera de relevos.

¿Que suenan a manual de autoayuda? Puede ser ¿Que parecen simplezas o pavadas, para decirlo en uruguayo? También. Pero si las dice un tipo que se negó a juzgar a los represores que le arrancaron parte irrecuperable de la existencia, si lo repite un tipo que, siendo presidente, entre 2010 y 2015, siguió viviendo en su pobre granja, manejando su viejo auto, arando sobre su tractor la misma tierra, y riendo de pura felicidad junto a Lucía, su novia de todas las batallas, y a Manuela, una perra fiel de tres patas; si lo dice ese tipo regañón y siempre mal vestido, que legalizó en su patio el aborto y la marihuana, porque los métodos que no han dado resultado sencillamente hay que cambiarlos, adquieren el color indeleble de la coherencia, el mineral precioso en cuya búsqueda se nos va la vida.

Pienso en Pepe Mujica, que dijo adiós hace unos días, casi al cumplir los noventa años y dejando tras de sí una estela conmovedora, y no puedo evitar la pena por mi Isla, ese rasguño de tierra en el Mar Caribe que lo inspiró en su etapa de guerrillero. Porque sí, eso que se llamó alguna vez con prestigio «revolución cubana», y que derivó muy pronto en la vulgar tiranía que llevamos décadas sufriendo, fue la chispa inspiradora de los tupamaros y de su saga libertadora. Por ello, seguramente, el Pepe —demócrata ejemplar, pero también militante agradecido— evitaba criticarla en público, aunque ya en una de sus últimas declaraciones, afirmara claro y tajante: «Eso no sirve».

Ay, San Pepe de la Chacra, si por un toque divino, de revolucionario auténtico, pudieras enseñar a nuestros burócratas gobernantes el lenguaje de las hormigas.

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Imagen principal: Pablo Valadares / Cámara de los Diputados. 

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