Internet sin permiso

La lluvia cayó sin aviso sobre el Malecón. El Viajero ya me esperaba bajo el alero del viejo edificio frente al Castillo del Morro. Aquel lugar, donde comenzamos esta serie, volvía a ser punto de encuentro. No había libreta, ni grabadora, ni protocolo. Solo una pregunta colgaba en el aire, como la humedad: ¿Estamos listos para asumir la nube digital como territorio de emancipación?

El Viajero, empapado de anécdotas y silencios, me miró con una mueca que era sonrisa y advertencia. «Hemos hablado mucho de compasión eficiente y conflicto rentable. Pero ahora te toca a ti, Oscar. Dime cómo empezó todo con el acceso a las redes globales».

Respiré hondo. No es fácil decirlo sin parecer arrogante, pero fui yo, a principios de los noventa, quien legisló de facto en Cuba acerca del acceso a la Red Fidonet. En esos años, cuando Internet era aún un rumor lejano, propusimos articular el CENIAI (Centro Nacional de Intercambio Automatizado de Información) como nodo de interconexión con el mundo. Y lo hicimos. Ese proyecto lo instrumentamos en colaboración con APC (Asociación para el Progreso de las Comunicaciones).

Una representante de dicha Asociación me pidió que comenzáramos a conectar a las nacientes organizaciones de la sociedad civil cubana. Me tomo por sorpresa. Entonces, para preservar ese pequeño gran paso de conexión al resto del mundo de las dudas de los aparatos de contrainteligencia cubanos, que se sentían incómodos ante nuestras aventuras tecnológicas, improvisé una respuesta pragmática: que la legislación cubana solo permitía acceder a las redes internacionales a las empresas estatales registradas y a las organizaciones reconocidas oficialmente. Así, por ejemplo, la Iglesia Católica fue una de las primeras en tener correo electrónico en FidoNet. También pudieron conectarse, previo pago en dólares (vía Cetisa-CENIAI), embajadas y agencias de prensa extranjeras. Sí hubo un cliente bloqueado totalmente: la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana.

Inculpar a ETECSA y sus técnicos como responsables últimos de las restricciones actuales es no entender las circunstancias en que opera la tecnoestructura cubana. Estos mismos ingenieros y técnicos nos mantienen, con esfuerzo, precariamente conectados. No deben confundirse con el Área Especial del MININT, que interfiere permanentemente en el trabajo de los técnicos de ETECSA. El dedo acusador debe apuntar al Palacio de la Revolución, núcleo del poder decisional en Cuba, que instrumentaliza los avances tecnológicos mientras excluye de ellos al resto de la sociedad, especialmente a la economía privada.

Starlink en los tejados, la represión en el subsuelo

Hace apenas unos días, el régimen cubano desató una ofensiva pública contra los usuarios de Starlink. ETECSA y el Ministerio de Comunicaciones, acatando órdenes del Palacio de la Revolución, advirtieron que quienes usen esas antenas podrían enfrentar decomisos, multas y hasta cárcel. Y sin embargo, callan un detalle: los principales usuarios actuales de Starlink en la Isla son empresas autorizadas por el propio Estado, muchas de ellas vinculadas a altos mandos del aparato de seguridad y de las élites económicas emergentes.

Mientras persiguen a ciudadanos comunes, permiten que redes de supermercados en línea y empresas con dueños privilegiados operen con libertad. Un doble rasero que delata no solo hipocresía, sino también temor. El acceso autónomo a la nube les erosiona el monopolio informacional y por eso reaccionan con violencia administrativa.

Un amigo en La Habana me dijo hace poco: «En 2001 me decomisaron un teléfono inalámbrico porque tenía más alcance de lo permitido. Veinte años después, siguen haciendo lo mismo, solo que ahora con las estrellas». Se refería, por supuesto, a Starlink. Otro me contó que una empresa china en Miramar opera con Starlink sin problemas. El mensaje es claro: el acceso no es delito, salvo que seas un ciudadano común.

La nube como Eklessya

«Si es ilegal que nos conectemos por nuestra cuenta, entonces es un deber ético hacerlo». El Viajero lanzó la frase como una piedra al agua. Y se multiplicó en ondas.

Recordamos juntos aquella antigua Eklessya griega: el espacio ciudadano donde se discutía el bien común. Hoy, la nube digital es nuestra nueva plaza. No pide permiso, no discrimina por geografía, no cobra entradas. En ella, la Cuba Transnacional se reconoce, se enlaza, se proyecta. No se trata de utopías estériles. Se trata de plataformas concretas, donde conectaremos iniciativas de participación en la Eklessya Ciudadana y en la de Competitividad Compartida. Nuestra soberanía no se limita al suelo, se extiende a la nube.

Legislar sin ley

«Oscar, —me dijo el Viajero— ¿qué sientes al ver que esa primera intuición tuya sobre el derecho a conectarse se vuelve ahora motivo de criminalización?».

No supe qué decirle de inmediato. Pero luego respondí: siento que es hora de cultivar derechos. No con decretos ni con ministerios, sino con prácticas. Cada ciudadano que autónomamente instale una antena, que comparta contenido verificado, que conecte a otro ser humano con el mundo, está escribiendo una nueva constitución en la nube. Una constitución donde el acceso es derecho, no favor; y la información, alimento, no privilegio.

«La represión es la última batalla de los que ya han perdido la narrativa», dijo el Viajero. Y sonreí.

El dilema de los jueces

Edel González en Diario de Cuba lo dijo claro: no hay delito en recibir señal satelital. Pero el Estado puede reprimir igual, usando «desobediencia administrativa» como excusa. Una trampa legal para castigar sin juicio justo. En la práctica, todo se reduce a una pregunta ética y jurídica: ¿Debe primar el fin (el derecho a conectarse) o los medios (la forma en que lo logras)? Respondemos sin vacilar: lo que importa es que se conecten. Compartiremos acceso; no obedeceremos, ni nos quedaremos con los brazos cruzados.

Una nube con nombre

En Cuba Transnacional hemos comenzado a cartografiar esta nube. No como tecnología, sino como cultura, como forma de resistencia y de construcción de comunidad. Allí estarán los testimonios de quienes logran sortear la censura y se debatirán estrategias para acceder a información vital; en fin, una Cuba que no cabe en ninguna frontera.

El próximo objetivo tecnológico y social en Cuba: ¡Vecinos Autónomos! Tecnología, Solidaridad y Dignidad. Pronto brindaremos acceso y capacitación para el uso productivo de la IA Generativa, en forma de un Chatbot KMCeroGPT: una inteligencia artificial diseñada para acompañar, informar y dinamizar los diálogos ciudadanos en torno a la serie KM Cero del Capitolio, ofreciendo respuestas contextualizadas, fuentes verificables y herramientas de reflexión para la Cuba Transnacional que crece desde la nube digital.

Cierre en el KM Cero

La lluvia había cesado. Frente al Morro, el sol se abría paso entre las nubes. El Viajero y yo guardamos silencio. A nuestro lado, una pareja joven instalaba un pequeño panel solar junto a una caja blanca. Sabía lo que era: una terminal de Starlink. Discreta, casi invisible. Pero poderosa. Como la esperanza.

«Te toca a ti ahora —me dijo el Viajero. No como testigo, sino como testimonio».

Y supe que, desde ese instante, cada palabra que escribiera no sería más un relato. Sería acción en la nube, derecho en acto, futuro compartido. Nos veremos en 15 días. Y traeremos más información y propuestas. Rendiremos cuenta sobre nuestras iniciativas. Porque en la nube, como en la vida, nadie nos puede apagar.

Oscar Visiedo

Informático cubano. Exdirector del Centro para el Intercambio Automatizado de Información (CENIAI).

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