Oficio de nostalgia. Cuba por Néstor Almendros

Hay un vacío en la memoria colectiva de Cuba. Parece que el ejercicio del olvido ―junto con la nostalgia por un pasado más mítico que objetivo―, conforman la identidad nacional. Es entendible si uno se atiene a los hechos. Más que una nación, es un campo de batalla entre narrativas que desdibujaban todo lo que escapa a su control. Pocos intentos han logrado romper con la hegemonía de los relatos como lo hizo Néstor Almendros. A diferencia de su contemporáneo y amigo Guillermo Cabrera Infante, su obra sobre Cuba, apenas una fracción del total, no es solo un intento de rescate de lo perdido, sino una búsqueda de la realidad a la vez que una explicación de esta. No hace mito, sino que los funda.

Una nacionalidad difusa

Néstor nació en Almansa, municipalidad de la provincia Albacete en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. Su padre, el prominente pedagogo y escritor Herminio Almendros, se vio forzado al exilio tras la caída de la República, primero en Francia y después en Cuba. La familia quedó rezagada durante años en la España franquista. María Cuyas, la madre, también había ocupado cargos de relevancia en el gobierno republicano y fue represaliada. Su historia es la de muchos españoles, pero, algo que solemos pasar por alto, también la de muchos cubanos. En 1948 se reúnen en La Habana. Ya el padre, que se vio forzado a cursar estudios nuevamente ante la imposibilidad de revalidar, había logrado asentarse.

Cabrera Infante cuenta algo curioso: Néstor se comunicaba con su madre y hermanos en catalán. En 1955, tras graduarse de Filosofía y Letras, parte a New York en medio de la inestabilidad que generó el golpe de Estado de Batista. Allí sigue su pasión por el cine en el Institute of Film Techniques of the City College; en La Habana había sido de los fundadores del primer Cineclub ―precedente indiscutible del ICAIC― algo que no existía aun cuando «Cuba era un lugar privilegiado para ver cine».* De ahí, y por recomendación de Tomás Gutiérrez Alea, decide pasar al Centro Sperimentale di Cinematografia di Roma. Cuenta que «fue una decepción»; la mayor enseñanza que sacó fue «poner en tela de juicio las cosas».

El padre también está fuera de Cuba. Destituido por Batista de su puesto de asesor en el Ministerio de Educación, fue contratado por la UNESCO y destinado a Venezuela. La familia solo volverá a reunirse en La Habana tras el triunfo de la Revolución. Herminio se convierte en el principal asesor de Armando Hart, ministro de Educación; y Néstor es contratado por el ICAIC. «La antigua amistad con Gutiérrez Alea debió pesar» aunque «tenía un buen dossier político de doblemente exiliado, por antifranquista y antibatistiano».

En menos de tres años, la situación se hace insostenible. La hostilidad hacia Néstor no comenzó en el plano ideológico. Su testimonio muestra una burocratización y autoritarismo crecientes. El arte ―concepto difícil― devino formalismo político, y en la industria cinematográfica no había espacio para la individualidad. Fue cuestión de tiempo en su perspectiva fuera catalogada de «contrarrevolución». Con varios episodios de censura injustificada por motivos meramente estéticos ―desde principios del siglo XX se sabe que toda estética fue primero una ética―, su carrera, nada despreciable, en el naciente cine cubano, termina con el episodio de represión a PM. Aunque no participaba en el proyecto ni en la institución, su defensa de la obra le valió un nuevo contratiempo.

«No quise volver a los Estados Unidos, para no verme envuelto en el mundo de los exiliados cubanos. Primero, porque no era totalmente cubano y, segundo, porque los exilios políticos habían terminado también por saturarme». Los siguientes años de Néstor se moverán de país en país ―o de industria cinematográfica en industria cinematográfica― entregado a su trabajo. No le gustaba que lo consideraran francés, aunque dejó una huella innegable en la Nouvelle Vague y fue el camarógrafo predilecto de François Truffaut. Tampoco era español; se sentía barcelonés.

El momento cubano

«La mayoría de las personas tiembla ante los dictadores y se niega a manifestarse (...) Quise remediar esto con dos documentales sobre Cuba. En cierto modo preparaba “Conducta Impropia” y “Nadie Escuchaba” desde mi partida». El cine no es sencillo (ni barato), le tomó veinte años a Néstor ―que para 1980 contaba con un Óscar y un César―, conseguir el prestigio suficiente para obtener el endorso de Antenne 2, una cadena pública de televisión bajo un gobierno socialista. Nunca hubo presión, ni de la televisión ni de Les Films du Losange ―productora de Barbet Schroeder y Eric Rohmer― durante la realización. Es difícil medir el impacto de «Conducta Impropia» respecto al castrismo. Tuvo, al menos, cuatro premios relevantes y llenó salas en Miami.

«Nadie escuchaba» tiene una historia menos feliz. Empezó como una filmación de los testimonios de personas exiliadas que llegaron entre 1984-86. Son historias espeluznantes. Ya no era factible contar con el apoyo de productoras europeas y, por motivos de índole histórica (white shaming: vergüenza o culpa que sienten algunas personas blancas al reconocer el racismo sistémico y su propio privilegio), las productoras estadounidenses evaden todo lo relacionado con Cuba. El presupuesto se logró a través de una organización benéfica. Sacando los aspectos técnicos ―muy caros a Néstor―, su explicación del proceso devela una sobriedad emocional que se echa de menos en las obras de militancia anticastrista. No es que esos documentales sean fríos, sino que tratan de hablar de hechos desde una perspectiva humana en su escala básica: la individual. La suma de experiencias dolorosas conforma un panorama que rompe la narrativa del «Edén Socialista».

La memoria perdida

«Conducta Impropia» llegó tarde a mí. La UMAP era una especie de secreto sucio sobre el que no se hablaba. Y conocí a tres personas que tuvieron que ir. Lo mencionaban sin detalles. Lo mismo sucedía con el Mariel, los actos de repudio y los análisis de colectivos en centros de trabajo y escuelas (casi ecos del Caso Padilla), que eran un mal recuerdo o un rezago de tiempos pasados. No había una línea de conexión entre el pasado colectivo (la historia) y la Cuba en que crecí. Si eso es un problema, el hecho de que no pueda entenderse las líneas de «continuidad» es más peligroso todavía. Si alguna enseñanza se podía sacar de los «errores» del pasado; si acaso era posible identificar un mal de fondo, esa oportunidad se pierde entre las mitologías hegemónicas. No entendemos a qué nos enfrentamos y, mucho menos, cómo ha cambiado.

«Nadie escuchaba» cuenta una historia más enterrada aún. Se mueve por los testimonios de la disidencia ―no cultural o sexual― en el sentido más originario del término. La narrativa de la Revolución absoluta contra la burguesía reaccionaria se desmonta en los primeros minutos del documental. Escuchamos testimonios de ex-combatientes de la clandestinidad y la Sierra, y de miembros del PSP (Partido Socialista Popular). Lo que nos queda no es David contra Goliat, sino un cuento sobre el ascenso del totalitarismo. No va de izquierda contra derecha ni de buenos y malos. Es un relato colectivo de enfrentamiento al poder. Después de más de cuarenta años de su filmación ―y mediando una era tecnológica de por medio― la situación en Cuba con respecto a la represión y los derechos humanos es casi la misma. Lo que no hay es una obra a la altura de las circunstancias.

Quizás sea esa la razón por la que se habla tan poco de Néstor Almendros en estos tiempos, ni siquiera por una disidencia que tanto le debe. Su obra ―que sí pudo reconocer Cabrera Infante―, no se pliega a una narrativa binaria, sino a la complejidad misma de la historia. Al realizar esos dos documentales, demostró un compromiso innegable con los derechos humanos en Cuba; pero en su siguiente obra, «Imagine», su compromiso artístico fue superior al tratar sobre John Lennon, una figura que era más cercana a la izquierda política. Porque en Néstor, el compromiso con la libertad creativa fue superior al ideológico.

La bibliografía sobre el cineasta Néstor Almendros es escasa. Si bien existe material audiovisual sobre él y su obra, el exilio cubano pasa del tema, y han sido los barceloneses quienes le rinden tributo como camarógrafo. Quizá sea hora de redescubrirlo. Su obra nos habla también sobre el presente.

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* Las citas utilizadas en este texto fueron extraídas de Vidas para leerlas, de Guillermo Cabrera Infante, y de Días de una cámara, del mismo Néstor Almendros.

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Imagen principal: elnacional.cat

Boris Milián Díaz

Activista, escritor y creador del blog Apuntes al (otro) margen.

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