Manuel Cuesta Morúa: disidencia, nación y la larga marcha hacia la democracia

En el año 2022, la policía política metió en la cama de un diplomático suizo a una muchacha que me había propuesto filmar un documental con presupuesto de una organización vinculada con esa embajada. Inmediatamente presenté un proyecto sobre el 11J. El presupuesto fue aprobado por una ONG y la producción echó a andar.

Durante una cena en la residencia que el suizo alquilaba en el Vedado, la muchacha quería saber, específicamente, si entrevistaría a Manuel Cuesta Morúa para el documental. Le dije que no, porque en aquel momento no tenía la menor idea de quién era.

A la postre, el proyecto fue saboteado por obra y gracia de raros manejos, pero pocos días antes de que yo saliera de Cuba, conocí a Manuel Cuesta Morúa. Ocurrió en el Centro Loyola, durante una charla de mi amigo, el profesor Gustavo Arcos. Fue apenas un intercambio formal de saludos.

Hace dos semanas tuve el placer de entrevistarlo para CubaXCuba. Agradezco a Leo Fernández Cruz que haya servido de puente para llegar a Cuesta Morúa, y a él, la amabilidad de aceptar esta conversación en precarias condiciones tecnológicas.

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J.P.: Entre quienes hacen oposición dentro de Cuba existen diversas opiniones sobre temas fundamentales, no solo la unidad, ¿qué va a pasar con los diferentes criterios sobre el bloqueo o embargo, como quieran llamarle; o la presencia del gobierno cubano dentro de un diálogo nacional; o la importancia, el peso, del exilio? ¿Cuál son las diferencias entre quienes hacen oposición dentro de Cuba? Quisiera que reflexionaras sobre esos temas que son importantes para todos.

M.C.M.: Creo que existen cuatro grandes razones por las que, durante mucho tiempo, nos ha sido imposible encontrar determinados puntos en común entre los diferentes grupos de la oposición.

En sentido general, históricamente las principales diferencias han estado alrededor del posicionamiento frente a Estados Unidos, lo cual incluye el embargo. Generalizo la posición frente a Estados Unidos porque, incluso, hay gente que en algún momento se oponía al embargo, pero no les importaba si Estados Unidos nos traían la libertad. Pensaban que ellos eran los que tenían que ayudarnos para lograr la liberación. Esa es una vieja idea en la historia política cubana que no ha desaparecido por completo, aunque en los últimos tiempos se ha debilitado, sobre todo por la posición del propio gobierno estadounidense que ha dejado claro, a diestra y siniestra, que el asunto de Cuba es de los cubanos.  

También han existido grupos que creen en la democratización, pero se oponen al embargo por dos razones fundamentales: la primera es porque políticamente no funciona, no es una variable, ni una herramienta para el cambio democrático; la segunda es ética, porque afectar a la mayoría del pueblo no parece el camino más viable para lograr la democratización, sencillamente porque estás dañando al sujeto que quieres liberar.

Otros han creído que el embargo es la manera más rápida de ahogar al gobierno para provocar una rebelión que termine con el régimen y abra las avenidas de la democracia; esta también ha sido una desavenencia importante que ha impedido que nos articulemos en torno a una sola propuesta concreta y básica.

Una tercera diferencia, justamente, es cuál será el papel del gobierno cubano y de todo su ecosistema en torno a la transición. Algunos hemos abogado a lo largo de muchos años por el diálogo nacional; otros han creído que no hay nada que hacer al incluirlo dentro de la transición, por tanto, habría que derribarlo.

Finalmente, está el tema de qué hacer con los grupos, las fuerzas, o los sectores del gobierno cubano que han estado involucrados, directamente, en la represión. Algunos hablamos de justicia, ese concepto que se utiliza mucho, Justicia Transicional, otros hablan de pura venganza. Sin embargo, te diría que en los últimos años se ha avanzado bastante en superar esas diferencias. Personas que antes no aceptaban el diálogo, ahora lo aceptan, obviamente, porque el diálogo es parte de todo proceso político. No se trata de una cuestión moral, o de salvar a nadie, sino de que no hay proceso político sin diálogo en ningún lugar.

J.P.: Exactamente. 

M.C.M.: Cuarto, hay quienes han puesto el tema del embargo aparte. Han dicho: Nosotros nos oponemos al embargo y hay otros que están a favor el embargo, pero no vamos a convertir esto en un conflicto, sino a trabajar en los puntos en los que coincidamos.

Afortunadamente, algunos sectores que antes no creían que se podía establecer un sistema de justicia, que consideraban que simplemente había que barrer con el régimen, hoy aceptan que tiene que existir un Estado de Derecho, porque si no avanzas en torno a un Estado de Derecho, no estás haciendo nada. Si concibes un Estado de Derecho, concibes que haya justicia transicional y no venganza política. Como decía un amigo que publicó algo en una entrevista hace poco: «la justicia tiene futuro, la venganza no».

J.P.: Joe García.

M.C.M.: Efectivamente, estamos en constante comunicación. El otro día hablábamos en torno a esto y el concepto me parece interesante.

Eso es lo que nosotros estamos haciendo desde la pluralidad del Consejo para la Transición Democrática en Cuba (CTDC), donde hay grupos que antes tenían una posición más extrema, y han ido evolucionando hacia el centro, lo cual posibilita avanzar. También existen organizaciones y actores en el exilio que se dividen a través de estas líneas, y que hoy, desafortunadamente, las redes amplifican y causan la impresión de que son la mayoría. Pero creo que en el exilio hay grupos que, si bien no están articulados, también coinciden en que: primero, el embargo no ayuda ―aclaro, es una visión mía, no del CTDC―; segundo, hay que dialogar; tercero, tiene que haber justicia transicional, no venganza; y cuarto, hay que hacer política real, en el sentido de que hacer política es avanzar según el arte de lo posible.

La historia de derribar un régimen ―un despropósito que no se detiene en la distancia entre deseos y medios― no parece reproducir para nada la posibilidad de introducir la democracia inclusiva, que es lo que hace falta en Cuba.

J.P.: ¿Cuáles serían los límites en un proceso que incluya a ex miembros del régimen, pero que, a la vez, priorice la justicia y la reparación de las víctimas?

M.C.M.: Los límites pasan por la implicación en hechos de sangre que hayan costado vidas de personas inocentes y pacíficas; también por los que establece la justicia transicional desde el Estado de Derecho, lo que significa independencia judicial. Considero, por otra parte, que las víctimas directas del totalitarismo, especialmente quienes han guardado prisión por razones políticas, de identidad, ideológicas o de conciencia, deben recibir reparación, implementada desde el Estado en un proyecto de resarcimiento histórico de la memoria y de sus víctimas, y de parte de quienes participaron en el diseño de la maquinaria represiva y en la toma de decisiones fundamentales.

Siempre he mirado y leído con atención el proceso de reparación a víctimas aplicado en la Sudáfrica de Nelson Mandela. Debe hacerse todo dentro de una visión que rompa el ciclo de víctimas y victimarios. La reconciliación nacional debe ser la guía y la próxima estación de madurez cívica de la sociedad cubana.

J.P.: Pensando en el discurso oficial, que es algo que no se puede obviar, y volviendo nuevamente a la idea de los límites, ¿cuáles serían los que existen entre oponerse ―desde las diversas formas que puede tener esta lucha―, y trabajar para una potencia o un servicio extranjero?

M.C.M.: Desde el discurso oficial parece que oponerse es ya trabajar para un servicio extranjero; esa ha sido parte de la narrativa que han sostenido para justificar la represión. Como se presentan dentro de una supuesta plaza sitiada, todo el que se les oponga está favoreciendo al que está sitiando la plaza y, por tanto, está trabajando a favor de una potencia extranjera. No es exactamente así, nuestros límites están claros: trabajamos en favor de una transición que incluya a todos los actores implicados en el tema cubano, incluso a los que hoy apoyan al régimen.

Hasta Obama, el discurso del gobierno cubano sobre estos asuntos había sido que el gobierno estadounidense quería derrocarlo por cualquier vía: una conspiración, la vía armada, etc. Pero si priorizamos un proceso en el que todos participemos, cambiáremos la naturaleza del poder antes de cambiar al poder mismo, y quedaría descartada cualquier narrativa sobre que nosotros estamos trabajando para una potencia extranjera.

Barack Obama y Manuel Cuesta Morúa. (Foto: CADAL)

El segundo limite se encamina a utilizar los espacios institucionales abiertos, porque desde principios de este siglo lo dejamos claro en el Proyecto Varela, en el que abogamos por utilizar la propia ley para traer el cambio. Si se utiliza el orden legal y constitucional que existe en el país para propiciar gradualmente el cambio democrático, es totalmente impensable que, al mismo tiempo, se esté trabajando para una potencia extranjera.

Básicamente, si partimos desde la inclusión y usamos la ley para lograr la democracia, que es lo que hace falta en Cuba, el respeto a los derechos humanos, elecciones libres y democráticas, e incluimos a todo el mundo, los servicios de inteligencia, sobre todo norteamericanos, no tienen mucho que hacer ahí, definitivamente, no les servimos para eso.

J.P.: Te refieres al Proyecto Varela, pero precisamente demostró lo contrario a lo que dices: que el poder no va a permitir que prospere ninguna iniciativa jurídica que lo socave. Incluso con la nueva Constitución de 2019, lo sucedido con Archipiélago y la marcha que convocó Yunior García refuerza la idea. ¿Cómo afirmar que puede generar un cambio democrático usar un sistema jurídico que, si falla a los intereses del régimen, este acude a la represión? 

M.C.M: El desafío es lograr precisamente que el gobierno no esté en capacidad de impedir que prospere una iniciativa jurídica, legal o constitucional que, al darle cada vez más poder a la ciudadanía, le obligue a realizar los cambios que esta demanda. Una combinación entre lo que en otros momentos he llamado «cifra crítica de participación ciudadana» y una adecuada estrategia política puede llevarnos al éxito de una propuesta de esta naturaleza, a condición de que concibamos el cambio político hacia la democracia como un proceso y no como una revolución aquí y ahora.

El Proyecto Varela tuvo éxito como la primera movilización ciudadana auténtica pos 59 en Cuba, que fracasó, entre otras cosas, porque se quedó en la cifra legal. Cuando volvió a movilizar el apoyo ciudadano hasta el número aproximado de 35 mil firmas, ya el gobierno había dado su respuesta; por cierto, una respuesta primero política y solo después represiva.

En su momento hubo una interesante conversación con algunos de sus más destacados promotores en el sentido de que la cifra legal debía ser considerada solo como legitimación de partida de un movimiento cuyo éxito dependía de que se convirtiera en una bola de nieve. En los totalitarismos y en las autocracias la legalidad sirve solo como premisa, exactamente porque ellos viven, se sostienen y sobreviven en una permanente tensión con su propio orden legal y constitucional. Desde él tienes que construir y consolidar entonces un movimiento político que te permita llegar, de la ley a la ley, al pleno Estado de Derecho. Si la ley dice que tres ciudadanos pueden llegar al cielo, nadie puede situarse por encima de ella para impedirlo. La parte estratégica, que el Proyecto Varela afinó bastante bien en sentido político, es esencial.

La marcha de noviembre de 2021, tal y como fue reencaminada en algún momento por Archipiélago, careció en su fase más visible de ese sentido de lo político que es fundamental en todo movimiento articulado. Intentar El Cambio, así en mayúsculas ―que sin metas específicas es entusiasta, pero no movilizador―, solo puede ser visto como una pretensión de cambio total que las protestas históricas de julio de ese mismo año no pudieron siquiera insinuar. Decirle al gobierno: aquí estoy, vengo a aprovechar tu ley para que hagas los matules y acabes de largarte (un deseo ampliamente compartido) fue una exigencia contra estratégica.

Quiero ser más provocador en este sentido: frente a las autocracias renacidas después de la muerte de los totalitarismos ―el cubano murió sin ser debidamente enterrado― el camino de la democratización y de la democracia pasa, paradójicamente, por el uso creativo de los espacios legales y constitucionales. Sobre todo si, como debe ser, la democracia será construida por sus mayores beneficiarios: los ciudadanos.  

J.P.: El diálogo para evitar la confrontación.

M.C.M.: Nosotros no apostamos por la confrontación, apostamos por el cambio democrático. De hecho, luego de muchas experiencias, uno se ha dado cuenta de que las rebeliones necesariamente no conducen a la democracia y lo que hacen es sustituir una élite dictatorial por otra. Para llegar a la democracia hay que involucrar a las mayorías, y la confrontación no sirve para eso.

J.P.: Las políticas de la actual administración eliminan algunos recursos con los que cuenta la oposición dentro de la Isla. Además, coincidentemente, Armando Valladares ha denunciado de forma pública a Orlando Gutiérrez Boronat de apropiarse de una cifra considerable de dinero destinado a la causa de la libertad. ¿Cuánto los perjudica o desmoraliza a ustedes esta situación?

M.C.M.: En el pasado eso hubiera tenido un mayor efecto desmoralizador, porque el gobierno había logrado instalar en la mentalidad del pueblo cubano que recibir ayuda desde el exterior, desde Estados Unidos para la causa de la democracia en Cuba, a través de recursos u otro tipo de apoyo, era trabajar en contra de la nación cubana. A pesar de esto, en muchos sentidos, hoy por hoy ha habido un cambio de mentalidad muy grande y creo que el efecto desmoralizador de recibir ayuda de Estados Unidos ya no funciona como lo hacía hace diez o doce años.

El prejuicio entonces ya no estaría en el pueblo, sino en los que controlan el poder y que continúan pensando en esa tesitura de: «Bueno, si tú recibes ayuda es porque estás trabajando para los servicios del sistema, y para nosotros eres descartable como oposición, eres un mercenario».

J.P.: ¿Consideras que toda ayuda es igual de legítima o estableces algunas distinciones?

M.C.M.: Las únicas ayudas que considero ilegítimas son las que provienen de actividades ilícitas, que sirven para el lavado de dinero, las que se originan directamente de las arcas de los Estados y las que vienen condicionadas. Esas son las distinciones que siempre hago.  

J.P.: Dices que si recibes ayuda del exterior el poder te considera «descartable como oposición». ¿Usando esa misma lógica, existe alguna oposición que el gobierno considere no descartable?

M.C.M.: Para el gobierno toda oposición es descartable por definición. Lo que sucede con su mirada a la ayuda exterior es que te descarta sin entrar en ese análisis por el que siempre termina descartándote. Te descarta en la puerta de entrada sin necesidad de llegar a la puerta de salida.

El cambio en la percepción respecto a recibir ayudas del exterior viene dado también porque el gobierno cubano no genera sus propios recursos, así que de alguna manera ha podido sobrevivir a lo largo de todos estos años justamente porque lo han ayudado desde el exterior; y eso ha debilitado un poco ese discurso, esa narrativa. Por ejemplo, se sabe que desde Estados Unidos se han apoyado proyectos con recursos para remodelar la Biblioteca Nacional; también se sabe que el CENESEX coqueteó con recursos de la Open Society Foundations, de George Soros, en algún momento. No hay seguridad, por lo menos yo no la tengo, y por tanto, si no tengo los datos concretamente no lo podría afirmar, pero fuentes solventes lo comentaron. La Fundación Ford también ha apoyado determinados proyectos culturales en nuestro país.

Es decir, existe una fluidez de recursos que provienen desde Estados Unidos, de modo que el efecto desmoralizador y, por tanto, perjudicial para nosotros, se ha reducido. Incluso, el hecho de que se reciban remesas constantemente, de que las remesas sean una variable fundamental de sostén para nuestra sociedad, también debilita la narrativa oficial. Hablo en sentido general, porque en los proyectos que nosotros animamos solamente en una ocasión, en el caso que me compete, recibimos apoyo de la NED. No hemos recibido más recursos desde Estados Unidos, sino de otros lugares, de Europa, por ejemplo.

El tema fundamental es si los recursos se utilizan para lo que están destinados. Ahí está el centro del debate —no tengo toda la evidencia del caso— que se ha suscitado a partir de la denuncia de Valladares. La discusión va de si estos recursos sirven al destino claro para el que fueron otorgados o están sirviendo para otra cosa, lo cual tiene que ver con su desvío y no con la legitimidad de los recursos para apoyar a la sociedad civil.

J.P.: Vamos a imaginar un poco ahora. Si en algún momento el gobierno cubano decidiera hacer negocios con el gobierno de Estados Unidos, ¿cómo actuaría la oposición, teniendo en cuenta los intereses del pueblo?

M.C.M,: Esto tiene dos maneras importantes de verse. La idea de abrir la economía cubana tiene un efecto político positivísimo, venga de donde venga. Cuando Obama habló de facilitar que millonarios e inversores vinieran aquí y apoyaran determinadas propuestas, nosotros, al menos un sector más o menos visible de la sociedad civil, no toda obviamente, lo tomamos muy bien.

Si para el desarrollo son importantes la inversión y la tecnología desde, dicho genéricamente, Occidente; más importante lo es desde los Estados Unidos. Eso tiene un efecto político clave: si es posible negociar y comerciar con el supuesto enemigo histórico de Cuba, entonces existen todas las posibilidades para trabajar en el resto de lo que nos falta en relación a la democracia, el respeto a los derechos humanos, las libertades fundamentales, y los cambios institucionales que el país necesita.

J.P.: Lo que sucedió durante el deshielo de Obama demuestra que esa afirmación no tiene base en la práctica, después del deshielo el dinosaurio de la represión no solo continuó aquí, sino que se agudizó. ¿En qué elemento práctico sostienes esa opinión o esa esperanza?

M.C.M.: ¿La percepción de oscuridad no aumenta mientras más cerca se está de la luz? En la medida en que un régimen autocrático pierde legitimidad, más represivo se muestra. En efecto la represión se agudizó porque la apertura de doble vía, de afuera hacia dentro y de la sociedad hacia afuera, lo debilitó. Hoy ya están pulverizados los pilares más sólidos del régimen: que solo él puede garantizar la vida de los cubanos de la cuna a la tumba y de que Estados Unidos impiden el bienestar de los cubanos.

En el mediano y largo plazos, el impacto de la apertura neutraliza la represión. El mejor ejemplo para mí está en el ejercicio cada vez más popular de la libre expresión. El gobierno se ha inventado cuanto decreto se le ocurre para castigar la libertad de expresión en Cuba. A pesar del castigo, esta llegó para quedarse. No diría que contamos con una opinión pública, pero lo innegable es que la opinión en público de los cubanos es casi como el aire que respiramos. Está por todas partes, a toda hora y, muy importante, frente a personas que no conocemos. Sale de la parroquia familiar e íntima y va a la plaza pública de gente anónima. Y una guagua es una buena plaza pública. Eso se logra cuando la apertura, inevitable, es sistemática y estructural.   

J.P.: Desde esa perspectiva, el efecto sería crucial. Creo que es saludable que mañana el pueblo cubano y Estados Unidos se pongan de acuerdo y digan: Vamos a hacer negocios.

M.C.M.: Esto tiene otra lectura. Los negocios a los que te refieres no son para favorecer al pueblo cubano, en el sentido directo de lo que podría significar un proyecto de ese tipo. Trump no podría venir aquí a decir: «Vengo a construir hoteles para favorecer al pueblo cubano, vengo a construir hoteles para utilizar o emplear las bondades o el clima de la geografía cubana para obtener ganancias». No obstante, abre una oportunidad de discusión política para impulsar, desde dentro, un proceso de reformas económicas que sí favorezcan al pueblo.

J.P.: ¿Por qué se abre una oportunidad de discusión política si el proceso de reformas económicas lo menos que hizo fue favorecer al pueblo cubano?

M.C.M.: Porque para cerrar esa oportunidad, el gobierno cubano ha detenido el proceso de reformas económicas que puede favorecer al pueblo cubano. Seguir el camino de las reformas en Cuba termina en un proceso de discusión política, por varias razones. Primero, porque para el gobierno cubano la economía es la política, es el poder. En China hay economía política y poder. En Cuba no. Fíjate que en cada paso que se da aquí en la economía se mide ante todo su impacto político, solo para darse cuenta que tienen que pararlo si quieren mantener el (su) control.

Segundo, porque la economía de escala del gobierno cubano es la economía de control de puertos y control de grandes almacenes. Toda la economía realmente productiva en nuestro país está en manos privadas. El gobierno se cierra a abrir la economía productiva, la reduce a economía bonsái, por el mismo motivo que se cierra a los espacios creativos de la cultura: perdería la poca capacidad de movilización que le queda, fundamental para mostrar cierta legitimidad. Donde se crean capacidades productivas, en el caso de Cuba, se abren espacios de conversación, de deliberación y de autonomía. La Asamblea de Cineastas de la que formas parte es una buena prueba de ello. Ser parte de occidente es un problema para el cerrado autoritarismo cubano.

Porque si vas a negociar con el capitalismo global, ejemplificado en Trump en esta referencia, tienes, y eso da más fuerza, que abrir una discusión y una reforma seria en el plano económico que favorezca a los cubanos.

J.P.: ¿Puedes ejemplificar mejor esta idea? 

M.C.M.: Hoy mismo la negociación con muchas empresas extranjeras que han querido invertir está paralizada, no solo por temas de endeudamiento y falta de capacidad crediticia por parte del gobierno cubano, sino porque muchas exigen un trato y contrato abierto con sus potenciales empleados, sin la mediación de la llamada Empresa Empleadora. ¿Te imaginas la construcción de un resort Trump en Cuba sin que al mismo tiempo no se planteara el tema laboral y el de los beneficios generales para los cubanos implicados en esa misión trumpiana?

Hasta ahora toda la trama entre el Estado y el capitalismo ha sido discrecional, marginal y corporativa. Como con las firmas hoteleras, que son casi empresas de frontera. Eso, bien lo han dejado entrever los chinos en Cuba, está tocando fin como modelo. Cuba está entrando en una fase contra histórica exactamente porque no se ha subido ni siquiera al carril de las autocracias que hoy son más o menos prósperas. La sociedad cubana está cada vez más de vuelta a occidente (España, Estados Unidos, etc.) y su economía no está ni en los umbrales de las del oriente (China, Vietnam y otros).   

Lo que también sucede con Estados Unidos es que el desarrollo de un proyecto económico en nuestro país, depende del impulso a la mediana y pequeña empresa, porque nuestra estructura económica, el sostén de esa estructura, viabilidad, sostenibilidad, pasa por la pequeña y la mediana empresas. Aquí no hay grandes recursos, no está la llamada «maldición de las materias primas» que generan grandes monopolios.

J.P.: La posición geográfica ha funcionado como una maldición que genera grandes monopolios.

M.C.M.: Exactamente. Pero miremos bien: monopolios en las finanzas, en los puertos y en los almacenes. No en las zonas productivas, como el café, el tabaco y la cultura. Aquí, como se ha visto en los últimos años, si le das capacidad y posibilidades, y, sobre todo, lo que no existe ahora, garantías jurídicas a todas las empresas, se construye un bienestar al margen de los intereses que surgen alrededor de los grandes recursos.  

J.P.: ¿Dónde está ese bienestar al que te refieres?

M.C.M.: En algunas zonas del arte, del deporte, de la producción tabacalera y en las mipymes conectadas al poder, que no son pocas. Y eso con capacidades y posibilidades limitadas y sin las garantías jurídicas que abrirían una explosión creativa inmensa.

La negociación económica también favorecería la apertura de la discusión en el otro sentido importante: el impacto político. Obviamente, estoy hablando desde el punto de vista personal, no puedo hablar a nombre del resto de las personas que trabajan conmigo. Lo vería muy bien en estos dos sentidos: la apertura económica que facilita el debate económico hacia la población, hacia la ciudadanía, y también por el efecto político que tiene.

J.P.: ¿Por qué asumes que la apertura económica facilita el debate en la población? 

M.C.M.: Porque eso es lo que está ocurriendo de hecho en los espacios tolerados por el gobierno, en los espacios inventados por la sociedad civil. Muchas iglesias tienen proyectos y montan talleres de discusión económica viva, por ejemplo. También cuento los espacios de paso y confluencia de los ciudadanos: las colas, las barberías, las peluquerías y los mercados. Es curioso e interesante que no existe debate social donde no hay apertura económica: en las empresas del Estado, en las instituciones burocráticas, dentro de los cuerpos represivos o dentro de las vaciadas organizaciones de masa. ¿Dónde más hay? Sin juego de adivinanzas: en los estamentos militares que monopolizan las esferas económicas semiabiertas a los extranjeros. Claro, aquí es un debate de élite, no de pueblo.

 Si estás negociando con el enemigo, como mucha gente dice, entonces de qué estamos hablando. Ya no hay plaza sitiada y eso me parece clave.

J.P.: ¿Cómo valoras a las personas negras como identidad dentro del panorama opositor y después, en la construcción de una nueva sociedad?

M.C.M.: Excelente pregunta, importantísima pregunta. Dentro de la oposición de alguna manera sucede lo mismo que en las guerras de independencia: el paradigma, y los que controlan el paradigma, el diseño, quienes han impulsado las agendas de cambio, han sido fundamentalmente personas blancas. En contraste, los que más hemos sufrido prisión desde la sociedad civil, hemos sido personas mestizas o negras.

Manuel Cuesta Morúa durante un acto de repudio que sufriera en La Habana. (Foto: Tomada de DDC)

J.P.: La construcción de la nación y, sobre todo, del poder continúan siendo blancas.

M.C.M: Exactamente. El modelo de referencia sobre la construcción de la nación está montado sobre José Antonio Saco, y ese modelo, que atraviesa la República, la llamada Revolución cubana, y ahora la posrevolución con Díaz Canel, tiene a las élites blancas al frente. Aquello que decía José Martí de la colonia que podría pervivir en la república está hoy a todo vapor. Esto se refleja en algo de la oposición y se también en lo que en algún momento he llamado «la falta de completamiento de la nación cubana».

J.P.: ¿Por qué? 

M.C.M.: Porque la nación cubana no se completó desde la cultura, desde la diversidad y la pluralidad, en el sentido amplio de la cultura, no solo en el sentido estético. La nación se hizo desde el Estado, desde la política, desde las guerras de independencia en un modelo cerrado y vertical, y eso ha impedido su completamiento. Mi ejemplo continúa siendo el mismo: dada la cosmovisión afrocubana, el marxismo es una imposición, porque las categorías marxistas del pensamiento político y las categorías culturales del pensamiento afrocubano no son compatibles. Eso del Dios único, del pensamiento único, de las referencias únicas, no es compatible con la base de la cultura afrocubana. Se nos impuso primero desde el catolicismo y luego desde el marxismo. Eso nos expulsó indirectamente a los cubanos negros, como se nos quiera llamar, de la construcción de una nación propuesta desde la élite.

Recuerdo una foto que vi en uno de los libros de Norberto Fuentes. Se estaba celebrando un festejo en El Laguito y estaba toda la élite política y militar del momento. El único negro era Juan Almeida Bosque, ni siquiera estaba Lazo entonces. Era increíble, esa foto siempre me ha impactado. En cuanto la vi me dije: «Este es el ejemplo del nuevo Saquismo en la política cubana». Mirando hacia el futuro, es muy importante no posponer esta discusión.

Muchos amigos hablan de resolver el problema de la marginalidad, o marginación, la vulnerabilidad de los afrocubanos, cuando tengamos la democracia. Siempre respondo que si no se nos incluye en la discusión, en la conversación, vamos a seguir posponiendo la solución de los problemas y reproduciendo, bajo el manto de la democracia, el mismo modelo de construcción saquista de nuestra nación, que no ha favorecido la inclusión, la democracia y la equidad, tan importantes en un país como el nuestro.

J.P.: ¿Por qué crees que los académicos, los intelectuales en general, no hemos sabido comunicar estas ideas al pueblo?

M.C.M.: Te seré absolutamente honesto: a pesar de que en los últimos tiempos he mejorado en la comunicación, me debo incluir en ese divorcio entre la conciencia que debe tener un intelectual, un académico, sobre los problemas, y la capacidad de que la gente entienda lo que queremos transmitir. Sé de muchos que se preguntaban: ¿De qué carajo está hablando Cuesta Morúa? Creo que he mejorado bastante. El origen de esto radica en que la academia no fue construida para hablar con la gente, sino para hablar entre sí misma y con el poder. Como no hemos contado en Cuba con un espacio público en el que el intelectual haya tenido la posibilidad de interactuar sistemáticamente con el pueblo, nuestra comunicación se ha viciado. Esa falta de esfera pública, de confrontación, en el mejor sentido de la palabra, del intelectual con la comunidad en que vive nos ha faltado.

Hay un segundo factor, y en esto quizás voy a ser un poquito escandaloso, pero lo diré: la Academia cubana tiene un vicio aristocratizante, es decir, se siente cómoda con el poder. Ha sido así a lo largo de la historia y la Revolución cubana lo potenció cuando dijo: «Aquí hay unos contornos de los que no te puedes salir». Esa tendencia a la aristocracia intelectual, a la aristocracia de las palabras, ha sido muy cómoda a lo largo de los años para la intelectualidad y la academia cubana, pero ha limitado el contacto con el pueblo.

J.P.: ¿Qué representa para ti el presidio político y su dolor?

M.C.M.: Es muy fuerte, el presidio político actual es mucho más fuerte y más doloroso, a excepción hecha del tiempo de los Plantados, que lo que fue el presidio político hasta el 11 de julio del 2021, porque es el presidio político de gente hastiada, obstinada, cansada, a los que les faltaba la conciencia cívica para respaldar las grandes protestas que atravesaron Cuba en julio del 2021.

J.P.: ¿Les faltaba conciencia cívica?

M.C.M.: Sí. La conciencia de que los problemas en torno a lo que necesitan nuestros estómagos está en otra parte: en los valores de convivencia, en la autonomía como ciudadanos, y en la soberanía, que se dice reside en nosotros, para definir y tomar las decisiones que competen a nuestras vidas únicas.

Es más doloroso para ellos y sus familias, que no tienen los recursos políticos, cívicos, incluso morales, de los que cayeron presos en la mal llamada Primavera Negra de 2003, que eran activistas con una visión épica para enfrentar al régimen, listos y preparados para pagar las consecuencias de la prisión. Lo mismo ocurrió con el primer presidio político. Ahora me parece más doloroso, más sensible el drama de estas familias que no estaban preparadas para algo así. Por ello llamamos a este último presidio: el presidio de todo el pueblo.

Cuando miras el número de gente que fue liberada y lo contrastas con el número de activistas presos notas que activistas presos hay diez o doce, los demás son gente del pueblo, de la Güinera, pueblo marginado. Por eso abogamos para que haya más conciencia y más apoyo, para lograr liberar a personas que han sido condenada a quince años, que no tienen ni la más puñetera idea de lo que es el Código Penal, y súbitamente, se han visto atrapados por algo que no sabían que existía. Es muy doloroso.

J.P.: Terrible y doloroso, además, porque era gente que no estaba en la lucha política, simplemente salieron porque no tenían qué comer.  

M.C.M.: Gente obstinada por la falta de todo…

J.P.: Y por no poder protestar. El gobierno no da una válvula de escape.

M.C.M: De hecho, lo paradójico al mismo tiempo, es que ellos, en este lavado de imagen, de creación de máscaras sobre todo para el exterior, se vieron en la necesidad de poner en la Constitución que hay determinados derechos, entre ellos el de protestar. De pronto, cuando la gente empezó a usarlos, dijeron: «¿Y esto qué cosa es? ¿Qué calculamos mal?». Ya no lo pueden borrar, por eso nos están dando cintazos, para romper la transición que estamos haciendo de súbditos a ciudadanos.

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Imagen principal: Cuba Próxima.

Juan Pin Vilar

Documentalista y director de televisión.

https://www.facebook.com/juan.vilar.3323
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