La Isla en hueso
Me lo contó un sagaz profesor de la Universidad de La Habana, a la vuelta de un viaje al extranjero. Cuando el avión aterrizó y comenzó a rodar por la pista, en algún muro perimetral del Aeropuerto José Martí se veía un viejo letrero con trazo grueso: «Patria o Muerte», pero el tiempo había desteñido hasta casi borrar la primera palabra. Un turista que venía a su lado preguntó intrigado por aquello tan raro de «o Muerte». Mi profesor, sin saber qué explicarle, salió del trance con una frase del tipo «Es demasiado complejo, no lo entenderías».
Años después de esta historia leí, no recuerdo dónde, una ingeniosa frase atribuida a Zoe Valdés y referida precisamente a la otra disyuntiva de la «enérgica y viril» consigna política cubana. Al tronante «Socialismo o muerte», la escritora habría agregado: «(Valga la redundancia)».
Sea porque se borran, sea porque redundan (y no dicen nada), la Patria y el Socialismo que nos dibujaron —que nos prometieron— tras la oleada revolucionaria de 1959, cada vez más son solo eso, un vago y triste dibujo, una promesa falaz que yace bajo el peso abrumador de la única certeza: la muerte.
La Isla se muere. Se nos muere.
Y los hijos de la gran… Patria, a los que el personaje de la película Clandestinos gritaría: «¡Te la entrego viva, coño!», nos miran con el cinismo de Miralles, aquel policía batistiano. No es que se muere, es que ellos la matan.
La cotidiana defunción a plazos que constituía la lucha diaria en la nación, acelera a grandes zancadas su ritmo y parece oprimir el cuello de millones, haciendo una parodia del proverbio, que sería más apropiado de esta manera: «Dios aprieta, pero no afloja».
Cada imagen de los días posteriores al huracán Melissa (que ya dejaron de ser tendencia en las redes, pero no se van de nuestras memorias) retrata una Isla en cueros, en piel y hueso, como Noris, la anciana que mostró los humildísimos «trapitos» sobre los cuales dormía, más pegada a las duras tablas que a algo mínimamente confortable.
Una Isla ahogada, como el televisor de Minguito, que atravesaba en brazos de este la crecida de las aguas, más como un gesto de terca resistencia que de útil salvamento; pues ya se sabe que poco podría recuperarse de un equipo electrodoméstico en semejantes condiciones.
Pero quién le explica eso a un cubano, que tal vez gastó buena parte de su existencia para tener ese aparato donde alguna vez, en los pocos ratos de electricidad, podía ver los juegos de pelota, o la telenovela de turno, o la enésima retransmisión de la Mesa Redonda, ese programa humorístico y feliz donde todo marcha viento en popa hacia la luminosa y sostenible prosperidad.
Una nación en puro llanto, como la familia de la niña con parálisis cerebral y las piernitas enyesadas, que no tenía ni un peso para comenzar con ella un nuevo período de ingreso hospitalario.
Un país amordazado, que se atreve a susurrarle al dictador y sus genízaros: «No tenemos cama», como Francisca, y recibe de vuelta una bravuconada de aquel: «Y yo tampoco tengo pa’ dártela», como si alguien le hubiese pedido a él, de su patrimonio personal, que se sacara una cama; como si no fuera muestra suficiente de incapacidad e ineptitud que el servidor público número uno de una nación, su presidente, quien debe redistribuir en nombre del pueblo lo que ese mismo pueblo produce, no sea capaz siquiera de gestionar una cama para que duerma una anciana o, al menos, si no la cama, la elemental empatía para condolerse de los que no la tienen.
Una Isla que «persuaden» (¿recuerdas, Heberto Padilla?), para que se retracte de pedir semejante lujo de una cama, y termina agradeciendo a «esa revolución tan linda y al comandante Fidel, que en esa piedra está y sigue vivo».
Ay, Noris. Ay, Minguito. Ay, Francisca. Ay, Cuba.
¿Cuánto más podrán destruir sobre lo destruido? ¿Cuánto más resistirán las articulaciones desgastadas por los chikungunyas y dengues y oropuches que nos contaminan, no de ahora, sino desde mucho antes y con muchos nombres? (Lineamientos, Covid, Coyuntura, Ordenamiento, Bancarización, Caída del SEN, Rectificación de errores, Período Especial, Cordón de La Habana, UMAP, Ofensiva revolucionaria, Zafra de los diez Millones, Quinquenio Gris, Patria o muerte. Socialismo o muerte…MUERTE).
¿Cuánto más nos reprimirán y convertirán en presos políticos, desterrados, silenciosos supervivientes o zombis ambulantes en espera de que un tornado acabe de arrancar la ignominia?
Solo algo brilla en medio del fango: la gente, la gente buena —que con más o menos publicidad— comparte lo que tiene y alivia, aunque sea hasta el próximo desastre, la vida destrozada de sus compatriotas. La gente buena que, aun viviendo en la más terrible pobreza, invita a pasar al ranchito y tomar un café paupérrimo colado en fogón de leña, en el jarrito metálico abollado que sobrevivió a las inundaciones.
La Isla es eso, su alma noble y radiante.
Aunque el cuerpo, en hueso y nervio vivo, siga atravesando las penurias del huracán permanente.
Que amanezca, por Dios, que amanezca.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.