La ideología del poder: una lectura histórica del comunismo en Cuba (1925-1965)
El 16 agosto de 1925 se fundó en La Habana el primer Partido Comunista de Cuba (PC). Su historia ha sido tan edulcorada que la realidad apenas corresponde con lo aprendido en las escuelas. Desde el inicio, la organización se preocupó por controlar el discurso y el relato como vías de agitación. Con el tiempo, fueron creando un sistema de clientelismos, relaciones e infiltraciones que les permitió ocupar posiciones de poder, primero en la República y luego en la Revolución triunfante en 1959.
Recoger en un artículo la extensa historia del PC es imposible. Por ello pretendemos analizar la organización a través de un núcleo central: la ideología del poder. Partimos de la hipótesis de que la ideología del antiguo PC, más que las tesis del marxismo, era la idea del poder.
Tal hipótesis no debe confundirse con la toma violenta del poder, pues el asalto armado ―al estilo de los bolcheviques o la Revolución Mexicana―, no le interesó al partido. Ese tipo de conquistas eran volátiles y, sin condiciones de máximo control, se evaporaban con la misma rapidez con que se conseguían. En el caso cubano, se siguió una línea metódica, paciente y comedida, que daría frutos a largo plazo, pero que, sobre todo, crearía un modelo para exportar en el futuro la nueva revolución.
Los inicios fueron complicados. En palabras de Fabio Grobart ―una de sus figuras clave―, a Tad Szulc: «surgimos en la ilegalidad con el nombre Partido Comunista de Cuba, filial de la Internacional Comunista», y esta probablemente sea la única verdad que el entrevistado dijera al periodista estadounidense.
El largo juego del poder
En el número de julio-agosto de 1970, la revista Problemas del comunismo publicaba un artículo firmado por Boris Goldenberg ―director del departamento América Latina de la Deutsche Welle― en el cual realizaba un análisis del primer PC cubano. El texto comenzaba planteando: «Tal vez ningún partido político en la historia moderna haya sido impulsado por caminos tan curiosos, que Hegel llamó la "astucia de las razones", como el Partido Comunista de Cuba. Nacido de la unión de un pequeño grupo de organizaciones se convirtió en uno de los más poderosos de América Latina».
Dicho análisis, en fecha tan temprana, contrasta grandemente con la imagen que ya para entonces los viejos comunistas cubanos habían logrado entronizar: eran un pequeño y diezmado grupo que, gracias a la Revolución de enero del 59, lograron ver cumplidos sus sueños. Al menos esa fue la idea central del artículo de Fabio Grobart para Cuba Socialista, difundido en agosto de 1966, y cuyas ideas generales había publicado el periódico Hoy el 18 de agosto de 1965.
Portada de la revista Problems of Communism dedicada a Cuba.
El relato posterior ha instaurado la idea de que el grupo fundador del PC fue ilegalizado y perseguido ferozmente por su carácter activo en la lucha obrera y su internacionalismo. Sin embargo, en cualquier estado democrático existen leyes que deben ser cumplidas. Al reconocerse como filial de una organización extranjera, ―además de que ello contradecía las leyes cubanas―, su política respondía e iba dirigida, esencialmente, hacia las fuerzas políticas internacionales, de ahí que se recalque en su acta fundacional la traducción de su programa al inglés, francés, ruso y hebreo.
Su carácter internacional impidió que contaran con un proyecto político concreto en aquella reunión; además del problema con la captación de miembros que, como mismo reconoció Grobart con posterioridad, radicó en la incapacidad de la organización para sacudirse el sambenito de «filial» de la Internacional Comunista, lo que les alejó de los sindicatos y les echó la policía encima.
Si se han tergiversado cuestiones básicas como esas, entonces, ¿cuál es la verdad detrás de la fundación del PC?
En su ficha sobre El primer partido comunista de Cuba, la Enciclopedia ECURED ― vocera del relato oficial en la WEB―, plantea:
«El Primer Partido Comunista de Cuba fue una organización política de orientación marxista (...) fundada en Cuba entre el 16 y el 17 de agosto de 1925. Este partido fue sucesor del Partido Revolucionario Cubano y a su vez constituyó un antecedente de lo que es hoy el Partido Comunista de Cuba.
Un día antes de la clausura del Tercer Congreso Obrero Nacional, en Camagüey, el 6 de agosto de 1925, el Comité Ejecutivo de las Agrupaciones Comunistas de Cuba emitió una convocatoria para la celebración del congreso que debía dejar constituido el Partido Comunista de Cuba.
El documento fijaba el encuentro entre los días 16 y el 20 del mismo mes, pero se impuso la necesidad de sesionar en solo dos días, ante la hostilidad del gobierno de Gerardo Machado».
Esta es la versión oficial que, con más o menos matices, se ha propagado. Pero, evidentemente, no es cierta. Lo primero es que el PCC no fue para nada continuador del Partido Revolucionario Cubano (PRC) de Martí. Esta idea, que se imbrica con la tesis ―que hemos analizado en anteriores artículos― de la Revolución Única, se sustenta solamente en la figura de Carlos Baliño.
El hecho de que Baliño haya sido fundador del PRC, y luego uno de los pioneros de las ideas socialistas y comunistas en Cuba, no significa que exista nexo de continuidad entre una organización y otra. Sería como afirmar que el actual Partido Comunista Cubano es heredero del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) del 30, porque Raúl Roa militó en ambas. O asegurar que es heredero de la FEU, porque Julio A. Mella fue fundador de las dos organizaciones.
El segundo punto donde existe manipulación radica en que parece que la convocatoria a la fundación del PC fue una solicitud o iniciativa surgida en el Congreso Obrero Nacional, lo que tampoco es cierto. Analicemos este punto con más detalle.
La Agrupación Comunista de La Habana, la mayor del país ―con unos veinte miembros―, estuvo en la órbita de la Internacional Comunista desde antes de 1921, pues en ese año fue invitada a participar en el Congreso Mundial de la organización ―aunque por razones logísticas no asisten. A inicios de 1925, Carlos Baliño solicita ayuda ―las fuentes difieren si a la Internacional Comunista o a Moscú― a través de las dos agrupaciones comunistas hebreas existentes en La Habana para fundar un partido en Cuba.
Con tal objetivo fue enviado a la Isla ―como delegado, consejero y fiscalizador― Enrique Flores Magón, del Partido Comunista Mexicano, quien será elegido posteriormente Secretario de Actas del Congreso. Es por ello que en dicho cónclave se agradece a «los hermanos» mexicanos, hebreos y otros por la ayuda prestada. O sea, el PC no surge de manera espontánea y por clamor popular de los obreros, sino como parte de la estrategia de expansión del comunismo internacional.
De ese momento fundacional emergen dos líneas de trabajo. La impulsada por miembros asesorados por la Internacional Comunista, y una más electoral, representada en un inicio en la figura, entre otras, de Martín Veloz «Martinillo» y la Agrupación Comunista de Manzanillo. Esta última será la única que acceda, con el tiempo, a un poder regional mediante la vía democrática.
Paulatinamente el partido captó nuevas figuras provenientes de la joven intelectualidad revolucionaria de la época: Rubén Martínez Villena, Gabriel Barceló, y Aureliano Sánchez Arango ―que romperá de forma tajante con el mismo y será uno de sus mayores críticos durante el gobierno de Prío. Expanden asimismo la membresía a obreros como César Vilar, Joaquín Ordoqui e Isidro Figueroa.
El turbulento período entre 1933, en que cae la dictadura machadista, y la legalización del PC, en 1938, fue muy complejo. A partir de 1935, cuando la Internacional Comunista orienta la creación de «frentes populares» con el fin de explotar la vía electoral y democrática para detener el avance del fascismo, el PC pondrá en práctica nuevas estrategias.
Sede del Partido Comunista en 1933.
En el juego del poder
En 1939 el PC se funde con la organización Unión Revolucionaria, sin vínculos directos con la Internacional Comunista, lo que modificará su nombre a Unión Revolucionaria-Comunista (URC, después perderá el guion de enlace), y aportará gran parte de su militancia intelectual más reconocida. Esta alianza tuvo como fin las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1940, en la que URC logró seis delegados. A partir de entonces entran a la vida parlamentaria con todos los derechos que eso conllevaba.
Decididos a acercarse al poder, pactan con el coronel Fulgencio Batista ―su antiguo enemigo y represor―, e integran la Coalición Socialista Democrática (CSD) para las elecciones de 1940. Era la primera vez en el hemisferio occidental que un partido comunista formaba parte de un gobierno elegido democráticamente.
Gracias a su cobertura legal, fueron estableciendo una arquitectura mediática ―periódicos, revistas, emisoras radiales, editorial, librerías, y hasta una productora cinematográfica―, lo que les permitió propagar libremente sus opiniones políticas.
Tras la derrota de Carlos Saladrigas Zayas, candidato de Batista en las elecciones de 1944, y comenzando la Guerra Fría, cambian al que sería su último nombre como organización independiente: Partido Socialista Popular.
Para entender el juego político del partido, es necesario comprender su funcionamiento. Lo primero es analizar su estructura, en la cual se aprecia un modelo central con tres grandes líneas: la política-pública, la intelectual, y la logística de la seguridad. Si fueran a representarse en un esquema de círculos concéntricos, se mostraría una superposición casi total entre las dos primeras, y una relativamente alta independencia de la tercera.
La línea pública era el rostro visible, cuya función populista-sindical estaba nucleada alrededor de figuras, como Blas Roca, Lázaro Peña, los hermanos Escalante, etc. Por su parte, la línea intelectual tenía la función de conectar a través de supra estructuras públicas al PC con la intelectualidad. De ello se encargaban figuras como Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Edith García Buchaca, Nicolás Guillén, Mirta Aguirre y Salvador García Agüero.
Esta línea aportaba capacidad de interconexión en las esferas artísticas e intelectuales de la sociedad cubana, valiéndose de hábiles campañas de radio, prensa y televisión; o a través de la creación de sociedades intelectuales como Nuestro Tiempo, o la supervisión de los existentes centros sociales y obreros. Luego de 1959, dicha estructura será fundamental en el proceso de producción y reproducción de ideología y en la modelación de una ciudadanía acorde a la nueva sociedad.
Finalmente, la línea logística de la seguridad, cuyo máximo dirigente era Fabio Grobart, constituía el soporte internacional de la organización. Su estructura, a diferencia de las anteriores, respondía directamente a Moscú, en cuyos centros militares fueron formados algunos de ellos. Usaba las dos líneas anteriores para hacer viable el proyecto cubano dentro de la Internacional Comunista.(1)
Fabio Grobart en una imagen de Bohemia.
Sus estrechos lazos con los partidos checo, francés, argentino, italiano y mexicano, establecieron, por ejemplo, las conexiones necesarias para que las cédulas del M-26-7 sobrevivieran en varios países, o para que, desde finales de 1958, se comenzara a negociar a través de Checoslovaquia ―donde residía desde 1950 Fabio Grobart―, el apoyo armamentístico a los rebeldes.
Dicha estructura tenía una división más o menos pública para los miembros de mayor relevancia: la «Comisión Especial del Partido para los Asuntos de Inteligencia» que dirigió Osvaldo Sánchez, y otra inferior y de carácter meramente operativo, casi exclusivamente en el territorio nacional: la «Comisión de Actividades Clandestinas y Militares», encabezada por Ramón Nicolau y que contaba también con Flavio Bravo y Víctor Pina.
La articulación de estas tres líneas explica la captación de una militancia con fidelidad cuasi religiosa, que permite entender la disciplina incondicional de muchos de sus miembros ante situaciones de exclusión, ostracismo y pérdidas materiales.
En la situación en que estuvo durante las décadas del 30 y el 40, el Partido necesitó de lo que podría denominarse «el buen militante», aquel que respondía directamente a las instrucciones del núcleo de base y hacía uso público de su filiación. Sin embargo, quizá mucho más peso estratégico tuvo el que podría denominarse «militante perfecto», aquel cuya filiación pública distaba de los comunistas, que estaban autorizados a criticarlos y tenían libertad operativa para militar y hacer campañas para otras organizaciones.
Esos no-militantes fueron de mayor utilidad al PC, pues se infiltraron, algunos incluso desde finales de los años veinte, en casi todas las estructuras políticas, asociacionistas y militares del país. Algunos lo hicieron incluso cuando no recibían ninguna bonificación del partido, eran simplemente militantes de conciencia, entrenados para el anonimato, no reconocían la jerarquía visible del PC, eran, sencillamente, los militantes de Fabio.
Nombres como Mario Betancourt Pichardo, Mario Enríquez Laverde, Luis Alfonso Silva Tablada, Vicentina Antuña o Gustavo Pérez Rieumont, colaboraron desde distintas esferas para que el Partido estuviera bien informado y casi no sufriera bajas en la lucha anti-batistiana, a pesar de estar ilegalizado. Podría incluso citarse entre estos militantes extraviados a Osvaldo Dorticós quien, según informes del Departamento de Estado norteamericano, no renunció formalmente a la Juventud Comunista, realizó funciones de secretario regional, e incluso, otras fuentes apuntan a que fungió como secretario de Juan Marinello, el presidente de los comunistas cubanos desde 1939.
En su libro El Homo Sovieticus, Svetlana Alexievich da voz a personas que, aun tras el colapso de la URSS, sostenían: «¡A nosotros no se nos puede juzgar con las leyes de la lógica!... ¡Entiéndalo! Solo se nos puede juzgar con las leyes de la religión. ¡De la fe!». El comunismo internacional buscó crear este tipo de militante del futuro.
La Revolución cubana ¿traicionada o triunfante?
El 1ro de enero de 1959 pertenece al pueblo de Cuba. Se derrocó entonces a una dictadura a través de la comunión de disímiles fuerzas, algunas en las antípodas ideológicas. Fruto de ello surge el primer gobierno revolucionario, plural y cívico, que respondía a las necesidades visibles de la lucha desarrollada ante el estado inconstitucional de la nación.
Sin embargo, Fidel Castro usó el amplio respaldo popular y el crédito político que tenía, para ir disolviendo la pluralidad y representatividad de las fuerzas nacionales. En los primeros meses del 1959 se produjeron quejas ante la presencia, y casi preponderancia, comunista en ramas claves de la sociedad. ¿Eran reales las sospechas, o partían de «patrañas de la prensa imperialista azuzadas para encubrir intereses»?
Discurso de Fidel Castro el 8 de mayo de 1959.
Los cuestionamientos y acusaciones de entonces pueden ser confirmados ahora. El aparato comunista fue copando el poder real, aquel que radica en los escalones ejecutivos. Si se analiza la lista de titulares de carteras ministeriales en los llamados primer y segundo gobierno revolucionarios de 1959, se notará una baja presencia comunista. No obstante, ello no era más que una ilusión.
En marzo de 1959 se crean los Órganos de Seguridad del Estado. Sus cuatro fundadores reconocidos fueron: Ernesto Che Guevara, Ramiro Valdés, Osvaldo Sánchez y Víctor Pina Cardoso. Todos comunistas, y los dos últimos miembros destacados del aparato logístico de la inteligencia del PC. La consecuencia directa fue que, para 1965, la jefatura de los órganos provinciales de Seguridad del Estado ―según el acucioso libro de Pepita Riera Servicio de Inteligencia de Cuba Comunista―, tenía en todas las provincias, excepto en Camagüey y Pinar del Río, a un antiguo comunista como delegado.
El G-2, como se denominó al brazo represivo del movimiento opositor, fue copado por los comunistas. ¿Pero, y el ejecutor? En enero de 1959 el Che es nombrado jefe de La Cabaña, lugar donde por años se fusilará a los opositores; sin embargo, gran parte de esos meses iniciales los pasó en una casa de Cojímar donde, junto a otros comunistas ―entre ellos Antonio Núñez Jiménez, Carlos Rafael Rodríguez y Osvaldo Dorticós― sería redactada la Ley de Reforma Agraria. Entonces, si el Che estaba casi siempre en esas tareas ¿quién dirigía, en la práctica, La Cabaña? Allí se encontraba un viejo y destacado miembro de la línea logística de la inteligencia del PC: Ramón Nicolau, segundo jefe de la fortaleza.
Como parte de la investigación para este artículo, hemos conformado un índice de comunistas en posiciones de poder entre 1959 y 1962. En el mismo se encuentra una veintena de nombres en cargos decisivos de primer o segundo orden, que van desde la Federación de Mujeres Cubanas o la Biblioteca Nacional, hasta las Fuerzas Armadas Revolucionarias o ministerios claves, como el de Cultura, Exteriores o Comercio.
Carlos Rafael Rodríguez y Antonio Núñez Jiménez en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria; Manuel Luzardo, ministro de Comercio Interior; Joaquín Ordoqui, jefe de Logística y viceministro de las FAR; Edith García Buchaca en el Consejo Nacional de Cultura; el comandante Flavio Bravo como jefe de Operaciones de las FAR durante la Crisis de los Misiles y quien, además, dirigió los primeros intentos de exportación ideológica en África y América; las embajadas de los países socialistas, a su vez, tenían casi todas destacadas en puestos de segunda línea a hombres del antiguo PC, por ejemplo, José Antonio Abrahantes Orgas ―el padre de los hermanos Abrahantes― en la URSS, etc.
La Pasionaria Dolores Ibarburi, Severo Aguirre, sin identificar, Juan Almeida, Antonio Núñez Jiménez,
Entre mayo de 1959 ―con la firma de la Reforma Agraria― y mayo de 1961, con la declaración del carácter socialista de la Revolución, las antiguas estructuras del PC van haciéndose fuertes dentro del gobierno revolucionario, en conexión directa y subordinados al núcleo de poder de la Sierra Maestra. Se consuma entonces el vuelco del proceso revolucionario, que el propio Fidel Castro, en su discurso del 8 de mayo de 1959, había considerado «humanista», al asegurar que no estaba «ni a la derecha ni a la izquierda: ¡Un paso más allá de la derecha y de la izquierda!».
En mayo del 61, en medio de una situación límite, Fidel Castro se vio forzado a descubrir las cartas que le unían a Moscú. Figuras como los comandantes Hubert Matos y Eloy Gutiérrez Menoyo, condenados injustamente por renunciar a un proceso que se apartó del camino martiano para tomar la senda soviética, tenían razón.
Hubert Matos y Fidel Castro en 1959.
Apenas unos meses después de la declaración del carácter socialista de la revolución, regresa a Cuba Fabio Grobart. Volvía para ponerse al frente de las revistas Fundamentos y Cuba Socialista. Comenzaba su nueva misión de gestación de un relato histórico que culminaría con el control total de las fuentes, los sobrevivientes y la bibliografía futura a través del Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, fundado en 1972 ―desde 1987 Instituto de Historia de Cuba―, que dirigió hasta avanzada edad.
Si el 9 de julio de 1960 Nikita Jruschev prometía «hacer todo lo posible para ayudar a Cuba en su lucha», el 12 de diciembre de 1962 recordaba enfáticamente en un discurso: «La Cuba Socialista existe y sigue siendo un faro de las ideas marxistas-leninistas en el Hemisferio Occidental».
En apenas tres años, el proceso político se podía considerar tomado por los elementos del antiguo PSP. Desde entonces, la única premisa de intercambio entre ellos y Fidel Castro sería la entrega total del poder a su liderazgo, a cambio de una amplia libertad para manejar el resto de escalones intermedios de la sociedad cubana.
Los antiguos comunistas que no entendieron este intercambio, fueron purgados paulatinamente durante la década. Los sobrevivientes serían los «militantes perfectos», que respondían a las necesidades del Partido por sobre todas las cosas y no persiguieron nunca otro poder que la militancia.
Entender el funcionamiento de estructuras sembradas hace cien años y que han demostrado su utilidad para la toma y conservación de un poder totalitario, permitirá evitar los cambios fraudes, las revoluciones traicionadas y las figuras mesiánicas. Sin esa comprensión, la libertad y la democracia serán imposibles en una Cuba futura, con todos y para el bien de todos.
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* Este texto ha sido escrito por Ernesto M. Cañellas Hernández y Aries M. Cañellas Cabrera.
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(1) El aparato de inteligencia de Fabio Grobart fue tan importante en el futuro que, incluso cuando la URSS se opuso a la exportación del mismo, Cuba lo utilizó a través de diversas instituciones como el ICAP, el Mincult o el Minrex para crear las bases de posibles estructuras que llegaran al poder en otros países. Quizás el más destacado sea el famoso Departamento América, de donde salió gran parte de los encausados alrededor del Caso Ochoa. Este aparato de inteligencia fue tan poderoso que llegó a suponer un rival real al poder de los Castro en un contexto de declive del sistema existente.
(2) En Pinar del Río no había un comunista, pero sí un hombre de plena confianza del Che Guevara como era Eliseo Reyes, el capitán San Luis.