Las cortinas del poder...y las nuestras

Hace días afirmé que lo más importante ―cívicamente hablando― estaba en el oriente de Cuba, y que la nota de Fiscalía sobre el próximo juicio a Alejandro Gil era una cortina de humo para distraer la opinión pública del desastre. A pesar de ello, no negué que el proceso contra el ex ministro de Economía fuera significativo. Lo es en grado sumo.

En la coincidencia de estos hechos hay cortinas de humo y distracciones, pero muchos de nosotros también podemos, inconscientemente, tender otras. Es lo que hay que evitar. Se necesita andar hoy con pies de plomo y entendimiento alerta.

Las del poder

Cuando el grupo que de verdad dirige la Isla abre tantas puertas a la vez, ello indica que piensa escapar por alguna. Y escapar no significa abandonar el poder, sino mantenerlo bajo otro rostro, como Arya Stark en Juego de Tronos. La destrucción del país, dramática, pública y notoria en las provincias orientales tras el paso del huracán Melissa, parece obstaculizar esa escapatoria. Pero sí pueden intentarlo a través del proceso contra Gil y, sobre todo, contra los que sean arrastrados junto a él como «tontos útiles». Precisan ganar tiempo y este escándalo se lo puede ofrecer. Resulta una estratégica Caja de Pandora.

Nunca he olvidado al presidente Díaz-Canel tuiteando ingenuamente su apoyo y agradecimiento al recién «liberado» que poco después sería detenido. Es lógico pensar que Gil estaba bajo investigación desde hacía un tiempo, nadie se atrevería a proceder contra una persona de su rango sin haber acumulado evidencia suficiente. ¿Ningún órgano de inteligencia pudo alertar al presidente de la República para que no se expusiera al mostrar apoyo público a quien pronto caería estrepitosamente?

El primer ministro Manuel Marrero, jefe inmediato de Gil, no hizo lo mismo. Pero Marrero, a diferencia del presidente (y de Gil), sí es del grupo de poder. Tener poder por un tiempo en Cuba ―incluso mucho poder―, no es equivalente a pertenecer a esa élite, de origen militar-tecnócrata más que partidista, con fuertes lazos de clientelismo, lealtad, y muchas veces parentesco, sea por consanguinidad o afinidad. Nombres como Humberto Pérez, Carlos Lage, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque, entre otros, son prueba de dirigentes-comodines a quienes siempre se pudo sacrificar a conveniencia.

Miguel Díaz-Canel cumplió su cometido histórico. Acumuló ya suficiente rechazo para que su salida del poder sea manejada como capital político por quienes lo designaron. Se ganó la repulsa popular al obedecer a sus superiores y convocar al combate contra los manifestantes del 11J. Estimuló la reprobación de muchos con su ropa costosa, su esposa fatua, sus promesas incumplidas, su estímulo a la represión, su imposibilidad de controlar a GAESA, su falta de carisma, su dislexia y su insensibilidad. Es la cara externa del sistema, una especie de retrato de Dorian Gray. (Pero no es el sistema).

Pudieran esperar al 2028, cuando se cumple su segundo período de mandato como presidente, pero faltan casi tres años y la situación política se ha intensificado. Es obvio que las pérdidas sufridas en las provincias del oriente, el sufrimiento de la gente, la paciencia agotada y el Estado quebrado, incrementen las tensiones y las protestas populares a niveles posiblemente más altos que en 2021.

No obstante, antes de las «elecciones» para presidente ocurrirán las «elecciones» para primer secretario del Partido, cargo que Díaz-Canel detenta desde abril del 2021, durante el 8vo. Congreso del PCC. Ya fue anunciado el 9no cónclave para abril de 2026, apenas faltan seis meses. Como la vista judicial del escandaloso proceso debe celebrarse previa a dicha reunión (si es que no la demoran, como ocurrió con Fiscalía), creo posible que Díaz-Canel sea obligado a renunciar antes, o que lo hará durante el Congreso.

Ya se escuchan voces que nunca han denunciado la violación de derechos ciudadanos ni han condenado la represión en Cuba, pero que exigen la renuncia del secretario general en el próximo Congreso. Si se diera el caso de que Miguel Díaz-Canel fuera involucrado en las numerosas acusaciones contra Gil (que incluyen hasta el delito de «espionaje»), dejaría de encabezar el Partido y deberá renunciar a la presidencia, pues, si bien la Ley no. 136/2020.- Ley del Presidente y Vicepresidente de la República de Cuba, aparecida el 24 de diciembre de 2020 en la Gaceta Oficial de la República, no declara como requisito obligatorio ser secretario general del PCC (de hecho, Díaz-Canel no lo era cuando ocupó su primer mandato), sí establece determinadas condiciones que conducirían al cese de las funciones del presidente:

«Artículo 12 El Presidente cesa en sus funciones en los casos siguientes: por terminación del período presidencial; por renuncia; por pérdida de los requisitos para el ejercicio del cargo; por revocación del mandato; por incapacidad sobrevenida e inhabilitante para ejercer el cargo; por ausencia definitiva; y por muerte».

Está claro que, si hipotéticamente Díaz Canel fuera responsabilizado, aun de modo indirecto, por alguno de los delitos imputados a Gil, no continuaría como presidente. Entonces pudieran: 1) adelantar elecciones o 2) nombrar un presidente interino, pues, según el Artículo 13.1: «En los casos de cese de las funciones, excepto por terminación del período presidencial, el Vicepresidente asume interinamente las atribuciones del Presidente de la República».

¿Quién será el designado esta vez ante unas elecciones adelantadas? Mencionar nombres sería especular, pero es seguro que no será una persona joven. El 18 de julio pasado se aprobó por la ANPP una reforma constitucional que suprimió el límite de sesenta años para ser presidente en un primer período. ¿Por qué la premura en modificar la ley si al actual presidente le quedan casi tres años en el cargo? Nada como eso se decide «en el nivel central» sin una razón de peso. Quizá pronto la sepamos.

La euforia que sin dudas existiría dado este escenario, el morbo ante lo que pueda ventilarse en el proceso, puede hacernos olvidar que los sistemas se sostienen en estructuras, instituciones y leyes, no en personas. El cambio de la figura máxima no sería la solución a la grave y definitiva crisis general que se manifiesta en Cuba, de carácter económico, político y social.  

Como bien afirmara el economista Mauricio de Miranda Parrondo, Gil representaba a un sistema «que continúa petrificado con toda su fuerza opresora e incapaz para afrontar con dignidad las necesidades del pueblo».

Las nuestras

Si queremos justicia y democracia en Cuba debemos empezar a practicar desde ahora. Considero justa la exigencia de Laura María Gil González, hija del acusado, que pide transparencia en el proceso y una vista judicial pública (1, 2 y 3). Según ella, su padre no reconoce los cargos y quiere que los demuestren. Esto ha suscitado un intenso debate que saca a la luz los déficits cívicos resultantes de décadas de autoritarismo y opacidad.

Mientras la periodista Ana Teresa Badia ―desconociendo olímpicamente la presunción de inocencia que establece el Código Penal cubano hasta que un delito no haya sido juzgado―, ha escrito un post lleno de emojis donde cataloga a Gil de «traidor»; otras personas, con posturas críticas al régimen, declaran que no les interesa lo que pase con el ex ministro y que este no merece derecho alguno.

Deberíamos defender un proceso transparente y debido para todos los ciudadanos, tanto para Alejandro Gil como para nuestros compatriotas presos por motivos políticos que no tuvieron esos beneficios; o para toda persona que sea encausada en un sistema de exclusión política como este, que fabrica disidentes y opositores a la velocidad de la luz. Es lo que desearía para mí y para Jenny Pantoja, que pronto seremos juzgadas por un tribunal de Matanzas.

El Estado de derecho debe contenernos a todos, sin excepciones. Si apoyamos la aplicación selectiva de los derechos y de la ley porque nos desagrada el ex ministro ―y claro que nos desagrada, fue parte del sistema excluyente y opresivo que ha destruido a este país―, no estamos haciendo nada diferente a lo que ha hecho el régimen toda la vida. Y no creo que imitar al régimen conduzca a los cubanos a la democracia.

Me parecen atinadas en tal sentido las palabras de la intelectual Miryorly García en su muro de Facebook:

«coincido en que se debe exigir transparencia y desde mi punto de vista observadores internacionales y búsqueda de las declaraciones de contrapartes extranjeras para el delito de espionaje. Sobre todo, porque el juicio es a un servidor público del más alto nivel de gobierno, en medio de un régimen que es tan o más corrupto (y no lo digo solo en términos económicos) que el propio funcionario juzgado. Creo que ese es el punto esencial acá ahora, no si es más o menos culpable, más o menos chivo expiatorio, lo cual demostrará posiblemente más el tiempo que el juicio si se celebra en las condiciones turbias y faltas de justicia verdadera en que vivimos. Pero como siempre estamos desconcentrados, o peor, concentrados en el chiste, en halarle las tiras del pellejo a Gil, en el ansia de ver sangre y pelotones de fusilamiento para alimentar nuestra dulce venganza más que buscando verdad y justicia. El verdadero dedo acusador de Gil debería ser el pueblo cubano, pero también su garante de búsqueda de justicia real, porque todos sabemos que el gobierno quiere robarse el rol de acusador cuando está tan en el banquillo del acusado como Gil por los delitos que se le imputan, su rol en el gobierno y el tipo de gobierno que tenemos. Y nada, le cedemos ese puesto a nuestros propios verdugos sin exigir nada, para que se laven las manos con el chivito de turno mientras nos quedamos como meros espectadores morbosos del circo ya mil veces representado».

Exijamos transparencia en el proceso judicial de Alejandro Gil, será importante para develar las tramas de corrupción, privilegios e impunidad de la clase política a la que el hoy acusado perteneció. En lugar de dar la espalda porque él nos la dio a todos en su época de funcionario, deberíamos entender que hay que estar muy atentos al juego del poder, que va a intentar sacrificar peones para perpetuarse.

Todo ello sin dejar de denunciar el calvario de nuestros hermanos en las destruidas provincias del oriente; sin dejar de apoyarlos en lo posible tanto dentro como fuera de Cuba.

***

Imagen principal: Victoria Blanco / CXC.

Alina Bárbara López Hernández

Profesora, ensayista y editora. Doctora en Ciencias Filosóficas y miembro correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba.

https://www.facebook.com/alinabarbara.lopez
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