Angola, más allá del discurso y del recuerdo

Este 5 de noviembre se cumplen cincuenta años del inicio de la «Operación Carlota». El día 10 tuvo lugar la Batalla de Quifangondo ―que convirtió al MPLA en la fuerza política hegemónica de Angola. Asimismo, el 11 de noviembre se celebra el aniversario cincuenta de la proclamación de su independencia del colonialismo portugués.

Por coincidencia, también se cumplen treinta y seis años de mi llegada a tierras angolanas como parte del contingente militar cubano que durante quince años estuvo desplegado allí. A los vacíos de la historiografía nacional sobre el impacto de la guerra de Angola en nuestra sociedad, dedico este análisis.

La guerra civil en la nación africana duró veintiséis años, desde 1975 hasta el 2002, cuando la muerte de Jonás Savimbi ―líder histórico de la UNITA― puso fin a un conflicto que dejó más de un millón de angolanos muertos, cuatro millones de desplazados y una sociedad fracturada y con profundas desigualdades.

Su alto grado de complejidad estuvo determinado por el número de actores externos involucrados en ella y porque se produjo en un período complicado, pues la crisis del petróleo de 1973 había sacudido a los estados de bienestar de Europa occidental y a las «democracias populares» del Socialismo Real. Angola, con sus ricos yacimientos petrolíferos en Cabinda, amén de sus variadas riquezas minerales, se convirtió en objetivo altamente prioritario para ambos bloques. Las potencias ―EE. UU y la URSS― a través de terceros, buscaron debilitar mutuamente sus posiciones, ahora en el escenario geopolítico del África austral.

De los veintiséis años de guerra, quince contaron con la participación militar activa de Cuba. El fracaso económico que constituyó la zafra del 70, obligó a la Isla a entrar en la órbita del CAME y convertirse en aliada permanente del bloque pro soviético en el campo del llamado Tercer Mundo. La dependencia al apoyo económico del Este, nos involucró directamente en el conflicto angolano, en el etíope-somalí (Guerra del Ogaden) y, en menor escala, en la guerra civil nicaragüense.

Tomando desde el inicio oficial de la «Operación Carlota» hasta 1991, entre 377 000 y 380 000 soldados, reservistas y del SMO, clases y oficiales, integraron un contingente que en los momentos más críticos de la conflagración (1987-1989), alcanzó la cifra de 60 a 70 000 combatientes, sin contar el personal de colaboración civil y del Ministerio del Interior. Según el sitio oficial Presidencia Cuba, la cifra total de ciudadanos cubanos involucrados en la misión civil y militar en tierras angolanas ascendió a 427 000 personas.

Durante los primeros diez años, la URSS proveyó el soporte logístico necesario para la contienda angolana: combustible, equipamiento, municiones, armamento pesado, etc.; sin embargo, a partir de 1980 se produjo un cambio en su sistema de relaciones internacionales. La crisis política interna en aquel país, agravada por el empantanamiento de sus tropas en Afganistán, determinó un nuevo enfoque del Partido Comunista (PCUS) que implicó un cambio sustancial de su política exterior e incidió, como es lógico, en la guerra angolana,

Como resultado, la URSS disminuyó su apoyo logístico hasta el nivel de solo asesoría e inteligencia, lo cual se tradujo en el incremento de la actividad militar sudafricana y de la UNITA. En consecuencia, se produjo también un incremento de tropas cubanas y el paso de la responsabilidad logística a la mayor de la Antillas, que debió garantizar la operatividad del contingente militar desplegado en Angola sin debilitar las estructuras militares de la Isla, de acuerdo al discurso y visión oficial de «plaza sitiada».

Nuestra participación en el conflicto civil angolano, que en números fríos dejó un saldo de 2000 a 2600 fallecidos, y 7500 a 8000 entre heridos, discapacitados y desaparecidos, ha sido tratada en clave de historia política por la historiografía nacional. Se ha reproducido entonces un discurso que glorifica la presencia cubana en África, definiéndola como «epopeya», como la más alta expresión del internacionalismo proletario y necesaria ―casi obligatoria―, para saldar nuestra deuda con la humanidad. Cientos de artículos, diversos libros, documentales, dos filmes, han generado una visión encauzada a relatos de batallas y combates, y a engrandecer el rol de los líderes políticos y militares ― enfatizando la figura de Fidel Castro― y el heroico papel del pueblo cubano, al cual debió bastar «la satisfacción del deber cumplido».

No obstante, la participación cubana en este capítulo no ha sido abordada desde una perspectiva que tribute a la historia social o económica. Se ha eludido u omitido una investigación que analice el impacto socioeconómico o el costo humano a nivel psicosocial para nuestra sociedad.

El fin de la misión militar en la RPA estuvo acompañado de manera paralela por el comienzo de lo que conocemos eufemísticamente como «Período Especial en tiempo de paz». Fue la eclosión de una crisis anunciada por el estancamiento que durante un decenio ralentizó la economía nacional, y que, al materializarse, redujo el PIB a un 33%, agravada por la pérdida del 80% de los mercados y socios comerciales. Toda investigación sobre la sociedad cubana contemporánea, al esbozar las causas de la debacle socioeconómica de los noventa, otorga la responsabilidad exclusiva a factores externos como la desintegración de la URSS y la implosión del campo socialista; sin embargo, se ha soslayado una causa interna de enorme peso: la guerra de Angola.

El principal obstáculo para una valoración exhaustiva del impacto socioeconómico en Cuba de los quince años de conflicto angolano, es la sistemática falta de transparencia en los datos que aporta el Estado cubano.  Una investigación de esta índole pondría bajo el lente, principalmente, a una institución refractaria al escrutinio público como son las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Los únicos datos accesibles y que consideramos fiables, son los relativos a la cantidad de ciudadanos cubanos involucrados en la misión militar. Con ellos bosquejaremos una idea apenas. El número total de participantes en la misión ascendió a 427 000, mayoritariamente hombres. Para la década de los ochenta, según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), la población masculina laboralmente activa (entre 15 y 65 años) en Cuba, era de 2, 777 429, esto significaba un 66% del total. En los últimos diez años de contienda, entre el 15 y el 20% de la población activa, además calificada, se encontraba fuera del país en cumplimiento de misión.

Las horas laborables durante este período eran 24 mensuales. Cruzando este dato con el número de participantes, y descontando aleatoriamente a los oficiales y clases profesionales, así como a los soldados del SMO; obtuvimos aproximadamente 1, 420 800 000 de horas que no tributaron a la producción. Si aplicamos el mismo algoritmo a los salarios ―el cual ascendía a 148 pesos mensuales como promedio―, obtendremos como resultado 9.856 800 000 de pesos en salarios pagados sin respaldo productivo.

Es solo la punta del iceberg. Los datos son necesarios en todo análisis comparativo, pero no es posible acceder a ellos. A pesar de ello, ninguna investigación sería objetiva si no contemplara el costo de quince años de guerra en las personas que de una forma u otra participaron en ella. No sabemos con exactitud, cuánto influyeron en los índices de discapacidad permanente, alcoholismo, trastornos del sueño, violencia intrafamiliar y social. Nunca se ha manejado el término «estrés post traumático» para nuestras tropas. Pregúntenle a los hombres de Cangamba, Cuito Cuanavale o la loma XX Congreso, cómo se procesan semanas bajo fuego artillero.

La historiografía oficial sigue resaltando el papel de Cuba en la transformación geopolítica del África austral a principios de los noventa, con la independencia de Namibia y la caída del régimen del apartheid en Sudáfrica. A nuestros soldados le pertenece gran parte de ese mérito, pero el verdadero saldo para la sociedad cubana aún espera por la luz que lo devele.

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