NO ES TIEMPO DE HEROES
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Sea porque se borran, sea porque redundan (y no dicen nada), la Patria y el Socialismo que nos dibujaron —que nos prometieron— tras la oleada revolucionaria de 1959, cada vez más son solo eso, un vago y triste dibujo, una promesa falaz que yace bajo el peso abrumador de la única certeza: la muerte.
Lo extraordinario en el caso de Alejandro Gil es que, por primera vez en décadas, un defenestrado se niega a asumir la culpa y exige transparencia, desafiando la lógica totalitaria que hasta ahora había garantizado el silencio y la sumisión. Todavía no sabemos cuál será el desenlace, pero sea lo que fuere, las fisuras quedan expuestas.
No son solo 18 directivos de El Toque, somos millones quienes aspiramos a una Cuba próspera, plural y democrática, millones que sabemos que el futuro no se forja silenciando voces, sino escuchándolas. Nuestro respaldo es un compromiso con el derecho de todos a pensar el país que queremos sin pedir permiso a ningún poder.
El sistema de represión política en Cuba no distingue entre lo pacífico y lo violento, ni entre juventud y experiencia. Tampoco importa si el gesto fue legal o marginal o si la crítica fue injuriosa o decente. No respeta edad, sexo, raza, nivel cultural, ni origen territorial. Se trata de una maquinaria diseñada por etapas, que va escalando en el uso de la fuerza, la violencia, el abuso y la gravedad de los delitos que se cometen, y que opera al margen de la ley.
Del mismo modo que muchos ciudadanos del Reich optaron por no ver las cenizas que caían sobre los vidrios de sus ventanas, o fingieron no escuchar el sonido de los trenes que regresaban vacíos de los campos de exterminio, la indiferencia hacia la suerte de los presos políticos cubanos está lejos de ser un gesto neutro. Es, por el contrario, una forma de colaboración pasiva con el engranaje que los priva de libertad.