El estallido social del 11 de julio y la persistencia de la memoria

Existen acontecimientos de la historia, acerca de los cuales cada persona es capaz de recordar dónde estaba en el momento en que ocurrían, qué hacía, qué ropa llevaba, etc. En tales ocasiones, se produce una simbiosis entre el suceso y la experiencia personal del sujeto social. En lo adelante, no se recordará únicamente el hecho en sí; este transmutará su esencia para ser incorporado a la historia personal, como recuerdo vivido, no como hecho abstracto aprendido.

Cada generación tiene momentos de este tipo. Para la mayoría de nuestros abuelos, el 1ro. de enero de 1959 es un día que se conserva en la memoria con un nivel de detalle sorprendente.

Para este escritor, el campo socialista no cayó en una fecha X, sino el día en que, al llegar de la escuela e ir a realizar los mandados diarios, descubrió que todos los mercados estaban desiertos. Al menos en su zona de La Habana los habían vaciado durante la noche. No soy capaz de recordar lo que había comprado veinticuatro horas antes, pero puedo decir lo que iba a comprar aquel día.

Este tipo de recuerdos suelen actuar como boyas de navegación temporal, o constituir un fuerte antes y después en nuestras existencias. Una marca guía a la cual regresar.

El recuerdo vivido más fuerte del último quinquenio, para muchos cubanos, es el estallido social del 11 de julio de 2021. En esa fecha cambiaron para siempre las dinámicas de poder y las relaciones políticas y sociales en la Isla, se reescribió la visión de la ciudadanía hacia los dirigentes y, para muchos aún dudosos, se enfatizó la idea de que la Revolución había dejado de llevar mayúscula hacía muchos años.

11J: La última boya de tiempo

El 11 de julio de 2021, uno de los autores de este texto había llegado de su trabajo y estaba durmiendo la siesta en España. «Cuba», «patria», «bandera», «país», no son más que construcciones sociales con cierta finalidad específica, pero constructos en evolución y descomposición. Más allá de que en el caso cubano las limitaciones geográficas tracen líneas definitivas bastante claras, la realidad es que una nación dispersa/desparramada cómo la nuestra, no cabe en el espacio geográfico del archipiélago caribeño.

Esa tarde-noche-madrugada europea sentí la pertenencia orgullosa a un espacio imaginado, emergiendo en las gargantas de varias generaciones. Quise estar allí. Creo que no hay cubano fuera de la Isla que no hubiese querido romper la barrera digital para formar parte de lo que el régimen considera «antipueblo».

El 10 de julio de 2021, en medio de la epidemia de covid, otro de estos autores había amanecido con mucha fiebre y unos ahogos tremendos. Recogió sus pertenencias y salió a convertirse en un número más en las estadísticas del SOSMATANZAS. El centro de aislamiento era en realidad un almacén de gente, sin médicos, medicinas ni oxígeno.

Cuando ocurrió el estallido social, estaba en zona roja, en una escuela en las afueras de la ciudad de Matanzas. En la cama de al lado, un famoso pelotero sorteaba como podía la fiebre; en la de enfrente, un hombre mayor, recién llegado de vacaciones desde Venezuela trataba, inútilmente, de conectarse a internet.

- ¿Hombre, tú tienes conexión? -me preguntó.

Así supe que algo estaba pasando. Activé la aplicación TOR que usaba entonces ―un navegador anónimo con VPN integrado y protección de capas― y después de media hora llegó un mensaje de mi hermano desde España:

- San Antonio está en la calle, corrieron al Diazca. La cosa está que arde.

¿Puedes, lector, recordar que hacías cuando supiste la noticia? ¿Dónde estabas? ¿Qué pasó en tu entorno?  

Historiar un hecho reciente es asunto importante y complejo. Más no imposible ni desacertado, como sostienen ciertas teorías provenientes, en su mayoría, del antiguo campo socialista.  Educar a los historiadores en la creencia de que analizar y enjuiciar sucesos recientes no es competencia suya, forma parte del entramado de reescritura y manipulación de los estados totalitarios. Para bien de la memoria histórica, mucho se ha escrito sobre el 11J. Asimismo, se han recogido cientos de testimonios que permitirán, en el futuro, reconstruir la verdad.

Ese día, ante la proximidad de un peligro que habían temido por décadas, la dictadura mostró, probablemente por vez primera de manera abierta, pública y esclarecedora, su verdadero carácter.

En el centro de aislamiento donde me encontraba, y estando protegidos todos por el temor de «los sanos» al contagio, se dieron circunstancias que podrían, quizás, servir de experimento sociológico. Solo yo tenía conexión ese día, o al menos solo yo lo reconocía, por lo que, al transmitir la información, pude ser capaz de medir las reacciones que ella producía.

Primeramente, debemos recordar que aquel día todo fue un caos noticioso. Se sabía poco y se tergiversó bastante; por lo que mucho de lo que en aquel momento expresé a mis co-enfermos, luego resultaría ser falso o inexacto; sin embargo, como referente sociológico, es válido.

La noticia de que en el cubículo «del pelotero» alguien tenía conexión, y afirmaba que la gente se había lanzado para la calle, provocó gestos de duda evidente y, hasta donde recuerdo, en un inicio ninguna expresión de júbilo. La noticia fue tomada con pánico, algunos probablemente evitaron que su rostro exteriorizara sus pensamientos. Poco a poco fueron apareciendo ciertos brillos en los ojos, algunos osados comentaban que eso no era cosa «de los americanos».

Un mulato alto, fuerte, con evidente pelado militar, se volvió parte integrante de la puerta de mi habitación. No sabía qué hacer, y cada poco tiempo me preguntaba qué pasaba. Cuando conté aquello de «la orden de combate está dada» y que en Camagüey la policía se quitó el uniforme para sumarse a las protestas ―uno de los comentarios más fuertes de ese día, que hasta hoy desconozco si fue real― aquel hombre entró, se sentó a mi lado y, bajando la voz, me dijo:

- Flaco, yo soy policía de tránsito.

Lo mire con cara de «a mí que me cuentas», y antes de que pudiera responder algo preguntó: - ¿La prohibición de propagar epidemia me impide irme y presentarme en la unidad verdad?

Entonces entendí. Aquel hombre buscaba una razón para no volverse un esbirro, pero, al mismo tiempo, le aterraba desobedecer.

- Claro, no puedes salir de aquí bajo ningún concepto.

Me dio las gracias y, muy discretamente, pidió que no comentara que era policía.

Ya en horas de la tarde-noche, sentí que en el último cubículo estaban jugando dominó, tomando ron y oyendo reguetón. Aquella gente estaba de fiesta y nadie dio el paso al frente para combatirlos. Ante la no existencia de fiscalización directa, y bajo la sombrilla curiosamente «damocliana» de la COVID, ese día, en la zona roja, los cubículos no fueron de «los revolucionarios». Aunque, siendo honestos, tampoco podría decirse que fueron de la oposición. Simplemente se impuso el júbilo, y creo que eso dice mucho.

Totalitarismo, poder y estallidos sociales

Cuando después del 11J el régimen comenzó a encarcelar a toda persona que sonara un caldero o gritara ¡libertad!, seguramente esperaba que, cuatro años después, ya habrían logrado sembrar el suficiente temor en los cubanos para que nadie más se atreviera a protestar.

Cómo casi todas las dictaduras que se basan en métodos necropolíticos, el régimen está ahora mismo en un punto de inflexión. Comienzan a darse cuenta de que el plan de terror no funciona, pues las protestas y los cacelorazos continúan, de modo que solo les resta aumentar la dosis de pánico.

Llegados al punto actual, en que existen alrededor de 1158 presos políticos, decenas de detenidos bajo investigación en cada provincia, otros tantos bajo un extraño régimen de libertad, etc.; la única manera de aumentar el terror y poder seguir dominando es mediante los asesinados, sean directos o indirectos.

Ya han comenzado a implementarlo. Es visible en el significativo aumento del número de muertes bajo custodia y, más recientemente, fue notorio el caso del joven de Jovellanos detenido en Matanzas bajo proceso investigativo, al que se le fabricó una leyenda de fuga para justificar su brutal asesinato.

Parte integrante de esta escalada es perder todo tipo de asidero y respeto por las formas y las formalidades. Los casos recientes del intento de secuestro de la periodista Camila Acosta, quien viajaba en un vehículo diplomático ―y que por tanto es inviolable―, así como los arrestos de varios masones que no habían cometido delito alguno, evidencian que los órganos represivos del régimen están abocados a un franco estado de terror, que irá in crescendo.

Algunas preguntas que probablemente ellos se hagan ahora son: ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de una decisión así? ¿Todos sacaremos beneficios de esas acciones? ¿Es suficiente el beneficio? ¿Estarán todas nuestras fuerzas dispuestas a mancharse las manos?

Este post comenzó a escribirse antes de que conociéramos las palabras de Miguel Díaz-Canel en el X Pleno del Partido; no obstante, su discurso ha venido a reforzar la idea. La convocatoria que hizo para defender las calles no es más que el vano intento de seguir manteniendo el rol de víctima. Es, nuevamente, una orden de combate. El pedido a reforzar el trabajo político-ideológico, debe ser entendido como una invitación a aumentar los mecanismos de manipulación mediática para contar con fuerzas civiles que deben defenderlos.

El régimen, además, ha comenzado a propagar la idea de que los Estados Unidos apuestan a un estallido social en el verano. Resulta evidente que están proyectando, en la persona de su némesis, su peor temor. Ellos están preparados para enfrentar un eventual levantamiento. Durante años han acumulado armamento antimotines, técnicas de vigilancia, y otros recursos necesarios. Sin embargo, son conscientes de que mientras más se blinden militarmente, más débiles son.

En estos cuatro años post 11J, el respaldo popular al gobierno ha mermado notoriamente, lo que se explica por un conjunto de factores como la crisis sistémica, para la cual el régimen no tiene ―ni ofrece― salida; el más de un millón y medio de emigrados; o el deterioro de la calidad de vida de las personas, al punto de no poder ofrecer un pedazo de pan o dos horas de energía eléctrica, etc.

Ante ese panorama, temen no contar con que el pueblo salga a defenderlos. Nosotros, el «antipueblo», cada vez somos más. Y las experiencias del 11j, las positivas y las negativas, continúan latentes.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

Aries M. Cañellas Cabrera

Licenciado en Filosofía e Historia. Profesor e investigador.

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