Zonas Autónomas Temporales: una respuesta a la distopía
Cuba vive una relación ambigua con el concepto de Utopía. Es lo contrario. La realidad es una herida en la córnea. Quizás, y justamente por ello, el pensamiento de lo posible —más que de lo probable— suele ponerse como centro del debate político. Se pierde de vista al mundo que, en términos coloquiales, llamaremos «la calle» o, en un registro neutro, «la cotidianidad».
Hay poco margen para la autonomía en Cuba. El Estado, en una fase post-totalitaria, ̶ administra el espacio no ya como bien público, sino como cuestión que garantiza su existencia. Eso va más allá del monopolio de la violencia. Implica la destrucción del tejido social mediante un entramado de instituciones que limitan la realidad a un grupo de ámbitos incapaces de trascender sus propias lógicas. El individuo permanece atrapado en esas parcelas.
Alternativa a la muerte de la épica
¿Qué opciones quedan? El concepto de Zona Autónoma Temporal, formulado por Hakim Bey en su obra homónima de 1991, no es una herramienta política en el sentido decimonónico. No busca la «Revolución». Se plantea que la muerte de los grandes relatos ya es un hecho y no hay un sujeto capaz de re-encarnarlos. Es posmoderna en el sentido ontológico. Más que asumir un aparato categorial, se parte de un mundo donde Estado y Mercado ya han cubierto todo el terreno y la asimetría de poder, fundamentada en la tecnología es una brecha que cada vez se profundiza. Vivimos en un mundo donde la huida es un imposible. No existe un rincón del planeta que sea habitable y no esté reclamado por un gobierno.
Lo más inmediato es la búsqueda humana de comunidad; la necesidad de socializar. A partir de eso surgen los «grupos de afinidad». Basta que un grupo de personas comparta un interés (o tenga una coincidencia temporal) que los cohesione, para que dicha etiqueta sea válida. La movilización resultante no tiene que ser (explícitamente) política. Un grupo de adolescentes que se reúne a patinar, intercambiar material audiovisual o pasar la tarde juntos en un parque, ya logran un mínimo de evasión del sistema. No se trata de romantizar las «relaciones humanas». Incluso en las más puras, las que no están mediadas por relaciones de poder explícitas, se adivinan estructuras pre-estatales, además de que cultura y economía siempre serán parte de las condiciones (no solo) en que suceden, sino que la propiciarán.
Lo que puede suceder al «grupo de afinidad» es el surgimiento del «espacio simbólico». A la realidad material de un lugar se le superpone, a través de la historicidad vivida, una serie de símbolos que lo resignifican; lo convierten en núcleo de identidad colectiva; en escenario y actor (como consecuencia de su propia individuación a través de lo simbólico) de narraciones que superan el campo de lo anecdótico para caer en lo mítico. Se vuelve una cuestión generacional.
También son el centro de una «epopeya de liberación» por cuanto resulta un espacio en disputa entre el poder y los sujetos que buscan otra sociabilidad. Su carácter utópico radica en que rompe con el orden hegemónico. No se trata de la subversión como fin último, sino de la vivencia de otra realidad (estética, afectiva, política, transgresora). Eso lleva a una situación de «plaza sitiada».
Es muy difícil institucionalizar un espacio simbólico. Mientras más grande sea la brecha entre «la normalidad» y la experiencia autónoma, más difícil será para el orden hegemónico asumirlo dentro de sí como algo inocuo. Eso solo deja la dimensión temporal como posibilidad. La Zona Autónoma no puede pervivir más allá de la inmediatez sin ser un poder tan avasallador como aquel que intenta superar. Entonces no sería resistencia o alternativa: serían bloques económicos o Estados disputándose las áreas de influencia; las fronteras; el monopolio de la verdad. La historia está plagada de ejemplos: Estados Unidos, Francia, Haití, Rusia, China, Cuba, Irán. Es la historia de la modernidad.
El campo de resistencia no es el ágora. La última frontera son los cuerpos como acceso a la subjetividad y, con ella, al campo de lo volitivo. El acceso a otro es algo que todos tenemos. Eso nos permite hacer de nosotros mismos un espacio político (más allá de un discurso) en función de una práctica. Podemos generar nuevas realidades. Basta con que nos propongamos hacer de ello un acto de resistencia —por la simple intuición de que algo nos oprime— para que hayamos alterado a nivel micro la estructura política a la que estamos aherrojados. Ni siquiera es necesario que tenga un eco más allá de sus inmediaciones.
Prácticas invisibilizadas
Sesenta y seis años de experiencia totalitaria han creado una cultura de la resistencia. Las Zonas Autónomas Temporales (ZATs) han sido sus pilares. La literatura de Guillermo Cabrera Infante (Vidas para leerlas), Reinaldo Arenas (Antes que anochezca) o Wendy Guerra (Todos se van) son, salvando el componente mítico y ficcional, testimonios de una práctica que recorre el período más eficiente del totalitarismo.
Dicha práctica cristalizó en vanguardias intelectuales. La irrupción del grupo Volumen I en el Centro de Arte Internacional de La Habana, el caso del Grupo PAIDEIA y, más reciente, OVNI ZONA FRANCA, son algunos ejemplos. La lista de proyectos autónomos, ZATs y redes es demasiado extensa y, probablemente, sub-registrada, por lo que únicamente me refiero a algunos de los que se guarda un registro exhaustivo y fácilmente localizable en internet.
No era lo único que acontecía. También hubo redes de intercambio de material audiovisual o, sencillamente, música que se etiquetaba como «diversionismo ideológico». La huella se nota en los espacios cooptados. No obstante, el fenómeno ha subsistido hasta nuestros días, aunque adaptándose a las nuevas formas de socialización que se abrieron con la tecnología digital y el acceso a Internet: desde el Paquete semanal hasta los grupos de trueque en Telegram.
Un hito a mencionar es la red SNET, que permitía jugar en línea y compartir diversos contenidos, exceptuando los de naturaleza política o pornográfica. Su significado radicó no solo en la organización, niveles de autonomía y tamaño ̶ conectó barrios enteros y llegó a contar con más de cien mil usuarios ̶ , sino en que se adelantó al Estado como proveedor de servicios. Actualmente no es relevante, un nuevo marco legal limitó su expansión, pero, sin dudas, marcó una nueva frontera en cuanto al alcance de la realidad. El ciberespacio es aún terreno en disputa. Pueden plantearse muchas críticas al uso de las redes sociales, pero ellas han generado un desbalance para el poder al sumar un espacio nuevo desde el que establecer zonas de resistencia y subversión.
Los últimos años son fructíferos en ejemplos de ZATs y redes autónomas. La distribución de medicamentos (como alternativa ante la escasez y los precios del mercado negro), la respuesta ante situaciones de crisis y desastres, llevan el sello de la superación de los límites estatales, así como también la impronta de una comprensión de lo micropolítico. Lo prueba el acoso al que han sido sometidos sus actores. Asimismo, el ámbito cultural ha generado experiencias dignas de considerar, como el Movimiento San Isidro o, quizás la más apegada a la teoría de Hakim Bey, la manifestación del 27 de noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura.
Sucesos que llevarían un análisis detallado son los posteriores estallidos sociales que se han producido desde 2021 hasta la actualidad. Particularmente, el 11 de julio (y sus jornadas posteriores) guardan una relación estrecha con el concepto de ZATs: fueron manifestaciones autónomas que no cristalizaron como espacios permanentes, resignificaron la calle como espacio de libre expresión y encuentro colectivo. Cada epicentro fue un nodo autónomo sin líderes, pues todo se coordinó en el terreno por los mismos participantes. Se rompió así la narrativa del control absoluto del espacio público por parte del Estado. Lo único que no se apega a la definición, es el hecho de que no se autodisolvieron estratégicamente, sino que sucumbieron a la represión policial y para-policial. Eso último levanta una interrogante: ¿Fue una cuestión de falta de experiencia o el resultado de continuar las narrativas hegemónicas ofrecidas por el Estado?
La noción de ZATs ofrece una contra-narrativa a los polos hegemónicos en la política cubana. Supone un laboratorio para las luchas contra-hegemónicas en un contexto mundial donde la hipervigilancia y el control van en ascenso. También prevén la crisis y retroceso del Estado. Su entendimiento puede arrojar luz sobre hechos que, aún hoy, nos cuesta definir hasta en el mismo contexto en que sucedieron, pero, sobre todo, nos muestra una forma de resistencia poco convencional.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.