El Servicio Militar en Cuba: biopoder y control de los cuerpos como mecanismo de opresión

Desde que los seres humanos descubrieron que atacar o saquear al vecino les reportaba beneficios, comenzaron las guerras. Por eso se afirma que ellas formaron parte de la vida en cada grupo o comunidad. Documentos antiguos hablan de instrumentos, tácticas, sucesos bélicos; pero muy poco de los procesos de reclutamiento. Siempre fue necesario reclutar a más y más personas y, ante esta necesidad, surgió lo que conocemos hoy como Servicio Militar.

Origen y alcance

Es en Grecia, con el surgimiento del imperio ateniense y las guerras persas, donde algunos historiadores han hallado los primeros rastros del servicio militar. Atehortúa-Cruz, en «Apuntes históricos sobre los orígenes del servicio militar obligatorio», afirma que allí se creó uno de los cuerpos militares más antiguos con carácter permanente, destinado a defender o subyugar coercitivamente a las ciudades-Estado griegas.

Esta organización militar, con un sofisticado sistema que incluía varios tipos de reclutas, proporcionaba empleo estable al sector más numeroso y menos privilegiado de los ciudadanos. Sin embargo, su financiación basada en tributos cavó su propia tumba: la Guerra del Peloponeso unió en su contra la rebelión de los súbditos que se negaban al servicio y el ataque de las ciudades más oligárquicas del interior, encabezadas por Esparta.

El reclutamiento se convirtió en práctica usual y, desde entonces, una enorme cantidad de países han asumido el Servicio Militar. En unos es voluntario; en otros, obligatorio.

En Cuba es obligatorio; y comienza desde que los jóvenes se gradúan de preuniversitario o al cumplir los dieciocho años. No importa si los graduados tienen dieciseis o diecisiete, aun siendo menores son reclutados, por ley y con amenaza de prisión a los padres y al menor. Únicamente Corea del Norte supera a Cuba en lo rígido de sus reclutamientos, pues en dicho país el Servicio Militar Obligatorio (SMO) es, desde el año 2015, de imprescindible cumplimiento también para las mujeres.  

El Servicio Militar Obligatorio en Cuba

Entre las principales características que marcan el SMO en Cuba sobresale la más espantosa de todas: los reclutados son sujetos y objetos —precisamente por carecer de posibilidades de redención o escape— de un biopoder ejercido por el sistema que gobierna; el cual interviene administrando, controlando y optimizando la vida humana. Se produce de ese modo lo que el sociólogo francés Michel Foucault denominó «anatomopolítica del cuerpo humano» o disciplinamiento de los cuerpos singulares.

Los oficiales encargados del disciplinamiento, adaptación y aprendizaje de los reclutas, son sujetos biopolíticos de ese biopoder, que actúa sobre la salud, la higiene, la sexualidad, la natalidad, la esperanza de vida, la mortalidad y todos los procesos biológicos y el bienestar vital de sus subordinados. Por eso, al inicio de la llamada Previa —formación inicial donde supuestamente se imparten conocimientos militares básicos al futuro recluta— a cada madre, padre o tutor les dicen que «sus hijos ya no son sus hijos; ahora pertenecen a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y es la FAR quien decide lo que les conviene o no».

Tales expresiones —guiadas por pensamientos asimilados por cada oficial en su período formativo, adoctrinados justamente con y a través del sistema sociopolítico e ideológico que representan—, son formas de control, sujeción y opresión, no solo sobre los menores que pasan a formar parte de sus filas —la mayoría sin desearlo—, sino también sobre sus familias.

Se inicia entonces un proceso de «custodia protectora» que priva a los «protegidos» de su capacidad de actuar. Se destruyen sus derechos civiles, su valor jurídico, quedan fuera de la ley civil y a merced de lo que cada oficial entiende que debe hacer o pensar.

Unos son usados para la vigilancia o la supuesta «defensa» del extenso aparato militar en la Isla; otros, como mano de obra barata en unidades agrícolas militares. Todos son cosificados, masificados y rebajados al nivel más bajo de la escala; mientras que a los familiares solo les queda rezar… o luchar contra ese estado de cosas, dando batalla y tratando de no dejar solos a sus hijos, aun desde fuera.

Una vez en la Previa comienza el vía crucis. Se eliminan las individualidades: cabezas rapadas, uniformes militares, gorras, botas… todo con el propósito de borrar la unicidad de la persona humana. A golpe de consignas, lemas, gritos y órdenes son obligados a marchar, a extenuantes horas de guardia, a vivir en condiciones de precariedad extrema sin importar sus padecimientos o problemas físicos; porque una vez allí, nadie sabe de su condición de salud, aunque tengan un historial médico enorme y una comisión de especialistas haya dictado que «deben atenderse las recomendaciones médicas».

A esto se agrega el reforzamiento extremo de la masculinidad hegemónica del hombre viril, heterosexual, fuerte, robusto, carente de sensibilidad, de emociones y palabras. En la mayoría de los casos, por la edad y las historias de vida, ninguno de los reclutas ha completado su proceso de madurez psicológica. Son centenares de muchachos imberbes, casi niños, divididos en compañías y pelotones a los que les borran su talento, sus inteligencias, sus valores personales; en una palabra: los reducen a una simple masa de «aspirantes» a hombres que deben ser «endurecidos» a partir de los códigos de masculinidad del sistema.

Dejan de ser artistas, científicos, alumnos talentos o jóvenes que solo desean vivir, para convertirse en una masa uniformada que sigue las consignas y solo habla cuando se le ordena. Aun recuerdo cuando, sobre mi hijo, un oficial me replicó: «Y agradece que te lo estamos formando como hombre».

Pero esa masa uniformada aprende a sobrevivir. Y uno de los aprendizajes es la subordinación incondicional al jefe. A través de la cooptación, los mandos intermedios —jefes de pelotones, de compañías, tenientes o soldados encargados directamente de «tratar» a los jóvenes— se ocupan de atraer a aquellos «obedientes» que acatan las órdenes como si fueran leyes, y estos, a su vez, entienden que para obtener ventajas deberán reproducir sus patrones de comportamiento, sus ideas y estereotipos.

Aparece entonces el bullying entre los propios reclutas, el acoso tolerado y apoyado por los oficiales porque, sencillamente, es parte de «ser hombre». Al final, los considerados «débiles» son los que más sufren: sufren la violencia del sistema, la de los jefes y la de sus propios compañeros. Llega un momento en que sienten no poder soportarlo más, y entonces deciden atentar contra sus vidas.

Son discursos y estrategias para reclutar/ dominar hombres y vidas: tecnologías disciplinarias para controlar sus cuerpos por medio de prácticas violentas a toda hora y bajo cualquier pretexto; tecnologías que disciplinan también el «yo» (forma de vida o sujeto) que habita en esos cuerpos. Tan valioso como el cuerpo sano, es la forma de vida o «yo» que ha tenido, hasta ese momento, ese cuerpo sano. Cuando se dañan los cuerpos se lesiona para siempre la subjetividad, que tarda décadas en sanar. Es ese el origen de los suicidios, los atentados contra la vida, las muertes accidentales, la neurosis, el odio, la rabia: ninguno recuerda esa etapa con sosiego o agradecimiento.

Ese daño, esa servidumbre con permiso refrendado por ley, terminará un día, paradójicamente, con el fin del sistema que le dio origen. Ella es un efecto, el resultado de un régimen de control y vasallaje que dura más sesenta años. Porque, como sentenció una vez el escritor Jorge Luis Borges, y fue demostrado en la guerra del Peloponeso: «el mal colabora en su propia destrucción».

Algo les cambia a esos muchachos por dentro cuando terminan esa etapa. Algo se muere en ellos porque lo mataron antes. Nace una rabia interminable. La definió mi hijo una vez: «yo nunca quise tirar ni un tiro y parece que todos los tiros me los apuntaron a mí».

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Imagen principal: Roberto Morejón / Reuters.

Yanetsy Pino Reina

Dra. en Ciencias Literarias. Escritora

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