A propósito de «Palabras a los intelectuales»
A nivel global, la década de los ’60 fue muestra de liberación individual y colectiva. Al decir de Aníbal Quijano: «(…) liberación humana como interés histórico de la sociedad y también, en consecuencia, su campo central de conflicto». Los acontecimientos mundiales señalan ese sentido: fin del sistema colonial, apertura del concierto de naciones casi en su totalidad, nuevas dinámicas mundiales centro-periferia, unión de países recién independizados, Mayo Francés y la Revolución contra-cultural, cuestionamiento a todas las formas de poder autoritario, expansión del arte y su consumo a nuevas escalas.
Contradictoriamente en Cuba, un país en Revolución, hubo un proceso inverso. A medida que nos adentramos en los ’60, se van cerrando todas las posibilidades de apertura, incluso, como analizara Rafael Rojas, «(…) las interacciones de la izquierda occidental (…) muchas veces resultan amenazantes para el poder insular, ya que cuestiona sus andamiajes de estereotipos». Pudiera decirse que la arrancada de este proceso fueron precisamente las «Palabras a los intelectuales», de Fidel Castro.
Ese efecto perduró durante toda la década, aun cuando el país aparecía ante el mundo como «(…) un espectáculo de ideas, (…) y se convirtió en el lugar de peregrinación para múltiples intelectuales de las más variadas corrientes sociales» (Ídem). El entusiasmo que despertó a nivel mundial, fue solo comparable al paroxismo religioso. Y en efecto, «significaba la emergencia de una nueva (…) epopeya a imitar, (…) una socialización del espectáculo (…) que consiste en la escenificación de una utopía en el Tercer Mundo» (Ibídem). Sin embargo, internamente, tanto en los intersticios del poder como en la vida cotidiana, se desarrollaba una enorme revuelta por el control del poder real.
La bestia feroz que es el poder, cristalizaba en la vida cotidiana de los ciudadanos, con gran influencia de la figura de Fidel Castro. El poder «(…) es un espacio y una malla de relaciones sociales de explotación/dominación/conflicto articuladas, (…) en torno a la disputa y control de ámbitos de existencia social»; y entre estos ámbitos sobresale la subjetividad y, por ende, la producción cultural. A pesar de las particularidades de la Revolución Cubana, en la Isla, de forma similar al resto de América, «(…) la colonialidad no había dejado de ser el carácter central del poder (…)», y tampoco dejó de serlo luego de 1959.
A las viejas formas de control del pasado, se sumaron nuevas, levantadas por un Estado y una organización política: el Partido Comunista de Cuba (PCC), con alto contenido policial, que lograron centralizar el dominio de la vida y del consumo cultural en el país, controlándolo a través de eficientes aparatos.
¿Y los intelectuales?
La Revolución Cubana propendió desde sus inicios a un ideal de liberación humana; sin embargo, al concluir su primera década, el anquilosamiento y la polarización se habían adueñado de la política cultural. En gran medida, el centro de la represión fue, sobre todo, el sector intelectual. Pero, ¿por qué el interés en dominar a los intelectuales?
Usualmente se asocia el término intelectual con la cultura y su producción, con la enseñanza o con los medios de comunicación masiva; no obstante, el término es más abarcador. Contempla todo oficio o profesión relacionada con la dirección de la sociedad y la propagación de ideas, así como el impartir justicia, los puestos administrativos y tecnológicos. Incluye igualmente a un grupo social: los políticos, quienes también son intelectuales, en tanto edificadores en la cultura política de las estructuras que ordena la sociedad y reproductores de relaciones sociales específicas. Esta nueva mirada, otorgada desde Gramsci, amplifica el grupo a límites insospechados.
La polémica que sostuvieron, casi desde el propio enero, diferentes grupos de intelectuales cubanos, no fue sino la proyección de una disputa más cruenta: la del poder político por solo un puñado de ellos, que terminarían por dominar todos los medios sociales de comunicación y de control de la producción de ideas y la construcción de sentido social. Así, en el temprano 1961, las palabras dichas por Fidel Castro a los intelectuales tuvieron un sentido tácito que cercenó la libertad de expresión y de creación, iniciando una era de violencia simbólica, censura y autocensura, que llega hasta hoy, y que no fue más que la manifestación de una cruda lucha política.
Revolución: libertad o esclavización
La naciente Revolución era protagonizada por corrientes ideo-políticas diversas que confluían en pugna. Las contradicciones se externalizaron tempranamente; sin embargo, fue en 1961 que se enfrentan, impulsadas por diversos factores. Del resultado de este enfrentamiento, y bajo la influencia del contexto internacional, derivaron las principales políticas culturales del nuevo gobierno en Cuba.
Según Leonardo Martín Candiano, para Graziella Pogolotti, Martínez Pérez y Ambrosio Fornet, la polémica que colma casi toda la década, se produce bajo amparo oficial «para propiciar el diálogo entre las corrientes intelectuales que convergen en el proyecto revolucionario». Aunque esto es cierto en el discurso, en la praxis el objetivo no fue propiciar el diálogo. El supra-objetivo salta a la vista: la regencia del Divide et impera, más viejo que Roma, cristalizó en los fraccionamientos de los ’60 bajo tutela del gobierno, lo que haría colapsar, entrados los ’70, la libertad anhelada.
Tres momentos serán cruciales en el proceso de ideologización: «Palabras a los intelectuales», en junio de 1961; el Congreso Nacional de Educación y Cultura, diez años después y posterior al caso Padilla, que afianzó el ambiente de terror y de control sobre la producción intelectual y, por último, el Primer Congreso del PCC en 1975, de donde emanarían todas las políticas culturales del nuevo «Estado socialista», sustentadas por la Carta Magna.
Uno puede hacer ese recorrido, mirar las costuras en el entramado socio cultural en que se enfrentaban estas corrientes, y llegar a pensar que se fomentaba el diálogo contra el dogma. En realidad, «la larga década» del ’60 fue una batalla campal de ideas: extensa e intensa. Extensa porque, cual onda expansiva, abarca más de diez años y se prolonga hasta 1976, en que concluye la consolidación del estado socialista. Intensa, porque la polémica cultural sobre el rol de los intelectuales en el proceso revolucionario, queda circunscrita al dictado del partido único y del Estado.
Desarticulado en su autonomía el sector intelectual desde Palabras a los intelectuales, se habían logrado los dos supra objetivos: 1) dividir completamente al sector social que más resistencia y argumentos podría ofrecer a los cambios anti democráticos ocurridos luego del ’59; y 2) ya anulada la fuerza de una intelectualidad pujante y activa, lograr la destrucción de la cultura cívica y ciudadana de los cubanos en general y hacerlos miembros incondicionalmente «agradecidos», eternamente endeudados al poder y con un imperativo y nuevo sentido común social, alejado de aspiraciones socio-políticas.
Comenzaría entonces la cimentación de una mentalidad ciudadana adversa a la verdadera participación política y con más interés en entrar en el juego de roles socialmente aceptado.
«Palabras a los intelectuales», prólogo y epílogo de una trampa
Desde el ’60, polemizaban un ala revolucionaria pero heterodoxa ―que incluía a miembros del movimiento 26 de julio y del Directorio Revolucionario, encabezados por Carlos Franqui y nucleados en el suplemento Lunes de Revolución―; los miembros más ortodoxos del marxismo dogmático y pro soviético, herederos del Partido Socialista Popular (PSP), y ciertas figuras como Alfredo Guevara y algunos integrantes del ICAIC. También estaban los intelectuales agrupados en torno al grupo Orígenes.(1)
En las polémicas referidas al papel de los intelectuales y las relacionadas con el despliegue de direcciones referentes al arte y la cultura, estaba asimismo el recién fundado Consejo Nacional de Cultura (CNC), con funciones conferidas por ley para orientar la política cultural del gobierno. Para este, «la subjetividad individual del artista debía ceder ante la subjetividad de un sujeto colectivo: el pueblo (…)».
En tal sentido, el CNC funcionó exactamente como lo que se esperaba: un aparato ideológico del estado (AIE de aquí en adelante),(2) un mecanismo controlador de la producción de subjetividades, un órgano legitimador del poder a escala gigantesca.
Las divergencias que ocasionara la censura del documental PM entre la dirección del ICAIC ―con liderazgo de Alfredo Guevara―, y el grupo de Lunes de Revolución, dieron lugar a tres días de debates en la Biblioteca Nacional y al colofón que fue «Palabras a los intelectuales». Corría 1961, sin embargo, la polémica venía desde la segunda mitad de 1960 y había sido «arrastrada sabiamente» hasta junio del ’61, en plena efervescencia y radicalización tras el triunfo de Girón.
Fueron los propios intelectuales de Lunes… los que solicitaron la intervención del gobierno para zanjar la disputa. El reo eligió el arma con que sería ejecutado. Ya para junio del ’61, el malestar de muchos intelectuales por el aplazamiento de las elecciones generales y la cada vez mayor centralización del poder, quedaba descolocado ante las «nuevas urgencias» de la patria y la recién estrenada teoría de «plaza sitiada».
Luego de esas Palabras, nada volvió a ser igual. Desde ese momento, se comienzan a generar y robustecer los AIE necesarios para establecer las nuevas legitimaciones.
De las pronunciadas por Fidel aquellos días, y, más aún, de las interpretadas por funcionarios aupadores del poder, nacerá, mes y medio después, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), con un presidente que resultó vitalicio: Nicolás Guillén. Con ello se evitaba que quedara un margen a la libertad asociativa de la intelectualidad.
La organización es aún la única que agrupa a intelectuales y artistas a nivel nacional, y cuida de la política cultural trazada por Fidel con más celo que el Comité Central del PCC. Como reconoció en cierta ocasión Miguel Barnet: «(…) la UNEAC es un filtro». En efecto, lo es. Decanta, siguiendo los dictados de la policía política, a quienes se atrevan a cuestionar lo establecido, y sirve de instrumento represivo con guante blanco, erigiéndose como AIE con similar alcance legitimador al que tuvo el CNC.
Si bien el escenario de los sesenta fue muy complejo, la variedad de posicionamientos debió llevar a un paisaje político más inclusivo y variado. Fueron las «Palabras a los intelectuales» el punto de partida para la exclusión política y ciudadana, y establecieron las bases para la censura que nos ha regido por más de sesenta años. Seguirla colocando como epicentro de la vida del intelectual revolucionario, es continuar distorsionando la memoria histórica.
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(1) Al respecto se recomiendan: Los polémicos 60, compilación de Graziella Pogolotti, Letras Cubanas, La Habana, 2006; Los Hijos de Saturno de Liliana Pérez Martínez, FLACSO- Porrúa, México, 2006; El 71, anatomía de una crisis, de Jorge Fornet Letras Cubanas, La Habana, 2013; Motivos de Anteo. Patria y Nación en la historia intelectual de Cuba de Rafael Rojas, Editorial Colibrí, Madrid, 2008, y de Hamlet Fernández Díaz: La acera del sol… impactos de la política cultural socialista en el arte cubano (1961-1981) Letras Cubanas, La Habana, 2019. De Leonardo Martin Candiano: El Congreso Cultural de La Habana 1968. Representaciones del intelectual (revolucionario) El caso cubano (1959-1971) y su legado para el siglo XXI en Red de Bibliotecas virtuales de ciencias sociales de América Latina y el Caribe y Fomentar la herejía, combatir el dogma. Polémicas culturales en la Revolución Cubana (1959 -1964). Socio histórica, # 41, e043. Por último, los artículos de Rafael Rojas: Del espacio al cuerpo de la nación. Identidad y ciudadanía en la cultura política en Cuba, en Estudios Sociológicos XV (43), 1997 y Anatomía del entusiasmo: la Revolución como espectáculo de ideas.
(2) AIE: Aparatos ideológicos del Estado. Definidos por Althusser como elementos reguladores y represores de una sociedad, en este caso, de contenido ideológico, es decir, que permiten o contribuyen a la reproducción social de un tipo de pensamiento o ideología que conlleva a la centralización o aumento del poder estatal. Louis Althusser: Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.