Los silencios de «Écoute, Fidel», memorias de Marta Frayde
Entre los ilustres olvidos que conforman la historia de la disidencia cubana se encuentra el nombre de la doctora Martha Frayde. Los artículos de la época la recogen como iniciadora, junto a Ricardo Bofill, del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, en enero de 1976. También nos informamos de su pasada amistad con Fidel Castro, de la embajada de Cuba en la UNESCO y de la condena a ventinueve años de prisión en el propio 1976, bajo la acusación de «agente de la CIA». El enigma en torno su vida y castigo, sin embargo, no desaparece tras esta enumeración apresurada.
La labor de diligentes bibliotecarios parisinos ha permitido que su libro de memorias «Ecoute, Fidel», publicado en francés en 1987, se haya digitalizado y pueda adquirirse en las redes a un módico precio. En él se encuentran evocaciones que van desde la infancia de la autora hasta su salida de Cuba en 1979. Es una lectura aconsejable y amena, si bien el lector comprobará que aquello que se narra resulta tan apasionante como aquello que debió decirse, y los misterios que rodean la figura de la Dra. Frayde no quedan del todo despejados en el relato.
Encontraremos episodios dedicados a la vida republicana, la universidad, la lucha contra Batista, incluso, al reconocimiento de la imagen romantizada del joven Fidel Castro ―que sin dudas fue muy extendida en su momento y confundió a millones de cubanos. Podremos saber de las cárceles cubanas en los 70’s y del cuartel de la Seguridad del Estado conocido como «Villa Marista». La tesis del libro «El soviet caribeño», acerca de la penetración comunista en todas las esferas de la vida republicana, se verá enriquecida con el testimonio de la Dra. Frayde sobre la seducción de la que fue objeto por parte de los seguidores de la URSS ―aunque su costumbre recoleta en la narración también lastimará esta vez la lectura.
En los primeros años de la Revolución, sus amigos Fidel y el Ché Guevara solían apoyar a la doctora Frayde en iniciativas como la culminación de las obras del Hospital Nacional, la organización de la Escuela de Enfermería, etc. Frayde iba a conversar a menudo con Ernesto Guevara en La Cabaña (a veces en francés, para no perder el idioma), y tiene el valor de admitir su simpatía personal por el controversial argentino. Sin embargo, la conducta de la doctora fue siempre heterodoxa. Al parecer, no pudo evitar hacer enemigos dentro del poder, por lo cual sus aliados ―entre los cuales todavía se contaba Fidel Castro―, le impusieron una cortés lejanía, al nombrarla al frente de la misión cubana de la UNESCO en París.
Para su desdicha, allí tampoco Martha Frayde supo quedarse tranquila, sino que comenzó a vocalizar sus desacuerdos con el derrotero que adivinaba en Cuba, en especial con la creciente cercanía hacia la URSS. Un día encuentra trabajando como secretaria de la embajada de Cuba en París a Caridad Mercader, la madre del asesino de Trotsky, que también participara en la operación sanguinaria contra el disidente soviético en México.
Con ingenuidad, Frayde escribe a La Habana para alertar a Raúl Roa de lo que creyó una «confusión». Al poco tiempo la señora Mercader fue retirada de su lugar de trabajo (y devuelta a La Habana, según fuentes), pero, sutilmente, Martha también sufre una disminución en su jerarquía. Su carrera va en descenso a medida que expresa sus desacuerdos. Los amigos le recomiendan no regresar a Cuba, pero ella no supo calibrar en toda su extensión hasta dónde había llegado el control totalitario en la Isla y retorna, con la ilusión de expresar sus divergencias en todos los niveles.
Las consecuencias fueron las esperadas: Frayde comienza a trabajar en un modesto laboratorio y, al querer salir del país, entiende que ha quedado encerrada bajo la vigilancia rencorosa de Fidel Castro. A partir de entonces, se convierte en un facsímil del Reinaldo Arenas de «Antes que anochezca», obsesionada con huir de Cuba. Intenta escapar, incluso, en una balsa inflable ―que misteriosamente fue saboteada, probablemente por un agente infiltrado.
De pasada, la doctora menciona que empieza a reunirse con desafectos. A través de una amiga de confianza conoce a un hombre que se ofrece a ayudarla a salir de Cuba a cambio de información valiosa, y ella accede a contarle cosas que oye en la calle, pues hace rato se encuentra alejada de los centros de poder.
Más de la mitad del libro describe su vida en prisión. Con pericia narrativa cuenta los largos meses que pasó en Villa Marista, donde trataron de arrancarle la confesión de que era agente de la CIA. Días intensos de interrogatorios, sed, falta involuntaria de sueño, suciedad intolerable. Quien fuera la flamante doctora Frayde, licenciada en McGill, ahora sobrevive como un subhumano, tratando de crearse síntomas de enfermedades para respirar un poco de aire puro en los hospitales adonde la llevan.
Cuando estás frente a un instructor interrogador ―aprendió en esos días―, de nada vale que repitas tu inocencia: ellos ascienden logrando culpas y condenas, y no precisamente dejando a la gente ir. Así es que, por más que juró que la información dada a ese hombre misterioso que le había prometido ayudarla a salir de Cuba, había sido insignificante; nada consiguió a su favor. Los militares querían de todas maneras que firmara una confesión de espía para un servicio extranjero.
Frayde también recordó uno de los consejos que recibiera de la clandestinidad en época de Batista: cuando se caía prisionero había que ganar el mayor tiempo posible, y luego confesar, mencionando a personas que estuviesen fuera del país para salir de una vez del centro de tortura. Tras meses de presión en Villa Marista, Frayde se rinde y firma una declaración, redactada por la policía política, que contiene la mentira deseada. Entonces, en un juicio circense, es condenada a veintinueve años de privación de libertad y trasladada a la cárcel de mujeres del Güatao, llamada «Nuevo Amanecer». Los pasajes de la referida prisión son meritorios. Esperemos que un día el libro se traduzca al español.
Cuando se conoce que la Dra. Frayde ha caído presa, inicia una campaña internacional, liderada por amigos como Juan Goytisolo. Finalmente, en 1979, después de casi una década de zozobra y vida espectral, logra salir de Cuba, con la esperanza de regresar algún día en libertad. Al final del libro expresa: «Yo lucho por los Derechos Humanos en el mundo y ayudo a los refugiados cubanos», y esta es su única referencia a la empresa de la que la hacen pionera los periódicos.
He aquí la principal omisión del libro. Por alguna razón, la Dra. Frayde, propiciadora del Comité Cubano Pro Derechos Humanos en 1976, no menciona este esfuerzo ni una sola vez. Apenas en un discreto párrafo advierte que, en algún momento, se reunió con desafectos. No más. Sabemos que una vez en el exilio, se convirtió en una promotora muy activa del trabajo del CCPDH en Cuba, llegando a crear una revista en su nombre. De manera que es demasiado escandaloso ese silencio.
He indagado todo lo que me ha sido posible con personas cercanas y miembros del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, y no he conseguido más que idéntica perplejidad. Ante esta falta de datos, queda dejar constancia del misterio ―como quien define la pieza de un rompecabezas que se armará algún día―, y ensayar alguna especulación.
Hasta la fecha, se ha dicho que la Dra. Frayde ayuda a fundar el Comité Pro Derechos Humanos en enero de 1976, y que en junio de ese año es aprehendida por la Policía Política. De esta yuxtaposición temporal siempre se derivó una relación causa-efecto. Según el libro de memorias, se trata de un espejismo.
Para explicar su condena a veintinueve años de prisión en relación a este hecho, contamos entonces con tres hipótesis. Las dos primeras son: el castigo sí tuvo una causa directa en la fundación del CCPDH y la Dra. Frayde calló para proteger a los compañeros que quedaban en Cuba; o no la tuvo y todo ha sido una confusión histórica de la cual su libro nos saca de dudas. La tercera es de naturaleza más terrenal.
Si la primera hipótesis fuera verdadera, si el silencio de «Écoute, Fidel» se debe a que no quiso poner en oídos del Comandante ciertos pormenores de una organización que en 1987 lo desafiaba abiertamente dentro Cuba, entonces ¿para qué escribir un libro de memorias que tiene como núcleo central un arresto del cual no se revelarán las verdaderas causas o, peor, del cual se entregará una explicación ficticia? Con esto, Martha Frayde no solo estaría confundiendo a Fidel Castro, sino a todos los historiadores del futuro. Mejor habría sido rotular el libro bajo la advertencia genérica de «ficción», antes que ofrecer una promesa de veracidad incumplida.
La segunda posibilidad es que, en 1976 el CCPDH no habría tenido la relevancia que le conferimos hoy ―o bien la participación de Martha Frayde habría sido muy lateral en ese momento―, lo cual confirmaría que las causas de su arresto fueron otras. Nos incomoda esta variante porque, otra vez, no explica que no exista ni una mención en el libro respecto al CCPDH. En 1987, cuando se publican las memorias, ocurría el punto climático de la actividad del Comité y Frayde pudo haberlo reconocido.
La tercera opción, es una combinación de la segunda con motivos pedestres: en 1976, la participación en la fundación de algo que se llamó «Comité Cubano Pro Derechos Humanos» era apenas significativa y no fue la causa de su arresto, de manera que Frayde, por desavenencias con el líder de esa organización, en el momento en que escribe las memorias pudo omitir la existencia de la misma sin faltar mucho a la verdad.
Martha Frayde se habría dejado llevar entonces por emociones que nublaron su relación de los hechos, lo cual no es demasiado ejemplar, pero es la materia humana de que está hecha la historia (no nos interesa retocar el pasado según nuestras expectativas). En definitiva, lo que sabemos por el momento es que, según ella, su condena no tuvo nada que ver con alguna actividad pro democrática en Cuba.
La versión oficial, que ubica a la doctora como una captación de la CIA, nunca ha sido tomada en serio por nadie. Esta acusación jamás ha tenido evidencia que la sustente y más bien corresponde a una costumbre de la época, que consistía en propinar tal imputación a los enemigos personales de Fidel Castro según la magnitud de su rencor hacia ellos. Corrían los años de la total impunidad del sistema represor cubano, que funcionaba libre de cualquier control o vigilancia, siquiera de aquella que empezó a ejercer, desde finales de los 70´s, un pequeño grupo de cubanos que se reunió, en enero de 1976, en la casa de Martha Frayde.
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Imagen principal: El País.