La arquitectura de la libertad: Solidaridad y el porvenir de Cuba
El pasado 9 de noviembre, el mundo recordó uno de los hitos más trascendentales de la historia contemporánea: la caída del Muro de Berlín. Aquella infame barrera, erigida por el régimen comunista de la República Democrática Alemana para impedir que sus ciudadanos escaparan al otro lado de la ciudad, fue desmantelada en una noche a golpes de martillo por los hombres y mujeres a quienes había mantenido cautivos durante décadas. Parafraseando la canción de Nino Bravo, erróneamente asociada al asesinato de Peter Fechter mientras intentaba cruzar la frontera, la alambrada terminó siendo no más que un trozo de metal, algo que nunca pudo detener las ansias de volar.
Este suceso, junto al ajusticiamiento del matrimonio Ceaușescu en Rumanía tras un proceso sumario, conforma una de las imágenes más potentes del derrumbe del régimen comunista en Europa del Este. Sin embargo, fue en Polonia donde comenzó el proceso hacia la libertad. El liderazgo del sindicato Solidaridad y la perseverancia de un pueblo que había conocido las más terribles desgracias del siglo XX, hicieron posible una transición pacífica y ordenada hacia la democracia y la economía de mercado. Con luces y sombras, ese país es hoy una de las economías más dinámicas de Europa.
Hace unas semanas tuve el privilegio de visitar Gdańsk, la ciudad a orillas del Báltico donde nació Solidaridad; allí me reuní con políticos, empresarios y antiguos miembros del sindicato que vivieron la transición. Cuba, devastada por el colapso sistémico, los desastres naturales y las enfermedades, enfrenta hoy una situación aún más grave que la de Polonia en 1989, cuando se despojó del yugo totalitario. En tal escenario, las experiencias de la nación eslava, a pesar de las muchas diferencias, pueden ofrecer interesantes referencias a la ciudadanía cubana.
Las imágenes de la devastación tras el huracán, y de hospitales y cementerios colapsados debido a las enfermedades y a la falta de inversiones, me impulsaron a escribir estas líneas, que intentan ordenar mi apreciación de la experiencia polaca e imaginar caminos aplicables a Cuba.
Cómo se organiza un pueblo para luchar sin armas
Víctima de represión constante, Solidaridad adoptó una estructura descentralizada y coordinada, compuesta por cientos de comités de fábrica y de base autónomos enlazados a una red nacional. Esa arquitectura le otorgó resiliencia organizativa, pues si un núcleo caía, otros permanecían activos, lo que aseguró la continuidad del movimiento. Paralelamente, creó y sostuvo canales propios de comunicación, imprentas clandestinas, redes de distribución de prensa y sistemas de financiación provenientes del exilio y de la Iglesia Católica.
Aunque nació del mundo obrero, Solidaridad tuvo un carácter transversal y multisectorial. No fue un sindicato de gremio único, sino un amplio frente social que integró obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes, artistas y técnicos. Esa amplitud lo convirtió en un movimiento nacional, representativo y cohesionado, capaz de unir a los polacos más allá de diferencias ideológicas. Buscó la unidad frente al régimen sin discriminar en «izquierdas» o «derechas».
Una de las dimensiones más interesantes de Solidaridad fue su forma de liderazgo. Aunque Lech Wałęsa era su rostro más visible, el sindicato evitó estructurarse alrededor de un solo líder. Compartió el liderazgo con intelectuales como Adam Michnik y Jacek Kuroń, figuras religiosas como Jerzy Popiełuszko y políticos moderados como Tadeusz Mazowiecki. El pluralismo en la conducción garantizaba la continuidad del movimiento y evitaba el riesgo del personalismo.
Inspirada en parte por la doctrina católica y la tradición polaca de resistencia moral, Solidaridad se comprometió con la acción no violenta: huelgas, boicots, prensa clandestina, desobediencia civil; pero sin armas. Ello impidió al régimen justificar una represión masiva. Como parte de su adhesión a la estrategia no violenta, sus demandas iniciales parecen únicamente tener carácter laboral, pero con el tiempo se tradujeron en reclamos de dignidad, libertad y derechos humanos. En esencia, supieron elevar lo económico-legal a lo ético-político.
En cuanto a su accionar, Solidaridad combinó presión y diálogo. Mantuvo la movilización en la calle, pero no cerró la puerta a la negociación, lo que finalmente condujo a la Mesa Redonda de 1989, preludio de la transición democrática. Esa dualidad —confrontación firme y apertura estratégica— le otorgó flexibilidad táctica y credibilidad política. Wałęsa, por su parte, insistía en la «autodisciplina obrera» como forma de demostrar madurez cívica frente al Estado y desmontar la propaganda que los acusaba de promover el caos contrarrevolucionario.
Pilares espirituales de la resistencia
Me detengo en los fundamentos ideológicos sobre los cuales se erigió el movimiento, pues a pesar de las considerables diferencias entre polacos y cubanos, algunos elementos resultan comunes.
Inspirado en la doctrina social de la Iglesia, el sindicato defendió la solidaridad como valor moral básico sobre el que debía sustentarse la convivencia social, en abierta contraposición a la división y al odio de clases fomentados por el régimen comunista. En su esencia, Solidaridad fue, además de un proyecto político, una revolución ética basada en la confianza y el respeto humano.
Asimismo, reivindicó símbolos nacionales, héroes históricos y la identidad cultural polaca como fuentes de dignidad colectiva frente al dogma comunista impuesto desde Moscú. Con ello, restauró el orgullo nacional como energía espiritual de la resistencia. El teatro, la literatura, la música y el humor político fueron sus armas culturales; mientras, la fe y la celebración de la misa constituyeron refugios de libertad interior. Cultura y religión fueron los grandes pilares donde se sostuvo la conciencia cívica de la nación.
Los hombres y mujeres de Solidaridad comprendieron —y la historia les dio la razón— que el cambio debía orientarse no solo contra el Estado, sino hacia la reconstrucción de la sociedad misma. Apostaron por restablecer la confianza, fomentar la cooperación y promover la autogestión como semillas de una nueva Polonia democrática. Sin una sociedad civil activa y cohesionada, la libertad política es un espejismo.
Marcha de los huelguistas hacia la iglesia de Santa Brígida. Desde la derecha: Brunon Baranowski (1.ª fila, 1.º por la derecha), Andrzej Drzycimski (2.ª fila, 1.º por la derecha), Andrzej Celiński con un botiquín (2.º por la derecha), el médico Andrzej Zapaśnik llevando una cruz (3.º por la derecha), Krzysztof Pusz (detrás, C), Tadeusz Mazowiecki (4.º por la derecha), Lech Wałęsa (5.º por la derecha). A la izquierda, Andrzej Rzeczycki, chófer personal de Wałęsa. (Foto: Stefan Kraszewski / PAP)
Lecciones para Cuba
El punto de partida cubano es más difícil que el polaco, no se debe mitificar la convergencia: Polonia tenía una sociedad más articulada y una Iglesia fuerte; Cuba sufre décadas de atomización social. No obstante, de la experiencia polaca emergen lecciones que pueden aportar en nuestro caso. La primera es que la resistencia eficaz frente a un régimen autoritario prospera cuando se organiza de forma descentralizada, con núcleos autónomos capaces de resistir la represión y sostenerse mutuamente. A ello se suma la urgencia de construir canales propios de comunicación y coordinación, y de anclar el movimiento en todos los sectores sociales, no en una sola franja de la población.
Polonia también enseña que un movimiento nacional debe trascender las fronteras ideológicas y sumar a todos los que se oponen al autoritarismo, ya vengan de la izquierda o de la derecha. Esa vocación inclusiva fue la clave de la legitimidad de Solidaridad. En paralelo, su liderazgo plural y colegiado evitó el culto a la personalidad —mal que en Cuba conocemos demasiado bien— y permitió sostener la estrategia común, incluso en los momentos más duros. La conducción compartida, no el caudillismo, es lo que garantiza continuidad y capacidad real de transformación.
En términos más amplios, la experiencia polaca confirma que ningún poder es invencible cuando la sociedad se organiza de manera autónoma, solidaria y no violenta. La reconstrucción de una nación comienza siempre en la ética de la convivencia, en la decisión de confiar, cooperar y recomponer los vínculos que el autoritarismo fractura. Y en esto, cubanos y polacos nos parecemos. Tras el paso del reciente huracán, miles de ciudadanos se movilizaron espontáneamente para asistir a los damnificados. No fue un episodio aislado, hay muchos precedentes pasados y recientes. Esa corriente horizontal, nacida de la compasión y de la iniciativa propia, encarna el mismo principio que sostuvo a los obreros de Gdańsk.
Quizás, sin embargo, la mayor semejanza entre cubanos y polacos resida en algo más simple y decisivo: el deseo irreductible de ser libres. La libertad se materializa en la iniciativa social, en la capacidad de un pueblo para organizarse, cooperar y sostenerse a sí mismo; en contraste, comienza a morir cuando esa responsabilidad se delega por entero en el Estado o en un grupo que concentra todo el poder. Ningún régimen ha logrado contener indefinidamente a una nación que recupera su autonomía moral. Cuando un pueblo se reconoce dueño de sí y comprende que la libertad está en cada uno de sus miembros, ya ha comenzado el derrumbe de cualquier tiranía. El final es solo cuestión de tiempo.
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Imagen principal: PAP.