Entre el dogmatismo y la hegemonía ideológica

Pocas historias ilustran con tanta precisión la paradoja del pensamiento crítico domesticado como la de la enseñanza de la filosofía en Cuba. Lo que comenzó como un intento de emancipación intelectual, terminó convertido en una maquinaria de ortodoxia. Entre consignas y manuales, la filosofía —esa disciplina que debería enseñar a pensar— fue transformada en catecismo. Desde 1959 hasta 2025, la isla osciló entre el entusiasmo revolucionario y el pensamiento cautivo; entre la promesa del hombre nuevo y la pedagogía del conformismo.

Los años del evangelio rojo

El «Gobierno Revolucionario» no tardó en comprender que toda hegemonía comienza por la educación. Las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR), fundadas en 1960, fueron el laboratorio ideológico de un nuevo credo. Funcionaban como auténticas iglesias seculares, donde los instructores —casi todos militares— asumían el rol de sacerdotes del marxismo-leninismo. Los obreros, convertidos en fieles de una nueva fe, aprendían los dogmas del materialismo histórico con la misma devoción con que se rezan rosarios. El conocimiento filosófico dejó de ser una búsqueda y se transformó en ritual de obediencia.

De aquellas aulas salió una nueva generación de cuadros, formados no en la duda, sino en la respuesta correcta. El marxismo, que había nacido como una crítica radical a toda ideología, se convirtió en «la» ideología por excelencia. En ese momento se selló el destino de la enseñanza filosófica cubana: ya no se trataba de pensar la Revolución, sino de creer en ella.

Purgas y contradicciones

Entre 1966 y 1968, el régimen se enfrentó a su propio espejo. El «caso de la microfracción» no fue solo un episodio de conspiración política, sino la primera gran purga filosófica del socialismo cubano. La paradoja era grotesca: se acusaba de desviación ideológica a los más fieles defensores del marxismo soviético. Los «microfraccionarios» de Aníbal Escalante fueron condenados por ser más marxistas que los revolucionarios en el poder.

La escena se repitió como tragedia y farsa: quienes habían predicado la ortodoxia fueron víctimas del mismo dogma. Aquel proceso, como observó un artículo publicado en La Joven Cuba (2018), mostró la elasticidad moral del sistema: lo que ayer era «línea correcta», mañana podía ser «traición». La filosofía quedaba subordinada a los vientos políticos, y el pensamiento, a la obediencia del momento.

Frente a la uniformidad del pensamiento soviético, el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana fue, durante algunos años, una rara zona de disidencia intelectual. Allí, bajo la dirección de Fernando Martínez Heredia, se intentó recuperar la dimensión emancipadora del marxismo, alejándose del rígido DIAMAT soviético. La revista Pensamiento Crítico, su órgano teórico, fue una heterodoxia lúcida: sus páginas respiraban libertad en medio del aire enrarecido de la ortodoxia.

Pero en Cuba la heterodoxia nunca ha sido un lujo duradero. Cuando la revista fue cerrada por orden expresa de Raúl Castro, en 1971, la filosofía cubana volvió al redil. El pensamiento dejó de ser crítica para convertirse en catequesis. En palabras de Martínez Heredia (2008), «no puede haber nada más antimarxista que el dogma». Precisamente por eso fue condenado: por pensar demasiado.

La inquisición moderna

El Congreso de Educación y Cultura de 1971 no fue un debate académico: fue una canonización del dogma. La Revolución, ahora adulta y desconfiada, decidió que la cultura debía ser un instrumento político. Se condenó el «diversionismo ideológico», se persiguió la homosexualidad y se prohibió la música que no sonara heroica. En adelante, la filosofía debía servir al Estado o desaparecer.

El cierre del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana fue el gesto simbólico del triunfo de la ortodoxia. La revolución cultural cubana, al estilo maoísta, pero con acento habanero, redujo el pensamiento a manual y el disenso a delito. La isla se llenó de consignas, pero se vació de preguntas.

Cuando la ideología ocupó el lugar del pensamiento

Ambrosio Fornet bautizó al período comprendido entre 1971-1976, como Quinquenio Gris. Fue la edad de piedra del espíritu cubano: la burocracia cultural dictaba qué debía leerse, escribirse o pensarse. Se copiaron los modelos soviéticos con la precisión del imitador que ya no sabe quién es. El resultado fue un pensamiento sin alma, un marxismo sin crítica, una filosofía sin filósofos.

La incorporación de Cuba al CAME, en 1972, institucionalizó la subordinación intelectual: la URSS proveía petróleo, pero también ideas empaquetadas y «asesores soviéticos» para los Departamentos de marxismo-leninismo en la enseñanza superior cubana. Y el costo fue alto: la muerte de la creatividad y el exilio interior de los pensadores.

La institucionalización del dogma

Con la Constitución de 1976, el marxismo-leninismo se convirtió en doctrina de Estado. Lo que en Europa Oriental ya agonizaba, en Cuba se elevó a categoría sagrada. Los manuales de Konstantinov y Afanasiev se tornaron el evangelio filosófico de una generación. El Che Guevara, que había denunciado los «ladrillos soviéticos», fue invocado precisamente por quienes construyeron con ellos la muralla del dogmatismo

La Escuela Superior del Partido Comunista, «Ñico López», se consolidó como seminario ideológico. Allí, miles de militantes repetían consignas sobre la dignidad humana, sin advertir que la dignidad comenzaba por pensar libremente. En lugar de filósofos, en Cuba se formaban misioneros del marxismo oficial

Continuidad sin ruptura

La caída del bloque socialista no significó una apertura filosófica, sino una reafirmación defensiva. Cuba perdió a la URSS, pero no se despojó de su reflejo ideológico. Durante el llamado «Período Especial», el discurso filosófico se adaptó a las nuevas escaseces sin alterar su núcleo dogmático. En el siglo XXI, incluso bajo reformas económicas y aperturas parciales, la enseñanza del marxismo-leninismo sigue siendo obligatoria, aunque envuelta ahora en retórica martiana o fidelista.

La isla persiste en la paradoja: reivindica el pensamiento crítico mientras lo regula. Los profesores repiten que el marxismo es una «filosofía inacabada y en evolución» (Monal, 2018), pero el sistema no tolera que esa evolución cuestione al propio poder. La filosofía se enseña como disciplina, pero se practica como ritual.

El pensamiento prisionero

La historia de la enseñanza filosófica en Cuba entre 1959 y 2025, es la de un pensamiento que fue traicionado por su propia promesa. Lo que pudo ser una escuela de emancipación se convirtió en una fábrica de certezas. En lugar de formar ciudadanos reflexivos, se formaron creyentes políticos. En lugar de enseñar a pensar, se enseñó a repetir.

Cuba no carece de filósofos brillantes, sino de instituciones que los soporten. La isla produjo mentes como Martínez Heredia, Aurelio Alonso o Zaida Rodríguez, pero las encerró en el laberinto del dogma. La paradoja es brutal: en nombre del marxismo, se asesinó la dialéctica; en nombre de la Revolución, se petrificó la historia.

Tal vez el mayor legado de esta larga travesía no sea el pensamiento oficial, sino el susurro persistente de quienes se atrevieron, y se atreven, a pensar a contracorriente. No existe nada más antirrevolucionario que la sumisión del pensamiento.

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Imagen principal: Victoria Blanco / CXC.

Pedro Pablo Aguilera

Filósofo, Especialista en Historia de la Filosofía.

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