La transición o cambio político. Aproximaciones teóricas y escenarios en Cuba

Pocas categorías de la Ciencia Política han generado tanta investigación y debate académico y de opinión pública como la categoría «transición política». Seguramente por su potencial explicativo de las dinámicas de cambio político de un régimen no democrático hacia un abanico indefinido de múltiples opciones. La incertidumbre sobre el desenlace y la cambiante relación entre factores históricos-estructurales, sumado al carácter contingente de las decisiones de actores estratégicos en las nuevas condiciones, limitan el potencial predictivo de estos estudios y estimulan nuevas reinterpretaciones.

Por otro lado, en contextos políticos y académicos polarizados, la transición tiende a percibirse como un componente ideológico en un juego de estrategias suma cero (gana o pierde), minimizando ―o eliminando― su núcleo de negociación política en un contexto de reposicionamiento de nuevos equilibrios de poder.

En este sentido, escribir sobre la transición en Cuba ―o el cambio de régimen político― implica asumir ciertos riesgos. El primero asociado a las condiciones histórico-estructurales específicas y de liderazgo del régimen ―su «excepcionalismo político»―(1) y su capacidad de reacomodo en difíciles condiciones, al superar ciclos transicionales de democratización internacional e importantes crisis económicas con efectos restrictivos sobre el bienestar de la población. A pesar de las predicciones teóricas sobre democratizaciones en regímenes autocráticos y post-totalitarios, las élites políticas en Cuba han logrado minimizar los potenciales efectos disruptivos de la geopolítica e inhibir cualquier iniciativa de reforma intra-élite o de los diversos sectores de la oposición. Este elemento ha acentuado la duda sobre la «desviación estándar» del caso cubano, reasignando la atención hacia la persistencia del régimen.

En segundo lugar, la larga historia de censura oficial y el énfasis confrontativo y excluyente en el discurso público ha estimulado en la academia oficial una resignificación ideológica del término «transición», que es presentado como parte de una estrategia de dominación política [burguesa (sic)] imperialista (2) y de revisionismo «centrista» de la revolución.

No obstante, se puede argüir a favor de la transición del régimen cubano, que en el período pospandémico ―a partir de 2021―, se han agudizado las condiciones de una profunda crisis sistémico-estructural con visibles expresiones de anomia económica, demográfica, social, cultural, existencial y política. Es notable la depauperación persistente de las condiciones de vida de la población con la crisis energética, alimentaria y del sistema de salud, así como el aumento de la violencia social y el delito.

Ante estas adversas condiciones, el histórico componente «nacionalista revolucionario» de la narrativa oficial parece haber perdido la capacidad de generar consenso social y proyectar respuestas funcionales de identidad y movilización colectiva. Pero el elemento más sugerente ha sido la activación creciente de la protesta social como una acción colectiva contenciosa que gravita a diario en toda la geografía nacional, y no menos sugerente, la escalada represiva del gobierno.

Las teorías de transición

Transición política es una categoría teórica, no ideológica. Su versión clásica fue desarrollada en la segunda mitad de los años 80’ para interpretar las dinámicas de cambio político en la tercera ola democratizadora de la Europa Mediterránea y América del Sur, y posteriormente, en los países exsocialistas de la ex URSS y Europa del Este en 1989-1991. La categoría refiere a un proceso dinámico de carácter indeterminado ―no lineal―, donde se redefinen las reglas del juego político a partir de interacciones estratégicas de actores implicados en el cambio de régimen. Durante este período, todos los cálculos políticos e interacciones serán altamente imprecisos, pues la ausencia de reglas de juego confiables provoca elecciones contingentes con resultados inciertos, donde predominan el «arte de la manipulación política y los comportamientos estratégicos».

En otras palabras, las transiciones políticas suelen ser resultado de dinámicas de negociación entre actores con capacidad para incidir en el cambio político en condiciones contingentes y de alta incertidumbre, por lo que la consolidación democrática solo constituye uno de los resultados posibles del derrumbe autoritario.

Ciertamente, la transición política refiere a una dinámica de cambio de régimen político. Es un período ambiguo e intermedio durante el cual un régimen ha perdido algunas características de los arreglos institucionales previos sin haber adquirido todos los rasgos del nuevo régimen en instauración. No obstante, el rasgo distintivo de la transición política es la conformación de actores con perspectivas diversas y proyectos creíbles para negociar y provocar un cambio en la estrategia de los demás actores.

Según estos estudios, el primer umbral crítico en la transición a la democracia es el movimiento iniciado por algún miembro del grupo gobernante para lograr apoyo de fuerzas exteriores a él, y esta diferenciación responde a una dinámica de presiones bilaterales desde «arriba» y «abajo». Así, la liberalización solo es resultado de una interacción entre la aparición de fisuras en el régimen autoritario y la organización autónoma de la sociedad civil opuesta al régimen. Por consiguiente, las fisuras del régimen y la movilización popular se alimentan mutuamente. Es importante reconocer que el modelo subraya que la movilización popular puede marcar el ritmo de la transformación, puesto que obliga al régimen a optar entre alternativas: represión, integración o transferencia de poder.

Tales estudios sentaron las bases para los análisis de la transición a partir de interacciones de actores estratégicos: en la «élite autoritaria» los intransigentes (duros) y reformistas (blandos), y, dentro de la «oposición», los moderados y radicales. Una conclusión importante fue que la emancipación solo puede ser fruto de un acuerdo entre reformistas y moderados. Actores estratégicos, como las Fuerzas Armadas, si controlan el proceso será preciso que opten por las reformas, o que los reformadores consigan inducirlas a la cooperación, o al menos a la pasividad. (3)

Otra conclusión importante es que ninguna transición puede ser efectuada exclusivamente por los opositores a un régimen que conserva su cohesión, capacidad y disposición a aplicar medidas represivas: los únicos desenlaces probables de estas situaciones son la perpetuación en el poder o la lucha armada revolucionaria.

Por otro lado, allí donde el costo del disenso es bastante bajo, pero en cambio es bueno el rendimiento objetivo y alta la confianza subjetiva del régimen, no es probable que se produzca la transición, y si se produce se limitará inicialmente a aquellas normas y cuestiones que los gobernantes autoritarios piensan que pueden controlar.

Otros enfoques han abordado el impacto de las crisis económicas en la fractura de las élites políticas y militares de un régimen autocrático, partiendo de la premisa de que la supervivencia del régimen depende de su capacidad para mantener la cohesión y lealtad de la propia élite política militar. Una crisis económica persistente, tiende a afectar de forma importante la capacidad de negociación intra-élite y sus mecanismos de cooptación/manipulación hacia potenciales sectores aliados (p.e. empresarios privados, sector militar, sindicatos, organizaciones populares, etc.). Bajo condiciones restrictivas, estos sectores estratégicos pueden perder la confianza en el régimen y recalcular el costo asociado a la democratización, abriendo una estructura de oportunidades políticas en alianza con sectores reformistas del gobierno y la oposición moderada.

Finalmente, la deserción de estos aliados y el aumento de la movilización social y la protesta popular, incrementa el costo de la represión para las élites políticas y militares. Racionalmente, la represión violenta de una manifestación pacífica tiene un costo elevado en términos de reputación y eficacia para las élites políticas y militares autocráticas, si presenta fracturas internas y apoyos leales disminuidos, y si la capacidad de coordinación y movilización popular es alta. En otras condiciones, la represión puede ser usada como estrategia disuasiva.

Es importante subrayar la diversidad de factores multicausales que explican los diversos casos de transiciones políticas. No siempre son iniciativa de sectores reformistas intra-élite. Los casos de Polonia y Hungría demuestran que la oposición al régimen puede comenzar en un amplio movimiento social ideológico y socialmente inclusivo, como el sindicato Solidaridad, una verdadera coalición social contra el sistema, con amplio respaldo popular y de sólidas instituciones sociales polacas (la iglesia católica y, especialmente, la figura del Papa Juan Pablo II), y con el apoyo de los EE.UU.

En Hungría, donde no existían movimientos sociales de oposición, el cambio fue gradual y protagonizado por un sector intelectual reformista, los economistas reformistas, que desde un acceso privilegiado a la información, entablaron diálogo con diversos estratos sociales externos a la intelectualidad, lo que incluía a miembros activos del partido y el gobierno, concientizando sobre la crisis y la idea de la reforma. En casos críticos de crisis persistente, baja institucionalización política y frágiles organizaciones civiles, la ruptura ha sido repentina, violenta y con resultados muy inciertos (Rumania 1989 y Nepal 2025).  

Escenarios probables de una transición en Cuba

Toda transición política es un proceso complejo de resultados inciertos. Cuba no es ni será la excepción. Factores institucionales y biológicos acercan a su élite político-militar y a su sociedad interna y diaspórica a tomar decisiones trascendentes para el futuro nacional. Dada la información imperfecta disponible, la capacidad predictiva de cualquier modelo teórico transicional es relativa. No obstante, existen factores observables que podrían afectar el equilibrio de poder al interior de las élites políticas y militares, así como la relación estado-sociedad, inclinando el balance hacia uno u otro escenario futuro.

Desde el punto de vista simbólico, la avanzada edad de los líderes «históricos», especialmente Raúl Castro, actualiza el complejo proceso de sucesión generacional intra-élite y constituye un reto a su capacidad de cohesión y lealtad a la continuidad del proceso histórico. Un eventual fallecimiento del «líder histórico» pondrá a prueba la cohesión entre las diversas estructuras del estado (Buró Político del PCC, Consejo de Estado y Consejo de Ministros) y los órganos de la seguridad interna (FAR, MININT, Órganos de Inteligencia), así como de diversos grupos de poder (GAESA, emergentes actores económicos privados) y su capacidad de alianza en el nuevo equilibrio de poder.

Otro elemento importante será la capacidad de agencia de la sociedad civil y las organizaciones de oposición internas para articular protestas y expresiones de descontento que generen percepción de amenaza sostenida al status quo.

Un aspecto significativo sería la capacidad de legitimación del nuevo liderazgo emergente para cambiar la percepción pública de la crisis sistémica estructural, mejorar el desempeño económico, garantizar la estabilidad y ofrecer mejoras materiales o simbólicas.

Finalmente, factores geopolíticos como: cambios entre aliados internacionales, organismos multilaterales, o sanciones como el embargo de EE.UU., podrían modificar los costos y beneficios de mantener el status quo o asumir reformas importantes.

Basado en el marco teórico y el contexto cubano actual, identifico cinco escenarios de posibles trayectorias de cambio político.

I. Continuidad Autoritaria Reforzada:

  1. las élites políticas y militares mantienen su capacidad de cohesión y control.

  2. los sectores reformistas en la élite y los diversos grupos de poder son marginales e inexistentes.

  3. el estado utiliza la represión selectiva y severas sanciones penales con eficacia disuasiva.

  4. la oposición interna permanece fragmentada, inconexa y reprimida. La oposición en la diáspora continúa dividida y sin proyectos con incidencia real en el régimen político.  

  5. las reformas económicas son mínimas y dentro de la concepción estatista «socialista».

  6. la narrativa oficial nacionalista y el antimperialismo «yankee» sigue vigente.

  7. el régimen se adapta defensivamente e impide la transición política. 

II. Reformas Parciales Negociadas:

  1. fisuras internas intra-élite permiten que sectores reformistas de la élite negocien con emergentes sectores de la oposición moderada interna y de la diáspora.

  2. la crisis sistémica estructural favorece una apertura limitada en la economía y cierta flexibilidad en los derechos civiles y políticos.

  3. la sociedad civil gana espacios organizativos y de acción colectiva dentro de límites estrictos.

  4. la represión disminuye en intensidad para reducir costos políticos.

  5. se establecen procesos de reforma controlados, que pueden incluir elecciones limitadas y mayor pluralismo, resultando un régimen híbrido con elementos autoritarios y democráticos.

III. Transición Democrática:

  1. quiebre profundo en la cohesión intra-élite y una alianza estratégica entre sectores reformistas del gobierno y la oposición que impulsa reformas democráticas sustantivas.

  2. la movilización social es masiva y sostenida, presionando por cambios que elevan el costo de la represión violenta.

  3. se desarrollan procesos constitucionales, institucionalización de libertades y elecciones libres.

  4. el resultado es la consolidación de un sistema democrático pluralista, aunque el proceso pueda enfrentar tensiones y conflictos. 

IV. Ruptura Autoritaria y Crisis Social

  1. la fractura interna y la protesta social desarticulada provocan enfrentamientos violentos y desorden generalizado.

  2. la represión se intensifica, generando un ciclo de violencia y confrontación abierta.

  3. la oposición carece de cohesión para articular un cambio político claro y la sociedad entra en un período de anomía y conflicto.

  4. puede derivar en una crisis prolongada con riesgos significativos para la estabilidad del país.

V. Colapso Total y Reconfiguración Radical

  1. es el escenario menos probable, pues implica la desintegración del poder central y la pérdida total del control estatal.

  2. aparecen múltiples actores con agendas divergentes, dificultando la reconstrucción de un orden político estable.

  3. es problable una crisis humanitaria agravada que provoque conflictos armados y fragmentación territorial, lo que influirá en el curso de la reconfiguración política.

En síntesis, la trayectoria política de Cuba está condicionada por la interacción entre la cohesión y fractura de la élite político-militar autoritaria, la capacidad de organización y movilización de la sociedad civil, y las dinámicas geopolíticas que puedan favorecer eficientes estrategias de presión internacional. Las teorías de transición política ofrecen un marco analítico valioso para entender estas dinámicas como procesos estratégicos y contingentes donde la negociación entre actores es decisiva.

Como se puede apreciar, los escenarios de mayor probabilidad en el corto plazo son la Continuidad Autoritaria Reforzada y las Reformas Parciales Controladas, dado el expertis de readaptación de las élites políticas y militares cubanas, su eficiente vigilancia de la cohesión y lealtad intra-élite, los efectos disuasivos de su capacidad represiva y el estricto control de la información pública.

Por otro lado, la depauperación de la vida cotidiana diaria en Cuba inhibe la capacidad de agencia de la sociedad civil y eleva el costo de coordinación de acciones colectivas contenciosas. La complejidad de las condiciones internacionales y las nuevas tensiones geopolíticas agregan incertidumbre, dadas las cambiantes estrategias de alianza y confrontación hacia el régimen cubano.

No debemos olvidar que la Violencia Social y el Colapso Total representan riesgos que surgen si fracasan las negociaciones o si la represión exacerba los conflictos sociales, por tanto, la construcción de espacios de diálogo y negociación es vital para una transición pacífica y sostenible.

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(1) Los patrones históricos de «excepcionalidad política» del caso cubano y la capacidad de persistencia y de reacomodo del régimen político han sido abordados desde diversas perspectivas en Hoffmann, B. y Whitehead, L. 2007. Debating Cuban Exceptionalism. Palgrave McMillan, Londres.

(2) Ejemplo fehaciente de una simplificación ideológica de la noción de «transición democrática» se puede consultar en González Torres, C. D. 2001. «Reflexiones sobre la transición democrática», Temas, 24-25, pp. 34-35. Para el autor, «el uso del término pretende representar un significado como “símbolo político” del orden social burgués…», «Los EE.UU. son el país que posee la mayor experiencia ejecutiva y académica en el despliegue y motivación de procesos transicionales para subvertir auténticos movimientos revolucionarios» (p. 206).

(3) Según Huntington, en la tercera ola democratizadora las diferencias de poder entre Reformistas y Moderados conformaron el curso del proceso. Cfr. Huntington, S. 1994. La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX. Paidós Ibérica.

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta

Profesor-Investigador en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.

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