La sublevación del 5 de septiembre en Cienfuegos y las lecciones de la historia
A los marinos sublevados el 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos,
a los hombres de la promoción del año 48 de la Academia Naval que dedicaron su vida a Cuba,
a mi abuelo, veterano de la Segunda Guerra Mundial;
a mi padre, marino también, que me enseñó a amar la historia de Cuba.
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Existe hoy, gracias a la red de redes, una profusión de publicaciones de la más variada calidad y alcance referidas a temáticas de nuestra historia nacional, sus hechos y actores. Por causa de los diferentes posicionamientos ideológicos e historiográficos que genera esta producción, la mayoría se aleja del meta-relato oficial de la historia de Cuba, por lo que recibe, desde los medios oficiales o tradicionales, un profundo rechazo. Ello resulta, hasta cierto punto, lógico, pues se trata efectivamente de una lucha de ideas por la recuperación de la memoria nacional.
Debido a esta particularidad, se ha vuelto común en los medios de comunicación masivos el uso de los términos «narrativas» o «matrices de opinión» al referirse a lo generado en el campo de las noticias, las ciencias sociales y demás ámbitos que no tributen ―o que deconstruyan―, el universo simbólico generado desde el poder. Lo que los sostenedores de esta postura obvian ―que lo olviden parece improbable― es que todo ejercicio de ideas conduce a un constructo de carácter ideológico que impone una matriz de opinión. De tal modo, la meta-historia oficial, por mucho tiempo hegemónica, es también una narrativa.
A los que moleste una interpretación diferente a la suya, y puedan sentirse tentados a interpelarnos, los remitimos al teórico e historiador Fernand Braudel que, en su texto La Historia y las ciencias sociales, de 1979, aseguraba que no existía algo como la Historia y una manera de ejercer el oficio de historiador únicos en su especificidad, sino una diversidad de puntos de vista y múltiples maneras de abordar la tarea de historiar.
Desde los primeros años del proceso revolucionario que triunfó en 1959, comenzó una labor de desmontaje del universo simbólico de la nación en función de legitimar a un único actor político en la escena nacional. Durante sesenta y cinco años, la reconstrucción del relato de la revolución ha venido reformulando los espacios y sus actores en función de validar los ascensos y prevalencias en el escenario político cubano.
Un caso paradigmático resulta el peso otorgado por la historiografía revolucionaria al Partido Socialista Popular (PSP) durante la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Este proceso de legitimación ha sido sistemático en función de establecer la continuidad entre el PSP y el actual PCC.
Como ejemplo, veamos estas dos menciones en el artículo «Rumbo a la Guerra», aparecido en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí en 2006 (no. 3-4 de julio-diciembre): «Cuando se produjo el alzamiento del 30 de noviembre y el desembarco el 2 de diciembre, el PSP convocó a la huelga a la clase obrera» y “«El año 1956 dejó establecidas cuales eran las fuerzas verdaderamente revolucionarias del momento: el M-26-7, el Directorio Revolucionario, y el Partido Socialista Popular».
Al rememorar la lucha contra la tiranía batistiana, se ha establecido una jerarquización en la que el M-26-7 capitaliza el protagonismo al relegar otras acciones emprendidas contra esa opresión. No obstante, algunos sucesos, por su trascendencia en aquel momento, no han podido ser obviados. Tales son los casos del asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, y la sublevación de los marinos del Distrito Naval del Sur, el 5 de septiembre de 1957, en Cienfuegos.
El plan insurreccional de los miembros del cuerpo naval comprometidos, obedecía estratégicamente a la tesis sobre el rol determínate de las Fuerzas Armadas en cualquier cambio político de la escena nacional, idea arraigada dado el papel desarrollado por las masas castrenses durante 1933.
Existe una variedad de opiniones sobre la organización de la acción. Comparto el criterio de que fue, en su origen, una conspiración de alcance nacional entre la joven oficialidad de la Marina de Guerra; pero, en el momento escogido, solo se sublevaron los complotados de la ciudad de Cienfuegos, a los cuales se sumó el M-26-7 y luego parte de la población cienfueguera.
La historiografía oficial ha derivado el análisis de los hechos hacia un plan del M-26-7 al que se incorporaron los oficiales del Distrito Naval del Sur. En el año 2024, el periódico Tribuna de la Habana (https/w.w.w. tribuna.cu) publicó un artículo que se refiere a un levantamiento popular secundado por algunos elementos de la estación naval. No es de extrañar la evolución del relato sobre la acción, pues durante el proceso de re-significación simbólica al cual estamos sometidos, una institución como la Marina de Guerra no escapó al escrutinio revisionista.
En enero de 1969, durante su discurso por el X aniversario del triunfo revolucionario, Fidel Castro, mientras enumeraba animado los logros socioeconómicos del decenio y preparaba los ánimos para la Zafra de los Diez millones, afirmó: «Nosotros éramos una isla sin flota pesquera y sin flota de transporte. Sin embargo, todo lo que exportamos tiene que salir por mar y todo lo que importamos llegar por mar. No había marinos ni tradición marinera».
Esta afirmación era cierta, pero solo a medias. Cuba no poseía una estructura naval de consideración, pero sí el capital humano para desempeñar la tarea. Desde 1916 funcionaba la Academia Naval, que formaba oficiales de cubierta y máquinas para la Marina Mercante y la Armada. Marinos cubanos participaron en la Campaña antisubmarina atlántica de la Primera Guerra Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial repitieron la misión, ahora hundiendo un U-boat alemán y participando con fuerzas y medios en los convoyes aliados hacia Canadá y Murmansk. Las tripulaciones del «Manzanillo» y el «Santiago de Cuba», hundidos el 12 de agosto de 1942, eran cubanas en su totalidad y pertenecían a una empresa nacional; en el mismo convoy navegaba otro buque cubano.
Por si fuera poco, en la tripulación del yate «Granma», el capitán y el piloto ―Onelio Pino Izquierdo y Roberto Roque Núñez―, cuya participación ha sido prácticamente omitida, eran oficiales graduados de la referida institución naval; su timonel, Norberto Collado, era un marino condecorado.
El levantamiento naval del 5 septiembre de 1957 no hubiera sido posible sin una institución que contara con oficiales y alistados comprometidos con la defensa del orden constitucional, y sin el rol de las fuerzas armadas en ello. Si el orden castrense era uno de los pilares del régimen batistiano, no era tan sólido; así lo evidenció la Conspiración de los Puros, de abril de 1956, que obligó al régimen a procesar, licenciar y reubicar a cerca de cuatro mil efectivos, entre oficiales, clases y soldados. Los hechos del 5 de septiembre mostrarían, aún más, las fisuras del aparato militar de la dictadura.
Después del 4 de septiembre de 1933, la composición clasista de la oficialidad del Ejército y la Marina había cambiado. Uno de los reclamos de esa sublevación castrense fue el acceso de clases, soldados y marineros a la Escuela de cadetes. Por tal motivo, durante el gobierno constitucional de Batista (1940-1944), la creación de escuelas cívico-militares permitió el ingreso a dicha escuela, y a la Academia naval, de aspirantes de diversa procedencia social, incluso de ideas de izquierda. Ello explica que, en 1957, jóvenes de la juventud socialista se encontraran en las filas del Ejército, la Marina y la Policía judicial, lo que influyó sin dudas en el posicionamiento político de una parte de la joven oficialidad que participaría en la conjura.
El levantamiento del 5 de septiembre del 57 se fraguó dentro de las filas de la Marina de Guerra. En él participaron un grupo de oficiales, clases y marineros. Mi primera Alma Mater fue la Academia Naval y conocí personalmente algunos de los participantes del alzamiento. Ellos afirmaban que hubo coordinación con el M-26-7, y que el alférez de fragata José Dionisio San Román ―a quien habían licenciado el año anterior por sus actividades revolucionarias― fue el enlace entre los participantes. Algunos de los conjurados, como el alférez de fragata Lucio Machín Fundora, se retiraron ante el cambio del plan inicial.
El 6 septiembre comenzó una feroz persecución ―encabezada por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM)―, a los militares relacionados con los hechos de Cienfuegos. Ya se había cometido una masacre con los sublevados que se rindieron en el colegio San Lorenzo. Por su parte, la oficialidad naval y los alistados fueron sometidos a una investigación exhaustiva. A los que se le comprobó su participación, los condenaron en corte marcial y fueron enviados al Presidio Modelo; los que resultaron sospechosos, serían dados de baja o reubicados.
El alférez de navío Jorge Amador Cainas Sierra y el alférez de fragata Hermes Carballo Trujillo, fueron arrestados en la Academia Naval; el alférez de navío José Monteagudo Fernández, en el dique de Casa Blanca. Los tres pertenecían a la misma promoción, la del año 48. Guardaron prisión en la Circular 4, junto al capitán de Corbeta Andrés Gonzáles Lines y el resto de los condenados de la Armada.
Después de 1959, la mayoría de ellos continuó sirviendo a Cuba en la Marina Mercante, pues en la década del sesenta todos serían licenciados de la Armada, con excepción del alférez de navío Emigdio Báez Vigo, que alcanzó el grado de Contralmirante. Durante esta etapa, aportaron su conocimiento y esfuerzo a una añeja aspiración: una flota mercante que garantizase un aspecto determinante para la soberanía económica del país; sueño que naufragó en la década de los noventa del pasado siglo.
A pesar de los méritos que sin duda tuvieron, sus nombres figuran hoy únicamente en el recuerdo de los que los conocimos. Ellos fueron difuminados en la reconstrucción de la historia política oficial, en la que únicamente ha habido espacio para el culto a la personalidad del líder y para los mártires, siempre útiles en su narrativa de legitimación.
Aunque algunos la encuentren tediosa, la historia siempre nos deja enseñanzas. El decoro, la verdad y el honor florecen incluso en ámbitos insospechados. Ningún régimen dictatorial se ha sostenido en pilares absolutamente monolíticos, y cuando se rechazan los reclamos de otros agentes sociales que alertan sobre un colapso nacional, se contribuye a agravar la crisis sin salida de su propio sistema político.