El nuevo perfil del emigrado cubano post-2021

Cuba es su emigración, y lo ha sido siempre. Esa es una realidad innegable, sobre todo desde que, en 1959, la llegada de Fidel Castro al poder impulsó a los nacidos en la isla caribeña a buscar libertades políticas y económicas en otras latitudes. Estados Unidos, España, Italia o México han sido, tradicionalmente, algunos de los destinos más relevantes si de este fenómeno multidimensional hablamos. En el sentido que dio Marcel Mauss: se trata de un proceso que toca distintas esferas de la vida humana y colectiva.

Uno de los factores de mayor relevancia en cualquier análisis sobre la formación de la diáspora nacional, tiene que ver con el paso implacable del tiempo, la coyuntura histórica y la composición sociodemográfica de la población. ¿Qué distingue a un cubano exiliado en 1966 de uno que salió del país durante la crisis del Mariel, o de otro que cruzó fronteras desde Nicaragua hasta México en 2021 o 2022? ¿Qué intereses políticos, que panorama comunicativo, que rango etario marca la diferencia en una etapa u otra? 

Responder a estas preguntas permite entender con mayor claridad el papel del llamado exilio histórico y, al mismo tiempo, el que pueden desempeñar las nuevas generaciones de migrantes en la oposición al régimen de La Habana y en el fortalecimiento de la sociedad civil cubana. Es evidente que se trata de un asunto de enorme trascendencia, especialmente si recordamos que muchos de los compatriotas que hoy se establecen en Miami o Madrid fueron también protagonistas de las manifestaciones pacíficas del 11 de julio de 2021. 

Establecimiento inicial (1959-1979)

Durante las dos primeras décadas posteriores al triunfo de la Revolución Comunista, Cuba vio partir a gran cantidad de opositores, y también a profesionales, artistas, obreros especializados, comerciantes y empresarios. Muchos de ellos buscaron refugio en las principales ciudades de los Estados Unidos, especialmente en el sur de Florida y en Nueva York, como respuesta tanto a las hostilidades generadas por el régimen de La Habana como a la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países, ocurrida el 3 de enero de 1961.

Según estadísticas del Migration Policy Institute, la población de personas de origen cubano en Estados Unidos creció casi seis veces en una década: de 79,000 en 1960 a 439,000 en 1970. En esta situación tuvo especial influencia la Ley de Ajuste Cubano (Cuban Adjustment Act), firmada por el presidente Lyndon B. Johnson el 2 de noviembre de 1966.

Aquella emigración, que era portadora de una poderosa carga simbólica, asumió de forma casi inmediata su condición de «exilio» y construyó toda una identidad cultural en torno a esa dimensión. A esto se sumó el poder económico que lograron desarrollar gracias, en buena medida, al capital que pudieron sacar de la Isla y a las condiciones favorables de ciudades como Miami, en plena expansión por esos años.

No pasó mucho tiempo para que esa influencia financiera se tradujera, a su vez, en un verdadero poder político, que llegó a cambiar incluso el panorama partidista de la Florida, que por aquel entonces se inclinaba más hacia la vertiente demócrata. Fueron los cubanoamericanos los encargados de redefinir la relación del estado con los republicanos, mucho más críticos con la situación de Cuba y su cercanía con la Unión Soviética en plena Guerra Fría. De acuerdo con el profesor e investigador cubanoamericano Alejandro Portes, se trataba de una comunidad con un «alto nivel de emprendimiento», un «bilingüismo generalizado» y una notable cohesión alrededor de espacios como la Calle 8 o el restaurante Versailles. 

Reconfiguración de la diáspora cubana: Mariel y los balseros

Entre abril y septiembre de 1980, más de 125,000 cubanos que aspiraban a las libertades elementales que el régimen había secuestrado, salieron huyendo por el puerto de Mariel. Conocidos como «marielitos», estos migrantes transformaron de manera significativa la configuración de la comunidad cubana en los Estados Unidos.

A diferencia del exilio histórico, entre ellos predominaban los trabajadores manuales y de servicios, muchos de los cuales enfrentaron altas tasas de desempleo y bajos salarios. Cabe destacar que dentro de este grupo se encontraba también un pequeño porcentaje de ex reclusos y personas con antecedentes psiquiátricos, circunstancia que alimentó una narrativa estigmatizante en los medios de comunicación y que, con el tiempo, influyó en la percepción que de ellos tuvieron otros cubanos asentados en el sur de Florida. 

Catorce años más tarde, otra oleada migratoria sacudiría los cimientos de la sociedad cubana a ambos lados del mar. Durante la Crisis de los Balseros, ocurrida en el verano de 1994, más de 35,000 cubanos escaparon del país en balsa o embarcaciones improvisadas, en lo que fue sin dudas un acto desesperado ante condiciones económicas adversas. Surgió así el perfil del balsero: alguien valiente dispuesto a arriesgarlo todo, incluso burlando fronteras y meses de detención en la Base Naval de Guantánamo. Esta generación, sin embargo, se caracterizó también por una orientación política distinta, más desconectada de la crítica al régimen y más preocupada por apoyar económicamente a sus familiares en Cuba. 

La política de «Pies Secos/Pies Mojados» (1995–2017)

Para esta fecha, Cuba ya se había consolidado como uno de los principales países emisores de migrantes hacia Estados Unidos. En 1996 se situaba en el séptimo puesto entre las naciones que más personas enviaban a ese país, con un total de 26,466, según el sociólogo Jorge Duany. Un año más tarde, en 1997, la comunidad cubana residente en Miami y en otras ciudades estadounidenses superaba el millón.  

En medio de esa afluencia, el entonces presidente Bill Clinton dio inicio a la política de «Pies Secos/Pies Mojados» como resultado de un pacto migratorio con La Habana. En términos prácticos, esta legislación permitió que los cubanos que lograran tocar tierra firme en territorio estadounidense, podían permanecer en el país, solicitar refugio y acogerse a la Ley de Ajuste Cubano. Asimismo, los que fuesen capturados en el mar, serían devueltos a la isla. 

Esta normativa supuso un tratamiento excepcional que ningún otro grupo migrante del hemisferio recibía. Durante las dos décadas siguientes, miles de familias se separaron y reunieron ante la posibilidad de alcanzar el estatus necesario para permanecer en el Norte. También surgieron nuevas rutas migratorias desde el Caribe y Centroamérica, pasando por México, hasta llegar a la frontera sur. 

¿Qué rasgos distinguían a estos cubanos? A diferencia del «exilio dorado», de los «marielitos» o de los balseros, ellos mostraban un perfil educativo más bajo, en gran parte por haber sido formados en el sistema castrista. Cultural y económicamente también se diferenciaban de las generaciones de los 60, 70 y 80. Eran hijos del «período especial», más enfocados en sostener a sus familias en la Isla que en denunciar la falta de libertades y derechos humanos. En 2017 Barack Obama pondría fin a la política de «Pies Secos/Pies Mojados». 

Del Mediterráneo al Atlántico: cubanos en otras orillas

En no pocas ocasiones se olvida que la emigración cubana no ha tenido a Estados Unidos como único destino. Si bien la nación norteamericana es el lugar preferido por quienes abandonan la Isla, resulta importante hablar también de las comunidades que se han formado en países como España, Italia o México, por solo mencionar los más conocidos.

La llamada Madre Patria, por ejemplo, se ha convertido en el segundo polo de atracción para los cubanos. Según datos citados por Diario de Cuba, entre 2023 y 2024 llegaron más de 62,800 migrantes al país ibérico, lo que eleva a unos 257,000 el total de residentes de origen cubano, incluidos los nacionalizados.

Se trata de una presencia heterogénea: Madrid, Canarias y Cataluña concentran a la mayoría, mientras que miles de artistas, periodistas y activistas también han encontrado refugio en la capital española tras las protestas del 11 de julio de 2021 y el recrudecimiento de la represión por parte de la Seguridad del Estado (SE).

Por su parte, en Italia se contabilizaron 24,756 cubanos durante el año pasado. Las regiones con mayor concentración fueron Lombardía y Lazio, especialmente en ciudades como Milán y Roma. Asimismo, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) recibió más de 17,000 solicitudes de asilo o refugio en 2024.

El perfil migratorio post-2021

Hoy asistimos a la conformación de un nuevo migrante cubano: más crítico, menos apático, más politizado. Se rompe poco a poco el mito de que «quien se va de Cuba ya no quiere saber de política». Y es que, tras las protestas masivas del 11 y 12 de julio de 2021, y de la apertura de nuevas rutas a través de Nicaragua, el fenómeno migratorio alcanzó proporciones inéditas. 

Las cifras son elocuentes. Casi 425,000 migrantes procedentes de la isla caribeña, llegaron a Estados Unidos durante los años fiscales 2022 y 2023. Según estadísticas recopiladas por el Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de la American University, en 2024 el número volvió a dispararse: 208,308 cubanos fueron contabilizados a lo largo del territorio estadounidense. En estos datos no se incluyen los beneficiarios de programas como el Parole Humanitario y CBP One, impulsados por el entonces presidente Joe Biden.

Lo que distingue a estos cubanos de sus predecesores es la incertidumbre, pues una buena parte de ellos ha quedado en un limbo migratorio legal que les impide regularizar su estatus a través de la Ley de Ajuste Cubano. Unos esperan una solución al documento I220-A, en tanto otros sufren el recrudecimiento de las políticas migratorias del mandatario republicano Donald J. Trump hacia quienes entraron legalmente durante la era Biden.

Marca también la diferencia su perfil social y político. En su mayoría, son jóvenes formados en un entorno digital, muchos de ellos participantes o simpatizantes de las protestas del 11J, que han dado a la diáspora una voz mucho más visible frente al régimen de La Habana. Lo más significativo es que representan, además, la semilla del mañana, en diálogo fértil con las generaciones que los precedieron y que hoy nutren, desde la memoria y la experiencia, el nuevo perfil del emigrado cubano.

Estos exiliados serán los encargados de mantener una unión más activa con la realidad de la Isla, de organizar campañas mediáticas en favor de los presos políticos y de multiplicar su activismo desde Miami, Madrid o Ciudad de México. La interrogante se nos queda en el tintero: ¿Serán estos emigrados quienes ayuden a impulsar desde la diáspora la transición hacia una Cuba verdaderamente libre y democrática?

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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.

Anay González Figueredo

Licenciada en Periodismo y Máster en Comunicación. Especializada en análisis del discurso y medios digitales.

https://www.facebook.com/Anay.GonzalezF
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