Central Patria: una terca chimenea humeante
Tajante como una mocha recién afilada; dulceácido, como el guarapo que merma la sed o agria el aliento; infinito, como los campos de caña que verdeaban los paisajes de la Isla antes de que (casi) todo se destruyera, Central Patria (Editorial Letras Cubanas, 2025), de Ronel González Sánchez, es una recia columna de poesía e intelección en el panorama de la literatura nacional.
COMO UN CAÑERO
Comer como un cañero.
Zamparse la montaña humeante.
La bandeja octogonal.
La infinitud grasienta.
Sin detenerse a pensar
que sin azúcar no hay país,
la machacona frase
atribuida a Raimundo Cabrera,
o en que a muy pocos
hoy les importe un poema,
esa majomía
de los que escriben versos.
Comer, aunque el capitalismo,
y aunque el subdesarrollo.
Comer, y cortar el plantón
lo más bajo posible. (p.69)
González Sánchez (Cacocum, Holguín, 1971) no es solo uno de los escritores esenciales de las últimas décadas en la Antilla Mayor del Caribe, con decenas de títulos en diversidad de géneros y relevantes premios en su palmarés, sino también un intelectual de laboreo incansable, un orfebre milimétrico de la expresión lírica, que dispone sus creaciones como un ejército de belleza en permanente formación contra las huestes de la indolencia, la chapucería y el desamparo, que tantas bajas nos causan al interior del país y allende sus fronteras.
CENTRAL PATRIA
Cuando fueron a hacer la lista de poetas para ir a la zafra,
Guillén, Naborí y Ferrer levantaron la mano. Retamar, Baragaño
y Escardó pidieron incorporarse a un destacamento de avanzada.
A Fina García Marruz hubo que convencerla de que su obra
intelectual era más trascendente. De no haber caído en Boca
de Dos Ríos, José Martí hubiera descrito la Gran Zafra en su
Diario. Eran años de pulcritud métrica y conversacionalismo.
Navarro Luna y Regino Pedroso declamaban en instantes de
asueto. Un artículo de Lezama, para asegurar que la imagen es
la causa secreta de la historia, llegaba en pocas horas al
campamento en Puentes Grandes. (p.118)
Con edición y corrección del también poeta Leandro Camargo e ilustración de cubierta de Dayamí Pupo Ávila, Central Patria honra sus dos recios vocablos, con una maquinaria expresiva en plena molienda y un aliento de universal cubanía que remueve en el pecho las verdades esenciales que recordaba el Maestro, esas que caben en el ala de un colibrí.
Desde el barco negrero que surcaba las aguas de la injusticia —siglos ha—, pasando por el horror del mayoral y el látigo, la esplendorosa distinción de la sacarocracia, el imbatible cimarronaje monte adentro, hasta llegar a las consignas que, en la historia más reciente, amelcocharon el ambiente de la nación; los sujetos líricos que erige el poeta transitan, trasmutan, se duelen, denuncian, arman y «alman» un canto hondo y alto para quintaesenciar lo que hemos sido y sufrido en este palmo de tierra rodeado de mar Caribe.
PROEZA
Yo nací a finales de la zafra del setenta. Como un machetero
en plena madrugada. Dice mi padre que por la radio anunciaban
diariamente por dónde iban los millones de arrobas. Hasta
qué punto nos hacíamos más dependientes del azúcar y de las
estadísticas. Mis abuelos, que esperaban nerviosos mi llegada,
aquel día no marcharon al corte.
Yo había nacido a un palmo del central, sin embargo, muy poco
tendría que ver con centrífugas y desmenuzadoras. De todos
modos, mi padre y mis abuelos, ausentes del trabajo,
celebraron con aguardiente de caña.
Luego se supo la terrible noticia. La vergüenza sin nombre.
Años después afirmarían, con el ceño fruncido, que por mi culpa
la patria no había logrado la proeza. (p.121)
No falta, no podría faltar tratándose de Ronel, la mirada del ensayista, las múltiples referencias, nacionales y foráneas, que denotan toneladas de estudio para acometer cada verso. Desde Fernando Ortiz a Moreno Fraginals, desde José Antonio Saco a Lezama Lima, desde Vargas Llosa a Agustín Acosta, desde Silvia Plath a Enrique Serpa, desde Landaluze a Romañach… Pero esto tampoco es un obstáculo al libre fluir de la emoción. Poeta, así, con mayúscula, sabe el autor enrumbar el tren de sus decires sin que se descarrile en las guardarrayas de la pedantería.
DESARROLLO TECNOLÓGICO
No es lo mismo
cortar con una libertadora Whitman
que con una combinada Yevtushenko.
Con una libertadora Whitman
no se salvan ni las Hojas de hierba.
Una combinada Yevtushenko
solo es recomendable
para terceras nieves.
O sea, para zafras
en tiempos de deshielo.
Para usar como barredora
en islas tropicales
donde la nieve es atributo
de vates modernistas. (p.104)
Incluye el volumen, con loable tino, piezas que constituyen formidables artes poéticas (“Un libro de poemas tiene que ser como un cañaveral. […] Un machetazo en el subconsciente. Una resistencia heroica”, p.54); algunas que develan una aguda incisión política (“La palabra desencanto queda prohibida terminantemente. / No se publican álbumes familiares ni públicos que incluyan las derrotas”, p.85), y otras que ilustran y rejuegan en la simbología nacional — ceiba, carnaval, bembé— con ojo atento de guajiro zahorí.
ABDUCCIONES
Mujeres industriosas del Narcisa. Esposas doblemente tenaces
del Chaparra. Novias fabriles del Maceo. ¿Qué hacer, de vuelta
a casa, cuando el azúcar ya no es garboso visitante a la hora
del café, las meriendas, los postres?
¿Qué hacer, de regreso al coloso, pródigo en sol y luna porque
los angulares y las chapas del techo fueron en estampida?
¿Deberán permanecer inmóviles como locomotoras desahuciadas
en los pueblos minúsculos? (p.135)
El ganador del Premio Nicolás Guillén 2025, al distinguir este jugoso mazo de versos, se honra, y demuestra que, en las desoladas tierras del país, después de tanta caña quemada, sigue ocurriendo sin cesar el dulce milagro de la mejor poesía.
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Imagen de portada del libro y poemas, cortesía de su autor.
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Imagen principal: Ruinas del Central Manuel Isla / José Manuel González Rubines.