Cuba hoy: peso y costo de la indiferencia
Lo preocupante no es la perversidad de los malvados
sino la indiferencia de los buenos.
Martin Luther King (1929-1968)
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No le temo a la represión del gobierno,
le temo al silencio de mi pueblo.
Alexander Fábregas Milanés,
preso político en Cuba
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El costo y el dolor ante la indiferencia son altos para la nación cubana. Este es un comportamiento humano funcional a los sistemas dictatoriales, especialmente cuando van en picada. Al parecer, el régimen pretende que en Cuba queden solamente ellos, sus cómplices y los indiferentes. No ocurrirá, porque en el totalitarismo la indiferencia es, en parte, aparente, y distinta a otros contextos. Reflexionemos en sus expresiones, consecuencias y retos para la oposición y la sociedad civil.
La indiferencia es un estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repulsión hacia algo o alguien. Supone desinterés, apatía, desapego, pasividad, insensibilidad, neutralidad, frialdad. En sentido político, evidencia el desinterés y falta de atención a los asuntos públicos y, consecuentemente, a la participación ciudadana. En una dictadura totalitaria está asociada a la resignación, falta de confianza en los cambios y necesidad de autoprotección frente a los recursos opresivos del sistema. Lo deseable para el gobierno cubano, si no hay aplausos, es al menos que haya indiferencia.
No es un fenómeno exclusivo de Cuba. La Corporación Latinobarómetro realizó cuatro encuestas en 2013, 2015, 2016 y 2017 en dieciocho países latinoamericanos. Aunque casi todos siguen optando por la democracia, la indiferencia política se identificó como la segunda actitud más importante entre los ciudadanos. Una actitud expresada en ciclos electorales por desconfianza hacia gobiernos y/o partidos, como reacción a experiencias pasadas de quienes no cumplieron sus promesas o fueron ineptos.
En Cuba, sin embargo, la cuestión electoral ni siquiera es el punto. En ese ámbito persiste una participación sometida con indiferencia silenciosa, al menos desde los años noventa del siglo pasado. Porque ni son elecciones reales ni los cambios derivados de ellas marcan diferencias. Es más complejo porque se trata de cambiar o seguir con el mismo sistema, y en uno «de partido único, la indiferencia es una bendición para los gobernantes».
-I-
Existen varios tipos de indiferentes respecto al drama cubano. Propongo prestar atención al menos a tres de ellos que existen dentro de la Isla, respecto al sistema y en particular a los presos políticos:
Quienes hacen de todo para no enterarse de lo que ocurre y seguir viviendo como pueden, porque piensan en sí mismos y en que la suerte les toque un día, o puedan irse;
Quienes sienten y les importa lo que pasa, pero no ven salida, están desorientados y sienten miedo ―típico del totalitarismo― a expresarse contra la injusticia.
Ambas actitudes facilitan el inmovilismo, prolongan la existencia del régimen y el sufrimiento de las mayorías, pero en muchos casos son aparentes y pueden cambiar.
Figuras públicas como intelectuales, artistas, profesionales, aquellos que tienen cargos a cualquier nivel, o no, que prefieren seguir en silencio, o que no saben qué hacer para rectificar y ponerse en el lado correcto, porque no lo asimilan, lo ven como un fracaso personal, o se resisten a perder sus privilegios en una sociedad miserable.
Este grupo es también amplio y diverso, pero cualitativamente diferente por su composición y por el impacto de su actitud a escala social y política. No es lo mismo un escritor de ficción, un cantante de bolero, que un diputado, un intelectual de las ciencias sociales, o los llamados «Cinco Héroes». Sin embargo, excepto estos últimos, que combinan conscientemente la indiferencia con una complicidad cínica y activa con la dictadura ―y ameritan por ello un análisis particular―, en muchos otros el comportamiento descrito puede cambiar; en parte ya está ocurriendo.
En cualquier época o sociedad han existido tales actitudes. Antonio Gramsci, por ejemplo, decía odiar a los indiferentes pues «la indiferencia es el peso muerto de la historia» y es muy potente, aunque opera pasivamente. Es «la fatalidad» asumida como convicción, porque los sistemas opresivos atropellan a todos, «al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente».
Miremos hondo, sin pasiones. Los grandes cambios y las revoluciones no los protagonizan millones, sino vanguardias. En cada contexto son claves la capacidad de articulación, liderazgo, propuesta y arraigo de la(s) alternativa(s) emergente(s) en la ciudadanía. Las mayorías responden a ello con apoyos cuando la percepción de viabilidad y propuesta de futuro convencen, o cuando el cambio se consuma, casi por efecto arrastre. En Cuba ocurrió varias veces, la última en 1958-1959.
Luego vienen la puja, la traición o no a esas mayorías y la manipulación por los intereses de grupos que alcanzan el poder. En los primeros años posteriores a 1959, perdió la «contrarrevolución» ―que entonces sí era tal― y vencieron el adoctrinamiento, el caudillismo y la indiferencia. Por tanto, antes y después, la indiferencia daña al individuo y al cuerpo social, porque la política está en todo, los seres humanos somos «animales políticos».
La ciudadanía cubana, por lo general, rechaza la política porque la misma está premeditadamente tergiversada e inoculada para que el ciudadano replique el discurso oficial, que le ha sido repetido hasta el cansancio, como hicieron el fascismo y el estalinismo. Cuando se pasa demasiado tiempo en esta situación, se naturalizan los instrumentos totalitarios y sus consecuencias.
Cualquiera se sorprende al ver tantas personas que no se atreven siquiera a apoyar una denuncia sobre las condiciones infrahumanas de los presos políticos, o a solidarizarse cuando detienen arbitrariamente o maltratan a un ciudadano. Muchos prefieren reaccionar en espacios privados, con frases al estilo de: «algo habrá hecho», «es un opositor», o «cuándo se acabará esto», «si estuviera Fidel esto no pasaba». Como si no existiera suficiente información hoy de que Fidel Castro fue responsable y protagonista de más de cuatro décadas de totalitarismo; un maestro de la manipulación que logró monopolizar la información para que la gente no conociera otras realidades, ni siquiera por lecturas.
-II-
En particular, la indiferencia hacia los presos políticos y de conciencia es terrible. Se da la espalda a sus condiciones de vida inhumanas ―falta de atención médica e higiene, hacinamiento y alimentación inadecuada―, a los maltratos físicos y psicológicos y las largas condenas como castigo. También existe desinformación sobre sus expedientes y respecto a la negación de procesos justos y de los beneficios que establece la ley; lo cual permite que el Estado utilice la prisión como herramienta de control y opresión. En Cuba la desprotección del preso es total: a la indiferencia de grandes sectores, se suma la imposibilidad de observadores independientes nacionales e internacionales, para los cuáles las cárceles están vedadas.
Justo por eso el costo de la indiferencia es altísimo para la nación cubana. Urge concientizar sus consecuencias. Como ha expresado recientemente el peruano Jorge Luis Choque, es una «complicidad pasiva» que facilita la toma de decisiones por una cúpula que no rinde cuentas, favorece la represión y los males sociales, «desde la pobreza hasta la corrupción». Ni siquiera en base al miedo pueden considerarse neutrales tales actitudes. El compromiso cívico es indispensable en Cuba. Si el grupo de poder llegó hasta ahí y se mantiene, fue por nuestra aceptación o nuestra indiferencia; por tanto, o somos responsables de la solución, o somos parte del problema.
La socióloga cubana Helen Ochoa considera que, más que indiferencia, lo que prevalece hoy en Cuba es la «falta de conciencia colectiva que le dé forma a las voces aisladas que son el reclamo de la inmensa mayoría». Sin embargo, «cada día es más visible», «hay más que nunca un público que no está indiferente, sino a la defensiva». No obstante, si el vencer la indiferencia no se traduce en acciones, igualmente inmoviliza.
Las causas comunes de la indiferencia política se confirman en Cuba: desencanto político; percepción de irrelevancia respecto al involucramiento del ciudadano; sentimiento de aislamiento por la falta de apoyo o representación, y autoprotección frente al sistema. También sus características y consecuencias. Entre las primeras: desinterés y apatía; desconfianza hacia los políticos; sentimiento de impotencia y falta de conexión con las instituciones. Entre las segundas, mayor polarización, incremento de tensiones y estancamiento social.
En otros países redunda en el debilitamiento de la democracia, porque menos participación ciudadana genera menor representación y control sobre las decisiones políticas. Pero en la Isla no existen siquiera mínimos democráticos ni representación real, y mucho menos control sobre las decisiones políticas. Debemos alcanzar la democracia, luego podremos evitar que se debilite.
La indiferencia real y la fingida ―que es la más frecuente― en la ciudadanía, debe preocupar a todos los que puedan hacer algo para reducir al mínimo su proporción en una sociedad profundamente solidaria y patriótica. Las mayorías sobreviven en un contexto opresivo y fuimos millones las víctimas del totalitarismo, que impidió nos formáramos en libertad una cultura política y cívica. Muchos de los desengañados y adoctrinados, aunque ya no creen en el sistema, no se sienten en capacidad de cambiarlo. Tampoco son conscientes del costo que tiene su actitud para una sociedad que colapsa en manos de una clase política opresora, parasitaria y egoísta que está hundiendo al país.
Acaso, para unos y otros, convenga parafrasear, con el fin de adaptarla a nuestra realidad, la declaración del pastor luterano alemán Martin Niemöller, que en la postguerra se refirió al fascismo:
«Primero vinieron por los “contrarrevolucionarios” (opositores), y guardé silencio porque no era opositor. Luego vinieron por los manifestantes pacíficos y no hablé porque no era manifestante. Luego vinieron por los familiares de los presos políticos y no dije nada porque no tenía a ningún familiar mío preso. Luego vinieron por los ambientalistas y tampoco dije nada porque no soy ambientalista. Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre».
Que sirva como lección para el impulso que necesita la lucha democrática en Cuba. Al régimen, como advertencia de que ―aun con estas dificultades y su pretensión de reducir la patria a ellos, sus cómplices y los indiferentes―, su fracaso es irreversible, es cuestión de tiempo. No olviden que «los héroes nacen de la indiferencia humana ante el sufrimiento ajeno».
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.