Perimenopausia en apagón
En Facebook hay un montón de perfiles y grupos con consejos para las mujeres en perimenopausia. Algunos parecen muy serios y son hasta simpáticos, hay otros, en cambio, que parecen hablar del fin de los tiempos y dan ganas de salir corriendo a pedir la eutanasia.
Es que la perimenopausia se las trae. Las «pericomadres», como alguien les llama en sus posts, nos enfrentamos a un sinnúmero de síntomas raros y desconcertantes. Yo, lo confieso, solo había oído hablar de calores y sofocos y, por supuesto, de la irregularidad del ciclo menstrual. De la niebla mental, por ejemplo, nunca había escuchado ni pío. En mi caso, por cierto, no es una neblinita cualquiera, no, es algo enmarañado, casi tan denso como la hiedra que cubría el castillo de la Bella Durmiente o la baba verde de los espectros en «Cazafantasmas», la película que, vaya ironía, vimos siendo adolescentes las perimenopáusicas de hoy.
En Facebook, les decía, desde algunos perfiles nos ayudan a entender el asunto, sin embargo, ninguno, absolutamente ninguno, habla de cómo sobrevivir a la perimenopausia en apagón. Y no los puede haber, claro, a no ser que los haga alguna de las sufridas mujeres cubanas mayores de treintaicinco años. Sí, ese proceso comienza más o menos a esa edad, lo que los síntomas van apareciendo poco a poco.
No es de eso de lo que les voy a hablar, pues no soy médico, ni este espacio es para eso. Quiero llamar la atención sobre las tantísimas cubanas que atravesamos en Cuba un momento complejo de nuestra existencia prácticamente solas, sin información suficiente y mucho menos suplementos, y, vaya detalle, en medio de una severísima crisis sistémica.
Sé que a muchos les puedo parecer temeraria: el asunto no se suele tratar en el espacio público, ni casi nadie declara que lo está viviendo. Parece reservado para la intimidad, se conversa entre contemporáneas frente a los asustados ojos de las más jóvenes, o frente a la mirada comprensiva de las mayores.
¿Existe algún programa sanitario para «el acompañamiento» —como se dice ahora— de las mujeres en ese rango etario? ¿La familia está al tanto de los cambios que su «nave capitana» está experimentando? ¿El asunto se conversa con seriedad? ¿Prevalecen aún muchos prejuicios asociados a algo que es, a fin de cuentas, tan normal como la salida y la puesta del sol, por poner un caso, o como el ciclo del agua?
Pensemos por demás que en los hogares cubanos la mujer suele tener sobre sus espaldas una carga enorme, además de las responsabilidades en el espacio público, acrecentadas con los años; y que, por lo regular, también es cuidadora: el envejecimiento poblacional implica, entre otras cosas, que una amplísima cantidad de personas, aún en edad laboral, debamos atender a nuestros mayores.
El otro gran asunto: el proceso, de por sí complejo, en las circunstancias de la Cuba de hoy. El perpetuo apagón en que transcurre nuestra vida, la precariedad absoluta de la existencia, la alimentación inadecuada, la total ausencia de suplementos que ayuden a balancear los cambios metabólicos, los altísimos niveles de estrés, por solo mencionar unos pocos ítems, complican aún más el panorama, tanto que ni nos damos cuenta.
Sí, estamos tan enredadas en nuestro sempiterno juego al gato y al ratón con la corriente, haciendo malabares con el dinero, inventando en la cocina, encendiendo carbón, atendiendo a otros (sean hijos, nietos, padres, esposos…) que apenas reparamos en nosotras. Si estamos muy cansadas, más de lo normal, es porque, imagínate —nos decimos—, no paramos en todo el día o apenas hemos tomado café; si la piel ya no luce igual de radiante culpamos al sol que cogimos en una cola o en la larga caminata para conseguir esto o lo otro; o a que no podemos gastar en crema el dinero del yogur de los muchachos (podemos, a lo sumo, coger una embarradura de yogur y pasárnosla por la cara…) O se lo achacamos a «los años», sin muchas especificaciones. Si nos duelen los pies o sentimos calambres es porque estuvimos de pie mucho rato o porque los zapatos ya tienen las suelas gastadas… O por los años, «que ya empiezan a pesar».
Todo eso es verdad; pero no es toda la verdad. O, mejor dicho, son elementos que refuerzan un malestar que es fisiológico, y también viceversa: que las hormonas, ya de por sí soliviantadas, tienen todas las condiciones para el «alebrestamiento» absoluto. Los calores, el más popular de los síntomas, se incrementan por las altísimas temperaturas, el barco de petróleo que no llega, la deuda con el Club de París y el polvo del Sahara... Esos también son hechos, nos decimos abanico en mano, molestas hasta el punto de proferir una palabrota mientras los estrógenos bailan zamba al ritmo de la progesterona, o tal vez al revés, vaya usted a saber. También puede ser que lo que resuene en nuestro interior sea la marcha fúnebre, y ni salir de la cama queramos en ciertos días...
Me pregunto si existen estudios en Cuba sobre la manera en que encaramos un proceso que sí, es fisiológico, pero cuidado, marca un antes y un después en nuestras vidas. Aunque el embarazo también es un proceso natural, tildaríamos de loca a quien decida asumirlo a su cuenta y riesgo, sin consejo médico alguno, o dar a luz a la vera de un camino o en su propia cama. ¿Por qué, en cambio, otros procesos deben transcurrir en la más absoluta soledad? Los embarazos suelen ser vigilados, y hasta hace unos años existía un programa que nos cogía de la mano y nos llevaba a hacernos periódicamente la prueba citológica, ¿y ahora? (Abro paréntesis: ¿cuál es la incidencia actual del cáncer cérvico-uterino y de otras afecciones ginecológicas, asociadas o no a ITS? Acabo de descubrir que el Plan de Acción del Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres contempla como sexta área «de especial atención» la salud sexual y reproductiva. ¿En qué se traduce eso en la práctica? ¿Se ha previsto algún programa que vele por nosotras una vez que nuestra función reproductiva va llegando a su fin? Cierro el paréntesis casi segura de la respuesta.)
Respecto a los suplementos, alguien tal vez pueda pensar que la industria farmacéutica usa el desasosiego femenino para hacer dinero. Como tampoco es mi área, voy a guiarme simplemente por el sentido común. Supongamos que haya algo de verdad en eso, aun así, deberíamos tener el derecho a saber de su existencia y características, tenerlos a mano y elegir si usarlos o no, cuáles usar y cuáles evitar, en función, por supuesto, de sus riesgos y beneficios. Ahora sí se me voló la cafetera, pensarán ustedes: en un país donde no hay ni duralgina, ¿va a haber suplementos nutricionales destinados a las mujeres de «cierta edad»? Y si los hubiera en el mercado negro, los de un mes costarían el salario de un año.
También pesan muchas variables de índole cultural, en las que prefiero por ahora no meterme. Antes del cierre, una observación, una solita: nuestros contemporáneos masculinos también están viviendo lo suyo, y en su caso, el machismo (y ahora sí que me metí en camisa de once varas) ni siquiera permite nombrarlo.
Debo poner punto final por otro motivo, y este sí escalofriante: tal vez en cualquier momento me quede en blanco y no recuerde de qué les estaba hablando… Así de «graciosa» es la cosa.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.