El «Programa de Gobierno» cubano: entre la retórica agotada y la ausencia de soluciones reales
Hace unos días se presentó el llamado Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía. Fue aprobado por todas las instancias del poder político en Cuba, lo que le otorga —al menos en teoría— un carácter estratégico y nacional. Sin embargo, al examinarlo detenidamente, el entusiasmo se disipa y aflora una realidad inquietante: lejos de ser una hoja de ruta para superar la crisis, el documento es una colección de frases aspiracionales y métricas descontextualizadas, sin metodología, sin prioridades claras, sin recursos y sin la más mínima señal de un rumbo nuevo.
Más que un programa económico, parece un ejercicio burocrático. Contiene cientos de «acciones» que no son tales, metas que no explican cómo se alcanzarán y objetivos sin plazos responsables y discernibles. En la práctica, es otra reiteración del estilo administrativo que ha marcado la política económica cubana durante décadas: mucho control, abundante retórica y escasa capacidad de transformación.
Lo más preocupante es que este texto nace en el peor momento económico y social del país desde los años noventa. La economía está estancada, la producción nacional se derrumba, la inflación erosiona día a día el ingreso real, la moneda pierde valor frente a las divisas (aunque momentáneamente se reponga), el sector agropecuario apenas responde, el sistema energético continúa en crisis y el turismo no logra repuntar. A ello se suman la emigración masiva, el envejecimiento demográfico y el deterioro visible de servicios esenciales como la salud y la educación. La pobreza crece, las desigualdades se amplían y la desesperanza se extiende, sobre todo entre los jóvenes. En este contexto, el país necesitaba un programa serio, capaz de reconocer los problemas con honestidad y ofrecer soluciones concretas. El documento oficial no lo hace.
La explicación de esta insuficiencia no es solo técnica ―aunque también―, sino política e institucional. El modelo económico cubano sigue atrapado en una visión centralizada y desconfiada hacia la iniciativa privada, la competencia y el mercado. La supuesta planificación se emplea no para orientar, sino para controlar; la regulación se entiende como fiscalización permanente, no como garantía de transparencia y equidad; la política pública se reduce a administrar escasez, no a promover producción; y las reformas estructurales se eluden sistemáticamente por temor a perder poder antes que por temor a fracasar, porque fracasos es lo que han existido desde hace décadas. Una economía moderna no puede funcionar así.
Un verdadero programa de recuperación debería partir del diagnóstico sólido de la situación actual y asumir que la economía cubana necesita cambios institucionales y legales de fondo. No basta con modificar normas operativas ni perfeccionar mecanismos existentes; es imprescindible desmontar las barreras que impiden producir, innovar, invertir y competir. El país necesita mercados regulados, no administrados; necesita garantías de propiedad y seguridad jurídica para atraer capital; necesita un sistema financiero funcional y un banco central independiente; y necesita abrir espacio a la iniciativa privada, tanto nacional como extranjera, para reconstruir su base productiva, generar empleo y ofrecer oportunidades de vida digna a los cubanos.
Las soluciones económicas tampoco serán efectivas sin transformaciones políticas e institucionales que devuelvan el protagonismo a la ciudadanía, garanticen pluralismo y creen mecanismos efectivos de control democrático. La Constitución vigente no asegura la soberanía popular ni las libertades que dice reconocer; restringe el debate y la participación real de la ciudadanía en la toma de decisiones; y convierte cualquier reforma profunda en un desafío político, porque impone a toda costa un sistema autoritario de partido único. Discutir el futuro económico exige discutir también el marco institucional que lo condiciona.
No se trata de abandonar la protección social ni de renunciar al ideal de justicia sometidos a las relaciones de mercado. Al contrario, una política social fuerte solo puede sostenerse sobre una economía que crece, produce y recauda recursos suficientes. Proteger a la población en estado de pobreza y reducir las brechas debe ser un objetivo irrenunciable de una política económica centrada en los seres humanos que componen la sociedad, pero el asistencialismo limitado y la propaganda no sustituyen los servicios públicos sólidos ni la generación de oportunidades reales. La superación de la crisis es condición «sine qua non» debe ir de la mano de la lucha contra la pobreza.
Cuba necesita un debate plural, instituciones abiertas y confianza en la capacidad de su gente. El país tiene recursos humanos excepcionales dentro y fuera de sus fronteras, un acervo profesional notable y una sociedad dispuesta a trabajar y prosperar si se le permite hacerlo. Lo que falta no es talento ni voluntad, sino un marco que libere ese potencial y deje atrás el inmovilismo.
El llamado «Programa de Gobierno» debió ser un punto de inflexión. Podría haber sido el documento que reconociera los límites del modelo vigente y abriera la puerta a una transición responsable hacia una economía mixta, productiva y equitativa. Pero no lo es. Es otro síntoma de una dirigencia que aún prefiere la retórica al análisis, el control a la eficiencia y la preservación del poder a la construcción del futuro.
Sin embargo, el debate necesario no desaparece porque el gobierno lo eluda. Cuba no puede permitirse seguir postergando decisiones fundamentales. La urgencia de un proyecto económico serio y democrático no proviene de la teoría ni de la ideología: proviene de la realidad diaria de millones de cubanos.
Una nación no se reconstruye con listas de deseos, sino con visión, valentía y capacidad para cambiar cuando las circunstancias lo exigen. Es hora de que Cuba mire de frente su crisis y apueste, de una vez, por un camino que permita producir, prosperar y vivir con dignidad.
En el interés de aportar a un asunto de vital importancia para la nación, he realizado un análisis más detallado del Programa del gobierno cubano y propongo algunas ideas para el debate sobre las medidas necesarias. El mismo puede ser descargado aquí:
Crítica al «Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía»
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Imagen principal: Victoria Blanco / CXC.