MAYDAY, MAYDAY: Crónica del descenso forzoso del modelo educativo cubano (1980–2025)
En los años 80, el sistema educativo cubano surcaba los cielos del socialismo con la elegancia de un Tupolev sobre la Plaza de la Revolución. Era el niño mimado de la propaganda oficial, el modelo que hacía palidecer a educadores del mundo entero. Pero como buen avión ideológico, terminó atrapado en su propio mito, sin plan de vuelo actualizado y con turbulencias estructurales que ni el marxismo-leninismo más ortodoxo pudo estabilizar.
Los 80: entre el orgullo nacional y el murmullo de las fisuras
Durante esa década, Cuba exhibía cifras dignas de ovación internacional: escolarización universal, paridad de género en las aulas, y un índice de alfabetización que hacía temblar a más de un ministro en América Latina. Lavinia Gasperini elogió estas conquistas como parte de un experimento educativo sin precedentes.
Pero ya entonces el barniz tenía grietas. El sistema seguía anclado en un enfoque conductista y una centralización curricular tan férrea que no dejaba espacio para el pensamiento crítico, como documentaron Carnoy y Marshall (2005). Mientras el mundo ensayaba pedagogías más dialógicas, en Cuba el aula continuaba siendo una extensión del podio político. Y en las zonas rurales, el déficit docente alcanzaba el 20%, una señal de alarma que se prefería silenciar con medallas.
En 1986 el gobierno anunció el «Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas». El nombre prometía cirugía; la práctica ofreció vendas mojadas. Para el ámbito pedagógico sería mucho peor.
El Período Especial: educar entre apagones y colas
La década de los 90, con la caída del bloque socialista, fue una especie de apocalipsis lento. El Período Especial convirtió las escuelas en trincheras, donde maestros y alumnos compartían no solo libros, sino hambre y apagones. Torres (2019) estima que la deserción docente en las provincias orientales alcanzó un 8% anual, mientras que muchos profesores migraron al turismo o al mercado informal en busca de sobrevivencia. (1)
El currículo, por su parte, seguía siendo un catecismo ideológico, inmune a las urgencias sociales y existenciales de sus alumnos. Pero algo nuevo germinaba: los jóvenes empezaban a cuestionar. En silencio al principio. Con rabia contenida.
Rectificar sin rectificar: tecnologías lentas y pedagogías fósiles
El inicio de los años 2000 trajo consigo varias campañas y programas sociales que, a largo plazo, resultarían costosos fracasos: la Batalla de Ideas, la Revolución Energética o el Programa de Profesores Emergentes para Secundaria Básica.
Esta última fue una las medidas más polémicas: jóvenes recién graduados como «Profesores Generales Integrales» que, sin preparación adecuada, eran lanzados al aula como salvavidas humanos. En este contexto, una misma persona podía enseñar matemáticas, historia y educación física —a veces sin dominar ninguna de las tres.
La paradoja era cruel: se pretendía reforzar la educación con personas menos formadas que sus alumnos. Como documentan Domínguez y Díaz-Briquets (2004), la falta de perspectiva profesional real empujó a muchos estudiantes a abandonar el aula por el trabajo informal, vaciando aún más las escuelas. (2)
En la mayoría de los países de la región, el siglo XXI llegó con pizarras digitales, robótica y conexión global. En Cuba, llegó con paciencia. Según la UNESCO (2015), en 2015 apenas el 12.7% de las instituciones educativas tenía acceso regular a internet. Y cuando lo había, era sumamente lento.
Esto no solo afectaba el aprendizaje de los estudiantes, sino también la formación de los docentes, que seguían usando métodos obsoletos por falta de recursos y actualización. Sin embargo, el internet, a pesar de sus precariedades, abrió ventanas. Las redes sociales empezaron a resquebrajar el blindaje ideológico y la juventud comenzó a organizarse por fuera de los canales oficiales.
Mientras tanto, los datos oficiales mostraban una hemorragia sostenida: entre 2008 y 2016, se perdieron más de 21.000 docentes (El Nuevo Herald, 2017). Y la tendencia siguió cuesta abajo: en 2018, el déficit era de 10.000 profesores (IPS Cuba, 2018); en 2023 ya alcanzaba los 17.278 (CiberCuba, 2023); y para el curso 2024–2025, el Ministerio de Educación reconoció que existían 24.000 plazas sin cubrir, de las cuales solo la mitad pudo ser compensada con jubilados o personal provisional.
Juventud contra currículo: el aula como campo de batalla simbólico
A lo largo de estas décadas, el aula dejó de ser un espacio de formación ciudadana para convertirse en campo de tensión entre la narrativa oficial y la experiencia real. El Maleconazo de 1994 (Domínguez y Díaz-Briquets, 2004), protagonizado por jóvenes y sectores marginales, fue el primer estallido visible. No fue una revuelta organizada, pero sí un síntoma de hartazgo colectivo frente a un Estado que prometía revolución y ofrecía apagones.
Luego vino el 11J en 2021. Esta vez, los reclamos no eran solo por pan, sino por libertad de expresión, asociación y pensamiento plural. Jóvenes organizados en redes digitales articulaban una crítica que ya no cabía en el aula ni en el mural de «efemérides» (Hernández, 2021). (3) Y lo hicieron usando las herramientas que el propio sistema educativo les brindó: análisis histórico, discurso cívico, capacidad crítica.
En 2024, con el llamado «paquetazo digital» de ETECSA, la confrontación se trasladó al espacio virtual. La juventud, convertida en ejército de hashtags y foros, denunció la disonancia entre la promesa de «informatización de la sociedad» y la realidad de un país donde conectarse continúa siendo un lujo vigilado (Instituto de Estudios Cubanos, 2023). (4)
Estas tres oleadas —1994, 2021 y 2024— configuran una ruptura simbólica con el currículo estatal. Un currículo que insiste en moldear al ciudadano obediente, pero que produce —sin querer— sujetos críticos, escépticos, y, sobre todo, dispuestos a decir: basta.
Hoy, la educación en Cuba es reflejo del país: agrietada, resiliente, contradictoria. Un sistema que quiso formar ciudadanos ejemplares y acabó forjando disidentes lúcidos. Y quizás —solo quizás— ahí radique su último gesto de éxito involuntario: enseñó tanto a obedecer como a pensar, y de ese doble filo nació la posibilidad de otro futuro.
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(1) Torres, R. M. (2019). Education in Cuba: 1959–2019. Comparative Education Review, 63(3), 456–472.
(2) Domínguez, J. I., & Díaz-Briquets, S. (2004). The Cuban Exodus of the 1990s: Causes, Costs, and Consequences. Institute for Cuban and Cuban-American Studies.
(3) Hernández, R. (2021, 15 de julio). El 11J y la ruptura generacional en Cuba. Revista Temas. https://revistatemascuba.org
(4) Instituto de Estudios Cubanos. (2023). Transformaciones sociales y educativas en Cuba: 2020–2023. La Habana: IEC Press.
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.