Origen del Ballet Nacional de Cuba: Rompiendo el silencio

El pasado 20 de octubre se celebró en Cuba el día de la Cultura Nacional y la fecha me hizo meditar en la pertinencia de esclarecer un asunto mal contado, de interés justamente para la cultura del país. Es una historia que se ha venido arrastrando desde finales del siglo pasado sin el esclarecimiento necesario y oportuno.

Desconocer ciertos acontecimientos que forman parte de la historia, en el mejor de los casos, puede ser una manifestación de ignorancia por parte de los que lo hacen. Distorsionarlos es un hecho vergonzoso y debiera ser punible, porque tras ello puede haber muchas razones, y ninguna resulta admisible.

A veces, además, callar la verdad de manera consciente es una actitud realmente indigna, pues tras el silencio también puede haber muchas razones penosas, u otras difíciles de explicar. Y resulta que yo también soy culpable de esa última actitud.

Llevo más de cuarenta años luchando por esclarecer hechos de la segunda mitad del siglo pasado que me conciernen de manera directa de una forma u otra. Desde entonces arrastro las consecuencias de esa determinación, aunque sienta que ha merecido la pena por la búsqueda de la verdad histórica y el respeto que me debo por haberlo intentado. Sin embargo, cada día me convenzo de que no ha sido abarcador el intento de sacar a la luz acontecimientos de aquella época.

Para hacer corta una historia larga: me refiero a la lucha por defender la honestidad cuestionada de Aureliano Sánchez Arango y su quehacer durante el período en que fungió como Ministro de Educación del gobierno de Carlos Prío (1948-1952).

Uno de los hechos que no he intentado esclarecer antes se vincula a un acontecimiento que sistemáticamente se celebra en Cuba, y siempre de la misma forma: el acto de desagravio de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) a Alicia Alonso porque el Gobierno de Fulgencio Batista, en la persona  de Zendeguí, funcionario del déspota, la despojara de la subvención gubernamental que recibía desde 1951. Esto ocurrió en 1956 y se conmemora sin faltar a la verdad, pero —como resulta muchas veces en nuestra querida Patria—, con el silencio oficial que no aclara cuándo y quiénes habían otorgado la referida subvención.

Nadie en Cuba que sea menor de ochenta años conoce dicho acontecimiento como históricamente sucedió, y esa falta de un trozo de la verdad se produce por la forma irracional con que se han enfrentado los asuntos históricos y culturales desde 1959 a la fecha. O sea, la historia anterior a ese momento trascendental ha sido modificada, distorsionada o silenciada en dependencia de intereses posteriores, y se llegó al punto de desconocer a personas que actuaron de manera positiva, virtuosa o simplemente beneficiosa para el desarrollo del país, no importa si esto ha sido en la esfera política, científica, cultural u otras.

Se han borrado hechos heroicos, modificado fotografías y nombres solo con el objetivo de eliminar de la memoria de la Nación a individuos que, luego de los primeros momentos de conquistado el poder por parte de los combatientes de la Sierra, se opusieron a la línea que asumió el gobierno al acercarse cada vez más a la URSS, hasta llegar a declararse socialista. O sea, por razones anti históricas deplorables, desaparecieron o modificaron los acontecimientos en que estuvieron involucradas determinadas personas, para esfumarlas de manera precisa y consciente, o las llevaron al descrédito de sus vidas y acciones. Y esto se plasmó así desde los textos escolares de primaria hasta los de enseñanza universitaria.

Igual ocurrió al sumar méritos falsos o interpretaciones positivas que justificaban las actitudes de aquellos que ahora resultaban pilares de la nueva situación (todos sabemos quiénes eran)  pero que no congeniaron casi hasta vísperas de la victoria, con los ideales de lucha contra la dictadura de Batista en la que numerosos jóvenes se jugaban la existencia, y donde muchos la perdieron.

Voy a referirme, no al acto de desagravio al que hice referencia, sino al origen de  esa subvención al Ballet de Alicia Alonso, silenciado y distorsionado, que a veces parece que le fuera otorgado por voluntad divina o por la FEU de entonces.

Desde mi infancia, el nombre de Alicia Alonso me acompañó con la admiración y el respeto que esa artista merecía. Mi familia así lo consideró desde los primeros pasos de la excepcional bailarina y de la obra a la que luego dedicó su vida: el ballet. De los miembros de la familia merece mención especial el nombre de Delia Echeverría, desconocida en todas las actividades referidas hasta ahora. Y fue a ella en buena lid, y no a la FEU, a quien se debió el interés mostrado por el ministro de Educación de entonces ante talento y trayectoria de la artista.

En el público ante una presentación del Ballet Alicia Alonso, los venezolanos Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt, junto a Aureliano Sánchez Arango y su esposa.

La relación de Aureliano con el desarrollo del Ballet de Alicia Alonso fue para mí un hecho normal, parte incuestionable de su trabajo. La forma en que intentó apoyar ese proyecto solo tuvo como límites los escasos recursos con que contaba su institución. Sin embargo, ello no impidió que desde 1949, a pocos meses de fundada la compañía, integrara y dirigiera el Patronato del Ballet Alicia Alonso, conformado por intelectuales, artistas y promotores del arte con el objetivo de respaldar en lo posible un esfuerzo tan valioso. Fueron varios los intentos realizados hasta que logró materializar la asignación de una subvención para que tuviera también algún respaldo económico.

Miembros del Patronato del Ballet Alicia Alonso dibujados por Conrado Massaguer: Valdés Rodríguez, Aureliano Sánchez Arango, Susana Montori, Delia Echeverría de Moret, Luis Amado Blanco, Ena Moriño, Laura Raynieri de Alonso, Dr. Chediak, Ivette Hernández y Manolo Corrales.

Tengo en mi poder la resolución oficial del Ministerio de Educación, fechada el 30 de septiembre de 1951 y firmada por él, en la que se otorgaba la mencionada contribución monetaria; varios programas donde aparece su nombre en apoyo a determinadas funciones del Ballet; incluso, conservo la entrevista que concediera la propia Alicia a Manolo Ortega en la televisión cubana, en la cual agradeció el respaldo de Aureliano, no solo a su compañía sino también a la Orquesta Filarmónica, razón por la que anunció la presentación de ambas instituciones en la Plaza de la Catedral para reconocer el hecho.

Nótese que la fecha de la referida entrevista, 12 de mayo de 1951, es previa a la firma de la subvención, o sea, la bailarina estaba reconociendo todo el apoyo anterior recibido por la compañía, que no fueron únicamente los 40 000 pesos asignados.

Razones me sobran para haber hablado antes de la participación de Sánchez Arango como ministro, pero he intentado tener paciencia y esperar a que algún día se reconociera que no se trataba solo de «la gestión de la FEU y el favor del entonces ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango» que se logró la pequeña ayuda que pudo brindar aquel Ministerio, que no era dueño de los destinos del pueblo y los dineros de todo el país para dedicarlo a lo que consideraba mejor para el desarrollo del mismo.

¿Y por qué hacer ahora estas aclaraciones, que solo sirven para enriquecer el conocimiento de la historia del desarrollo cultural del país que comenzó en realidad hace varios siglos?

Pues porque el 20 de octubre, en el programa televisivo Al Mediodía, un señor que habló en representación del Ballet Nacional de Cuba, tuvo la desvergüenza de afirmar que en época de la fundación del mismo no había habido apoyo gubernamental alguno, ya que los funcionarios se dedicaban a robar y llenarse los bolsillos con el dinero del pueblo. Palabras más, palabras menos, ese fue el sentido.

O sea, ahora se llegó al punto de considerar que no solo era una insignificante ayuda miserable (no sé por qué se molestaron cuando se la quitaron ni por qué se hicieron actos de desagravio si no era prácticamente nada), sino que los gobernantes ni se ocuparon del asunto porque «estaban robando el dinero del pueblo». Y ese funcionario, evidentemente, era Aureliano Sánchez Arango, a quien como ministro de Educación le correspondía atender la actividad dentro del gobierno. Creo que hasta este momento era admisible el silencio que yo misma me impuse, aunque tal vez no debí asumir nunca tal actitud. Pero ya no más.

Un reconocimiento final al Museo de la Danza y una información al señor que, a nombre del Ballet, intervino en la televisión: gracias al aporte del Museo tengo copias de los documentos que me permiten demostrar todo lo que expongo. A la persona que propagó tales afirmaciones e hizo gala de su ignorancia, debo aclararle asimismo que estaba manchando también el nombre de Raúl Roa García, que en aquellos tiempos estaba al frente la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación.

Deben disculparme una última información no anunciada: Para aquellos que no lo sepan, Aureliano Sánchez Arango es mi padre.

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Imagen principal: Opera World.

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