Egoísmo
—Ayer tuve un sueño…
—¿A qué bloque perteneces?
—¿Eso qué importa? Todos los bloques están bloqueados. El gobierno de Estados Unidos, en su obsesión contra Cuba, desconecta los circuitos con precisión milimétrica para que después les echemos la culpa de los apagones a Canel y sus muchachos, que no duermen de tanto pensar en nosotros.
—Tu onirismo tuvo que ver seguramente con ese futuro espléndido en que el sol saldrá para todos porque estará funcionando la totalidad de los parques solares donados por los chinos.
—Imagínate que se presentó en mi subconsciente la imagen de Ramiro, del ministro de Energía y Minas, del jefe de Electricidad del organismo y hasta de Bernardo Espinosa encerrados en una misma celda…
—¿Del Combinado del Este?
—No, chico, fotovoltaica.
—Ya me extrañaba. Ninguno de ellos tiene causas ni motivos pendientes para recibir ese trato.
—Eran sometidos a una tortura extremadamente cruel.
—Les daban electroshocks.
—Se los prometían para cuando volviera la corriente. Ellos rezaban por que ese bloque se mantuviera apagado durante días, como normalmente ocurre con una desconexión total.
—Deben estar llevándote muy recio cuando sueñas algo así.
—Para que tú veas, me brindan como promedio quince horas de fluido, mira si soy dichoso. La única lógica que le veo a esa pesadilla fue leer (tú me perdonas) el Tribuna de La Habana.
—¿Algo en específico?
—Un artículo titulado «Una experiencia inolvidable en el camino de la luz».
—¿Pasó algo en la carretera que conduce a la Guiteras?
—No. La periodista abre expresando: «El mundo se vino abajo…».
—¿Logró funcionar esa termoeléctrica más de una semana?
—La tienes cogida con nuestro bloque más eficiente. Ella dice eso porque, cosa rara, se le fue la luz y tuvo que cerrar su computadora cuando «acababa de colocar en el refrigerador unas libras de pollo al precio altísimo que actualmente hay en el mercado». Tiene que estar carísima esa ave cuando le cobraron nada más que por meterla en el frío. Agrega que se quedó «en silencio». «No sería la primera vez, pero sí tenía la certeza de que la respuesta sería más rápida».
—La respuesta del Gobierno para bajar el precio de la libra.
—Para devolver la corriente. Qué optimismo, chico: te quitan la electricidad, te enteras de que el apagón es general…
—…y le bajas los grados a cabo raso.
—Eso. Oye lo que agrega: «me sentí apenada, egoísta cuando en el noticiero estelar de la televisión vi un reportaje de Talía González sobre la experiencia de quienes laboran en las diferentes termoeléctricas y plantas de generación de electricidad del país, y señalaba como ejemplo uno de esos colectivos con alta responsabilidad», de los que «son la fortaleza del sistema eléctrico nacional».
—A ver si entiendo: la fortaleza no son las termoeléctricas y plantas de generación, sino quienes cantan «Alánimo, alánimo, la fuente se rompió, alánimo, alánimo, mandarla a componer, UNE urí urá…».
—Algo así. Alega la corresponsal desde su púlpito capitalino: «Pero… la sangre recorrió mi cuerpo con mayor velocidad cuando atestiguaban que habían trabajado veinticuatro horas seguidas y aún estaban ahí».
—¡¿Y no le hierve el torrente sanguíneo cuando se entera de que hay gente sin electricidad por treinta y dos y hasta más horas, y todavía están… aquí?!
—Recuerda que posee glóbulos rojos. «Por supuesto, mi pollo no se echó a perder gracias a esos colectivos de la electricidad», es la conclusión complaciente que saca.
—Del congelador.
—De la computadora. Lamentablemente pudo encenderla de nuevo.
—Una cosa es que una periodista fantasee con la posibilidad de sacrificar su raciocinio antes que unas postas de pollo que se le echan a perder, y otra que coloques a esos pobres compañeros en la disyuntiva de ser juzgados por la historia tras el descomunal esfuerzo que hacen.
—Es que el final del artículo me electrocutó el alma: «Y me dije: ¡que egoísta!, solo pensaste en la comida perdida y el dinero. Ellos tienen los mismos problemas, a lo mejor una familia numerosa, y lo dejaron todo para emprender nuevamente el camino de la luz».
—Un camino obstruido por millones de gallinas.
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Caricatura: Wimar Verdecia / CXC.