¿Tienen algo que celebrar los trabajadores en Cuba?

Cada 1ero de mayo, el régimen cubano pretende convertir las calles del país en un escenario de celebración coreografiada. Pancartas, discursos y marchas intentan proyectar al mundo la imagen de una clase trabajadora empoderada, agradecida y unida en torno al Partido/Gobierno. No obstante, tras del ritual oficialista caben las siguientes preguntas: ¿tienen algo que celebrar los trabajadores cubanos? ¿Puede hablarse de «dignidad laboral» en una nación donde el trabajo está cada vez más despojado de derechos?

Los mecanismos reales de participación de los trabajadores están ausentes o, peor aún, fueron sustituidos desde el inicio del proceso por estructuras que simulan representación sin ofrecer control. Las antiguas asambleas de trabajadores han sido desplazadas por asambleas de representantes que responden, en última instancia, a los intereses de las administraciones, no a los colectivos laborales. 

Si bien la Constitución de 2019 establece en su Artículo 20: «los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía», tampoco dicho artículo ha sido habilitado mediante una legislación complementaria. Jamás ha existido en Cuba, un sistema que se dice socialista, una verdadera democracia laboral; resultado indudable de la inexistente democracia política.

Por otra parte, el derecho a la huelga, piedra angular de la defensa obrera en cualquier sociedad democrática, está criminalizado en Cuba. No solo no existe un marco legal que lo ampare, sino que ejercerlo puede implicar sanciones penales. Mientras tanto, los convenios internacionales firmados por el Estado —incluidos los de la OIT— son ignorados sistemáticamente. En un país donde no hay sindicatos independientes ni instancias laborales autónomas, el trabajador está solo frente al poder que lo emplea, lo vigila y lo castiga.

El caso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) es paradigmático. Lejos de representar genuinamente a la clase obrera, esta estructura, caracterizada por una burocracia sindical parasitaria e inepta que consume recursos sin ofrecer soluciones, responde a las orientaciones del Partido Comunista y, por tanto, a los intereses del aparato estatal y empresarial. En su XXI Congreso, celebrado en 2018, la CTC prometió debatir la necesaria actualización salarial. No lo hizo entonces. Tampoco reaccionó en 2021, cuando la Tarea Ordenamiento deprimió, como nunca antes, los salarios reales de millones de trabajadores y, con ello, su capacidad adquisitiva y sus ya bajos niveles de vida.

La realidad cotidiana del trabajador cubano habla por sí sola. Desde 2009, los comedores obreros fueron cerrados masivamente —unos 24.000—, dejando sin almuerzo subsidiado a más de 3,5 millones de personas. La jubilación se ha postergado cinco años más para hombres y mujeres. Las pensiones no alcanzan para cubrir las necesidades básicas. El transporte laboral se tornó una carga económica individual, y las condiciones en los centros de trabajo, especialmente en los sectores de la salud, el comercio y la muy escasa industria, rozan la ruina, pues superan lo precario.

En sectores estratégicos como el turismo, mayoritariamente parte de la economía militar, los trabajadores, con categoría de «civiles de las FAR», carecen de protección ante abusos y explotación, puesto que no tienen acceso a los órganos de justicia laboral. Quienes son enviados a misiones en el extranjero —médicos, técnicos, enfermeros, profesores, especialistas— lo hacen bajo un sistema que les retiene el pasaporte, les confisca gran parte del salario y los expone a entornos de riesgo sin garantías de seguridad.

La precariedad es norma: salarios impagados, colas interminables para cobrar, bancos sin liquidez, y una moneda nacional que no sirve para adquirir productos básicos, pues casi todo se comercializa en MLC o en divisas. Trabajar en Cuba es resistir a la pobreza, no progresar. Las aulas están llenas, pero los maestros están exhaustos, mal pagados, sin recursos y sin reconocimiento. Quien alza la voz, pierde su empleo. Quien disiente, es excluido.

Los más jóvenes enfrentan un futuro sin certezas ni esperanzas. Ya no hay empleo garantizado para los graduados universitarios. Al contrario: hay incertidumbre, migración forzada, y frustración creciente.

Entonces, es claro que los trabajadores cubanos no tienen razones para celebrar este 1ro. de Mayo. Solo si confundimos desfile con dignidad, o propaganda con derechos. En Cuba, el Día Internacional de los Trabajadores no es un momento para festejar conquista social alguna, sino una puesta en escena. Que la participación real sustituya a la simulación, que el derecho reemplace al castigo, y que la representación auténtica desplace a la subordinación, para que esa fecha recobre su significado y deje de ser un acto vergonzoso y falaz.

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Imagen principal: Ramón Espinosa / AP.

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