La Cuba profunda bajo el manto del «Viejo»
En el Rincón, poblado próximo a Santiago de las Vegas, a diecisiete kilómetros de La Habana, se encuentra ubicado el santuario de uno de los santos más venerados en Cuba: san Lázaro. Al decir de Laciel Zamora, «es para los habaneros, lo que El Cobre para los santiagueros: la suprema exaltación de la religiosidad popular» (p. 180).
Nacido en el siglo XVI como parte de las distribuciones de tierras, no fue hasta mediados del XIX que cobra importancia económica debido a la introducción del ferrocarril en la región, articulado al cultivo del tabaco por la población canaria, principal componente étnico del lugar. Sin embargo, no será hasta 1917 que se construyen las edificaciones que le darían fama y notoriedad al sitio: la iglesia de san Lázaro y la Casa Hospital para los enfermos de lepra. A partir de entonces, ha sido espacio memorable para peregrinos y devotos de ese santo, protector de epidemias y enfermedades de la piel.
Peregrinar al Rincón es observar de primera mano las creencias más arraigadas de la Cuba profunda, donde se gesta una de las evidencias más originales y típicas de nuestra identidad como nación: la religiosidad popular, un cuerpo amorfo de credos sin pertenencia a ningún cuerpo litúrgico específico, que se nutre de todos y con todos comulga, y que es la forma espiritual más arraigada y extendida dentro del panorama religioso cubano.
Alimentada desde varias fuentes: las creencias católicas cristianas y las múltiples de diversos orígenes, con raíces africanas de un lado, e hispanas de otro, constituye la manera en que se externaliza la subjetividad religiosa de los cubanos y cubanas. El culto o devoción a san Lázaro resume mucho de esas maneras dispersas que encuentra la espiritualidad religiosa en Cuba para realizarse.
Un santuario para dos San Lázaros; uno solo en el corazón de Cuba
Lázaro fue un amigo de Cristo a quien este prodigó uno de sus mayores milagros: la resurrección. Se cuenta en los evangelios que, luego de la crucifixión de Jesús, huyeron a Europa y quedaron varados en Marsella, donde Lázaro comenzó a predicar y evangelizar para convertirse en el Obispo del lugar. Allí fue martirizado y murió, bajo el gobierno de Vespasiano, en el siglo I. Ese es el san Lázaro Obispo que preside el altar mayor de la iglesia del Rincón, reconocido por el Vaticano como santo mártir del cristianismo.
El «otro Lázaro», el de las muletas y los perros, el santo de los pobres y menesterosos, debe su origen a un entrecruzamiento con otra parábola de la Biblia: la historia del rico y el mendigo. Las historias de ambos, el amigo de Jesús y el mendigo, se fusionaron en una y alimentaron la religiosidad popular. Asociado a las enfermedades de la piel, a los hospitales, hospicios y leprosorios, devino símbolo de curación de los padecimientos más difíciles que aquejaban a las personas en situación de precariedad.
El San Lázaro de las muletas en el interior del santuario. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
En 1919, el entonces primer obispo cubano, Pedro González Estrada, mandó a retirar del Rincón al san Lázaro de las muletas. Se decía que habían dejado al santo de los blancos, el Obispo, y habían desalojado al de los negros (p. 42). Luego de la caída de Machado, y ante la presión popular, la imagen del san Lázaro de los perros y las muletas fue restituida en un espacio no muy céntrico de la iglesia. La devoción por el santo milagrero no dejó de crecer desde entonces.
«La festividad de san Lázaro en aquella época (años 40) era muy distinta a la de ahora; las creencias no, las creencias siguen siendo las mismas, pasadas de generación en generación, pero antiguamente desde principios de diciembre se podía decir que había fiesta. El hospital se adornaba completo, con guirnaldas, flores, banderitas de colores y se situaban kioscos por todas partes y afuera se vendía de todo; venían caballos, había feria y hasta se instalaba un parque de diversiones en el terreno de pelota que está a la entrada del hospital» (p. 208).
En los años noventa fue ampliado el recinto para los numerosos peregrinos que acudían, tomando el aspecto actual: san Lázaro Obispo al centro, en el altar principal; mientras el de las muletas ocupó toda la nave de la izquierda. Es con ese último con quien se identifica la inmensa mayoría del pueblo llano, de los humildes que vienen a postrarse ante él y ofrecer el pago de alguna promesa o sencillos exvotos.
Una tradición resiliente
La tradición del culto a san Lázaro, llamado cariñosa y familiarmente «El Viejo», se ha transmitido entre los más humildes. Es en el núcleo familiar donde se funden las creencias y se transmite la devoción, de una generación a otra.
Familia en peregrinación. Nótese que los niños van descalzos, expresión religiosa de sacrificio, común en esta festividad. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
La creencia en los milagros y en la capacidad curativa de san Lázaro ha sobrevivido tiempos adversos en Cuba. Ni siquiera la política ateísta del Estado luego del ’59, logró detenerla o silenciarla. Ni en los años más complejos del «Quinquenio gris», con sus extremismos y dogmas, se detuvo la devoción por el santo. Existió no solo en zonas urbanas, fue también muy arraigada en espacios rurales de todo el país. Su carácter de devoción familiar le permitió la sobrevivencia en los duros años del «ateísmo marxista».
Durante los noventa, la crisis sistémica del país, y en específico la migración de los balseros, nuevamente desmembró a las familias. En 1994, ante el dolor de la pérdida de su hija en el mar cuando intentaba llegar a los Estados Unidos, un devoto desesperado se lanzó contra la imagen del San Lázaro de las muletas, lo que conllevó a su restauración, y a su ausencia por un año. Fue en esta época que ocurrieron disturbios y expresiones abiertas contra del gobierno dentro del recinto eclesial, protagonizados por el pueblo empobrecido y descontento.
Los años 2000 anunciaban nuevos aires. El pueblo cubano interpretó como señal divina el histórico proceso de acercamiento, anunciado precisamente el 17 de diciembre de 2014, entre los entonces presidentes de Cuba y Estados Unidos. Los altares volvieron a engrandecerse con ofrendas diversas a la espera de que el deshielo entre ambas naciones permitiera la restauración de los vínculos familiares. Sin embargo, no fue así.
La crisis económica creciente y las arbitrariedades añadidas, han influido también en la peregrinación al santuario. El asistir durante varios años permite constatar que en 2024 hubo menos asistentes que los años anteriores. Una de las primeras dificultades fue la carencia total de transporte desde la terminal hasta El Rincón, pues la Policía Nacional cerró la entrada a vehículos de todo tipo, incluyendo coches de caballos, motos, bici-taxis y hasta bicicletas. Esto obligaba a caminar, tanto para la ida como para el regreso, y si bien es cierto que una buena parte de los devotos suele hacer este sendero a pie, incluso descalzos; hasta hace unos años diversos tipos de transporte llevaban a las personas hasta el cruce de caminos o Cuatro caminos (como también se le conoce) o un poco más allá, hasta la línea del ferrocarril del Rincón. La obligatoriedad de caminar los más de cuatro kilómetros, conlleva a que muchas personas ancianas o madres con niños pequeños no pudieran asistir.
Otro factor que atenta contra la presencia por mayor tiempo en el santuario, es la determinación ―adoptada desde la pandemia de la Covid-19― de celebrar las misas, actividades litúrgicas y recogida de exvotos diversos, fuera del espacio del templo. Si bien es cierto que eso contribuye a que la instalación no sufra tanto deterioro y suciedad, también las condiciones para hacer estancia por parte de los peregrinos, ahora a la intemperie, no son las mismas. Desde los baños, incómodas letrinas junto a la cerca perimetral; hasta la ausencia de agua, antes servida desde la fuente a todos los que llegaban; pasando por la no existencia de bancos fuera del recinto, hacen difícil para muchos el quedarse. Sin dudas, todo atenta contra el número de visitantes.
A ello se añaden los problemas de transporte, pues desde hace años no se garantiza el refuerzo por parte de la Empresa de Ómnibus Urbanos o los Metrobus. El peso casi total de la transportación, únicamente hasta Santiago y no hasta el cruce de caminos de El Rincón, ha recaído en manos de particulares.
La peregrinación a San Lázaro es protagonizada por personas de todos los estratos sociales; no obstante, sabido es que son las clases más empobrecidas y con menos recursos las que nutren la mayoría de los devotos del santo protector de los humildes. Es por eso que desde hace dos años el camino al Rincón tiene momentos de rara soledad, casi sin personas, solo de vez en vez grupos de policías que, en número creciente, a medida que nos acercábamos al santuario, observan a los transeúntes-peregrinos.
La fecha era también momento especial para los vecinos de El Rincón, que podían lograr una sutil mejoría en su economía cotidiana. Tiempo de jolgorio para un pueblo empobrecido, sin las extensas fincas de tabacos y frutos menores que otrora fueran su fuente de prosperidad. Un pueblo en pleno que depende de entradas económicas irregulares e informales, como los comercios improvisados en el sendero de los peregrinos. Sin embargo, últimamente la inmensa mayoría de los puestos están vacíos de compradores, pues donde más se ha sentido la crisis nacional es en los bolsillos de las personas empobrecidas, esas mismas que nutren las filas de devotos a san Lázaro. Es un pueblo empobrecido que ve pasar ante sí a peregrinos en similar estatus, incluso peor.
Comercio de artículos religiosos en el poblado El Rincón. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
La peregrinación: creencia popular, violencia simbólica y control del Estado
No obstante, y a pesar de todos los factores en contra, muchos se las agenciaron para peregrinar y cumplir con el Viejo. Unos caminaron descalzos, solos o en grupos de familias y amigos; otros llevaron a sus hijos cargados. Algunos se arrastraban o auto-flagelaban como parte de sus promesas, algo que caracteriza las expresiones religiosas de los devotos a san Lázaro. Asociado como está el santo a la resolución de imposibles, la Fe y su capacidad de agencia están íntimamente relacionadas con el coste del sacrificio ritual. Mientras mayor el sacrificio, más posibilidades de que lo pedido o solicitado se logre. En estos casos está generalmente asociado a procesos de salud y curación.
Mujer haciendo sacrificio como expresión de devoción. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
Es notable la presencia de familias completas, incluyendo a generaciones diferentes. Aunque se aprecia un protagonismo mayor en las mujeres en cuanto a sacrificios con características violentas que incluyen infantes. A veces, incluso, los rituales con auto-laceraciones vienen heredados de una generación a otra como compromisos de cohesión familiar.
Hombre adulto haciendo sacrificio con su hijo. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
Es tradición de los peregrinos vestir los característicos colores morado o violeta, y rojo, combinados con tela de saco. También el uso de atributos propios de las prácticas religiosas de origen africano, como el «bagugú» o bastón del muerto. Por lo general, estas personas portan tabacos o hierbas relacionadas con Babalú Ayé, el oricha sincretizado con san Lázaro.
Entre las ofrendas, era usual que se depositaran monedas de un centavo, los denominados «quilos»; sin embargo, esto ha cambiado, en las urnas destinadas al efecto pueden observarse billetes de 200 y 500 pesos en moneda nacional. La presencia de jóvenes de ambos sexos es destacable cada año. Ello hace pensar de manera obvia en la continuidad de la tradición, a pesar de las adversidades.
Joven que ejecuta ritual con fuerte auto laceración. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
Es apreciable asimismo la fuerza que han ganado los religiosos de profesión evangélica que se movilizan esos días en el camino al santuario. Ellos reparten folletos y ejemplares del Nuevo Testamento, y tratan de entablar conversación con los peregrinos para convencerles de «su error». Es algo que viene ocurriendo desde hace años, pero que cada vez suma a más personas. No pocas trifulcas y discusiones se evidencian entre representantes de diferentes credos, lo que muestra la falta de tolerancia y la incapacidad de diálogo entre creyentes, exponente de una situación que caracteriza a toda la sociedad cubana.
Como cada año, también a la entrada del santuario, en su lado izquierdo, se colocan los militantes del Partido Comunista. En 2024 su número creció, movilizados por la Oficina de Atención a Asuntos Religiosos del Comité Central del PCC, que realiza el monitoreo de la peregrinación desde hace más de veinticinco años. Junto a ellos, investigadores del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas ―liderado por su Departamento de Estudios Socio Religiosos (DESR)― contabilizan, durante los días 15 al 17 de diciembre, a todos los que arriban, catalogándolos por grupos etarios y género. La catalogación incluye los sacrificios y los que contemplen auto-violencia. También se realizan entrevistas por parte de sociólogos y trabajadores del DESR acerca de las diversas motivaciones de los practicantes para asistir al lugar. Es un estudio destinado a ambas instituciones.
Quizás como epílogo
La no comprensión del fenómeno del sacrificio dentro de la perspectiva del practicante o creyente, lleva muchas veces a criterios sesgados sobre la auto-violencia en estos rituales.
Hombre adulto que ejecuta ritual de sacrificio y auto laceración, mientras suena una campana. (Foto: Jenny Pantoja Torres)
Influenciados por las visiones cosmogónicas católica y de sustrato afro, los creyentes sienten que deben sufrir las penurias del mendigo bíblico y, a la vez, el desgarramiento del Babalú Ayé de los patakíes. Este fue desterrado de su lugar natal y culpado de todos los males de epidemias y pobreza que aquejaban al pueblo. Acogido en otra tierra, se convirtió en rey, demostrando así que no era la causa de las penurias pasadas. Todo este mito o Patakí, habla mucho de la historia del pueblo cubano, obligado al destierro y a procesos migratorios forzosos por causas directamente políticas.
Dichas historias comparten el dolor del desasimiento y la angustia del exilio. Aunque la primera lectura remita siempre a una motivación de salud, es en realidad un trasfondo de fuerte hondura psico-social y política frente a las cuales el ser humano se ve impotente. No hay mayor incidencia en la salud pública que el equilibrio y armonía de la salud social, y esto solo explicaría la devoción al «Viejo» por encima de las demás figuras santorales.
El hecho de que este santo lleve a cuestas la enfermedad y, al mismo tiempo ―cual sistema homeopático― su cura, mucho nos dice de la extensión y peticiones hacia él en tiempos de arbovirosis. La crisis epidemiológica y la expansión cada vez mayor de personas en estado de pobreza, son contexto idóneo para el crecimiento de la devoción a san Lázaro. Como afirmara Joel James: «Cuba como pueblo y como cultura surgió desde las profundidades de la soledad y del desarraigo que siempre acompañan a la tortura y a la muerte» (p. 186).
El culto a san Lázaro permanece desde la resistencia que fragua el patrimonio cultural religioso en esta Isla. Ojalá «El Viejo» nos proteja como nación e impulse a los cubanos, en el orden cívico, bajo el imperativo: «Levántate y anda». Ese sería el milagro que permitirá el resurgir de la nación cubana.
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Imagen principal: Alejandro Ernesto / OnCuba.